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Domingo, 14 de agosto de 2011

GRAN BRETAÑA. LOS CASTILLOS DEL MEDIOEVO

Piedras feudales

Los castillos del Reino Unido surgieron a partir del siglo XI como sistemas de protección en los inestables tiempos del feudalismo. Hoy la mayoría pasó a manos estatales y se pueden visitar en una gira llena de historias trágicas, como la del príncipe galés Llywelyn Bren, decapitado por la corona inglesa; heroicas, como la de Guillermo el Conquistador, y criminales, como la de Ricardo III en la Torre de Londres.

 Por Julián Varsavsky

La historia del Reino Unido es la de sus castillos, surgidos a partir de 1066 con la invasión normanda de Guillermo el Conquistador y protegidos por murallas detrás de las cuales confluyen los relatos celtas del rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, gestas de legendarios reyes galeses como Enrique III, e historias de intrigas como la de Ricardo III que inspiraron a Shakespeare.

Como resultado de las luchas internas y del constante asedio normando, en ninguna otra parte de Europa hay tanta cantidad y variedad de castillos medievales como en Escocia, Gales e Inglaterra. Su apogeo fue durante el feudalismo, cuando cada señor levantaba un castillo apenas se lo permitía su riqueza, aislándose así detrás de un alto muro donde podía resistir un asedio por años.

Un castillo del Medioevo era básicamente una residencia noble familiar fortificada. Al mismo tiempo, los reyes levantaban también sus propios castillos, aún más suntuosos e infranqueables que los anteriores. Pero éstos en sí mismos no eran suficientes como mecanismo de seguridad: había que defenderlos muy bien. Antes de atacar el invasor solía enviar un mensajero para darle la oportunidad al enemigo de rendirse. Y aunque a veces daba resultado, por lo general los amenazados optaban por resistir. Había tres formas de derrotar a los defensores de un castillo: la primera consistía simplemente en ignorar la construcción y dedicarse a tomar las tierras de alrededor; la segunda era el asalto directo y la tercera implicaba vencerlos por hambre y sed, una técnica que podía insumir más de un año de espera.

En una pequeña isla, un castillo medieval “realmente” defensivo.

HORAS DE ASEDIO Durante un asedio se catapultaban piedras contra los muros y torreones, que con suerte apenas serían agrietados. El atacante erigía al mismo tiempo torres de madera más altas que las del castillo, para facilitar el trabajo de los arqueros. Mientras tanto, un equipo de mineros cavaba túneles por debajo de las paredes y las torres para colapsarlas. Además, en los cimientos de aquellas estructuras se colocaba madera ardiendo para volver inestable la construcción.

Sin embargo, los asediados no se quedaban de brazos cruzados. Por el contrario, colocaban grandes recipientes de agua junto a los muros para descubrir la vibración de la tierra y la presencia exacta del enemigo. Entonces cavaban sus propios túneles para ir a su encuentro bajo tierra, donde se desarrollaban sangrientos combates en plena oscuridad.

El asalto comenzaba cuando los mineros lograban derribar uno de los muros externos. De a poco los invasores iban tomando las diversas partes del castillo a las que los defensores se retiraban, y los mineros comenzaban a extender sus minas ardientes debajo de la torre principal, que se incendiaba y resquebrajaba cada vez más. A partir de ese momento los asediados debían optar entre luchar hasta morir o rendirse. Y entonces sí, el castillo pasaba a manos del enemigo.

El avance tecnológico que marcó la declinación del castillo medieval fue la llegada de la pólvora a Europa, a comienzos del siglo XIV. A partir de entonces, tirar abajo un castillo a cañonazos fue casi tan sencillo como destruir a patadas uno de arena. Por eso, desde el siglo XV la mayoría de los nuevos edificios de los poderosos, si bien se rodeaban de una estructura defensiva, eran diseñados principalmente para el disfrute de la nueva vida burguesa.

Windsor. El mayor de todo el Reino Unido y una de las residencias reales.

EL ARQUETIPO El castillo más importante y venerado de todo el Reino Unido es la Torre de Londres, que se levanta a orillas del Támesis y ha estado asociado a la historia londinense desde la época de la conquista normanda, en 1066. En ese mismo lugar, Guillermo I el Conquistador erigió una fortaleza de madera que luego fue suplantada por otra de piedra. Ese segundo edificio, la Torre Blanca, aún existe y mantiene sus líneas de estilo normando gracias a que nunca fue destruido durante asedio alguno. A su alrededor fue creciendo durante el Medioevo una pequeña ciudad amurallada dentro de la propia Londres, donde residieron los reyes británicos hasta la muerte de James I, en 1625.

Podría decirse que la Torre Blanca fue la célula madre y el corazón de todo el imperio británico y su larga y sangrienta historia, aunque la hayan construido los normandos. Sus paredes resguardan una grandiosa colección de armaduras reales que incluye verdaderas joyas de la armería artesanal desde el siglo XVII en adelante. Las paredes están llenas hasta el techo de grandes rifles con incrustaciones de piedras preciosas, armaduras para caballos, hachas y lanzas de acero.

A la salida de la Torre Blanca, un cartel advierte: “Cuidado, los cuervos muerden”. Y los guías cuentan que en el pasado las personas decapitadas eran exhibidas en público, quedando los cadáveres a merced de los cuervos, que de esa forma pasaron a ser relacionados con la muerte. Los cuervos que habitan la Torre le dan al complejo el toque tenebroso que posee desde hace siglos. Pero estas aves terminaron por convertirse en verdaderas intocables, ya que están protegidas por decreto real: se cree que si huyeran de la fortaleza, la corona británica se desmoronaría junto con los restos del imperio. Por las dudas, todos los cuervos tienen las alas cortadas. Incluso hay un Raven Master a cargo de su cuidado, especialmente elegido entre los 40 guardias de honor llamados Beefeaters que, desde el siglo XIV, tienen a su cargo la seguridad del lugar y ahora combinan esa función con la de guías turísticos.

La presencia de los cuervos y su evocación de la muerte se combina a la perfección con ciertos episodios históricos ocurridos en la Torre de Londres. Al subir a la Torre Sangrienta, se ingresa al cuarto donde fueron asesinados los hermanitos Ricardo y Eduardo V, príncipes hijos del entonces ya fallecido Eduardo IV, quienes estaban en el castillo bajo la protección de su tío Ricardo, el duque de Gloucester. Se cree que fue justamente su “protector” el que perpetró el asesinato de los niños, para hacerse coronar en 1483 como Ricardo III, que eternizó Shakespeare, cuando la corona hubiera correspondido a su sobrinito. Como corresponde, el fantasma de los niños mora en el castillo junto con el de otros varios decapitados por orden del famoso Enrique VIII. Sobre todo dos de sus seis esposas, Ana Bolena y Catalina Howard, acusadas de adulterio y asesinadas dentro del castillo.

Una antigua fortaleza normanda dentro del Castillo de Cardiff, en Gales.

FORTALEZA DE GALES Al cruzar la torre negra que da ingreso al Castillo de Cardiff, en pleno centro de la capital galesa, el primer contacto con la historia remite directamente al siglo I: bajando al subsuelo por una escalinata, se ven los cimientos de la muralla construida por los romanos cuando las legiones del encarnizado Nerón dominaban Gales.

Dentro de la fortaleza cuadrangular hay un parque de 500 metros de largo, cubierto de un césped perfecto, enseñoreado por el andar galante de unos pavos reales. En el centro se levanta un cerrito coronado por un pequeño castillo, rodeado por una fosa circular. ¿Para qué sirve un castillo dentro de otro? Simplemente se trata de uno anterior al principal, que al quedar obsoleto fue encerrado por otro mayor. El castillo interior es obra de los barones normandos que desembarcaron en la región en grupos de no más de veinte caballeros, conquistando el poder en 1066.

La resistencia galesa, liderada por Ifor Bach, asaltó el primer castillo en 1158 expulsando a los normandos, quienes al poco tiempo retomaron la fortaleza. Hacia el siglo XIII, el lord normando Gilbert De Clare agregó la Torre Negra y la estructura del castillo mayor. En 1404, los insistentes galeses lo recuperaron por un breve lapso, y unos años más tarde –ya reconquistado el poder por los ingleses–, Enrique VII adicionó la parte residencial de estilo Tudor. Con la llegada de la Revolución Industrial la fortaleza pasó por acta de matrimonio a la aristocrática familia Bute, enriquecida a caballo de las exportaciones de carbón.

En diciembre de 1868, el tercer marqués de Bute, quien a los 20 años era el hombre más rico del mundo, anunció públicamente una escandalosa conversión al catolicismo. Rompió así con la tradición protestante de la familia y se convirtió en un gran benefactor del clero católico. Pero lo más extraño fue que empezó a desarrollar una curiosa obsesión que lo llevaba a adquirir, de manera compulsiva, toda clase de reliquias del mundo medieval. También se dedicó a estudiar a conciencia toda clase de lenguas antiguas, cuya solemne ejercitación lo transportaba directo al éxtasis. Al año siguiente de cambiar de fe, emprendió una magnánima redecoración del Castillo de Cardiff, apelando al talentoso arquitecto William Burgues, quien le imprimió al edificio un estilo victoriano acorde con los tiempos.

Surgieron entonces varias torres góticas en el lado este y se erigió una torre reloj de 45 metros al estilo Big Ben. Los ambientes interiores son un derroche de lujo, donde se suceden cuartos y salones de banquetes que combinan estilos clásicos y medievales. Y a medida que se asciende por una escalera caracol, aparecen una sala copiada completa del Palacio de la Alhambra, una fuente islámica, versos en hebreo cincelados en la pared, textos griegos, cielorrasos cubiertos en oro y hasta un mosaico duplicado de un piso de Pompeya.

Desde lo alto de una colina, el Castillo de Edimburgo domina la ciudad.

EL CASTILLO DE CAERPHILLY A 30 minutos de Cardiff se levanta otra de las obras arquitectónicas más ambiciosas de la Edad Media: un castillo edificado sobre una pequeña isla artificial rodeada por dos lagos. El diseño conceptual se rige por la ingeniería militar de los castillos de Eduardo I (1272-1307), donde varios muros concéntricos encierran una ciudadela central manteniéndola fuera del alcance de las catapultas. Estas, aun habiendo franqueado el muro mayor, se encontraban con el obstáculo de los dos lagos para poder acercarse. El castillo era virtualmente indestructible para la época y de hecho jamás pudo ser invadido con éxito.

Caerphilly no fue construido por un rey inglés sino por Gilbert De Clare “El Rojo”, el magnate normando con títulos de conde de Gloucester y lord de Glamorgan, que estaba en buenos términos con la corona inglesa. La finalidad del castillo era advertirle al príncipe de Gales, Llywelyn ap Gruffudd, que no le convenía acercarse demasiado a los territorios de De Clare. Ambos estaban bajo la autoridad del rey de Inglaterra Enrique III, pero mantenían entre sí una fuerte disputa territorial, a tal punto que el príncipe de Gales incendió el castillo en 1270, cuando aún estaba en construcción. Enrique III logró ponerle paños fríos al conflicto, enviando al obispo de Coventry a tomar el control del castillo en nombre de la corona. Pero al poco tiempo De Clare expulsó a los hombres de la Iglesia con un engaño y las obras fueron terminadas.

Los tratados de paz entre De Clare y Ap Gruffudd eran tan frágiles como la hoja de papel en que estaban firmados. Su ruptura dio lugar a dos guerras, en 1276 y 1282. Finalmente, el nuevo rey Eduardo I, recién llegado de las Cruzadas, declaró la guerra al rebelde príncipe de Gales quien fue derrotado y asesinado: junto con él moría toda posibilidad de independencia galesa. En 1316 una nueva rebelión de galeses liderada por Llywelyn Bren atacó el castillo con 10.000 soldados. Y si bien destruyeron todo el pueblo de Caerphilly y dañaron una torre de la fortaleza, lejos estuvieron de poder doblegarla. Finalmente, la corona inglesa intervino poniéndole un final definitivo a la insurgencia. Como resultado, Llywelyn Bren fue ahorcado, decapitado y descuartizado por orden de la familia De Clare, a pesar de que le habían prometido indulgencia a cambio de la rendición.

Muchos castillos resguardan armaduras medievales para caballeros y caballos.

EDIMBURGO INFRANQUEABLE Una colina rocosa que sobresale en la capital de Escocia es la posición de fuerza elegida para levantar el Castillo de Edimburgo, rodeado de un foso y elevados muros. Se ingresa cruzando un arco almenado y un gran portal de madera donde montan guardia dos estatuas de hierro con forma de caballeros. De inmediato se transita por calles empedradas que suben y bajan surcando ese microcosmos amurallado de escaleras y recovecos que conducen a patios internos y largas balconadas con cañones apuntando al mar. En el castillo hay museos de armas antiguas, un cementerio de perros, un gran cañón con balas más grandes que una pelota de básquet, húmedas mazmorras y las famosas joyas de la corona inglesa.

En una sala bien custodiada se exhiben la Piedra del Destino, sobre la cual se coronaba a los primeros reyes escoceses; la Corona de Escocia, de oro y decorada con perlas, diamantes y amatistas; un cetro de plata rematado con una esfera de cristal de roca, y la gran Espada del Estado.

La Piedra del Destino fue robada a Escocia por Eduardo I en 1296 y permaneció en la Abadía de Westminster hasta 1996. La espada y el cetro, un obsequio del Papa a Jacobo IV en el siglo XV, debieron ser ocultados fuera del castillo junto con la corona, para que no cayeran en manos del invasor inglés Oliver Cromwell en 1652. Reaparecieron pocos años más tarde para cumplir su función hasta 1707, cuando el monarca aprobó la unión de Inglaterra con Escocia.

A lo largo de su historia, Edimburgo ha sido anhelada por diversos reyes que siempre quisieron tenerla bajo su dominio. Millares de hombres dieron la vida por ella, de un lado y del otro de los muros del castillo, defendiendo milenarias lealtades y las sagradas joyas allí resguardadas. Seducidos por el esplendor y la importancia política de la ciudad, casi todos los grandes monarcas ingleses tuvieron a Edimburgo entre sus manos alguna vez, y se la disputaron como el mayor tesoro de la isla.

Eduardo I ocupó el castillo en 1276 y la armada escocesa lo recapturó en 1313, cuando el Conde Moray escaló las escarpadas rocas y muros con apenas 30 hombres. Durante las guerras anglo-escocesas el castillo cambió de signo muchas veces y, durante la Guerra Civil, Cromwell lo capturó luego de cañonearlo durante tres meses. En 1745 el castillo fue por última vez escenario de una batalla, cuando Bonnie Prince Charlie fracasó en su intento de conquistarlo. El cetro, la corona, la espada y el castillo mismo fueron siempre la excusa y el medio. Pero la razón de tanta guerra era por supuesto la ciudad, deseada y añorada como la joya más fina de la corona británica

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Un Raven Master de la Torre de Londres cuida a los cuervos, protegidos por edicto real.
Imagen: Gentileza British Tourist Authority
 
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