turismo

Domingo, 9 de octubre de 2011

SUIZA. EL LADO ARTíSTICO DE ZURICH

Bohemia y arte dadá

Zurich es la ciudad del dadaísmo y del Cabaret Voltaire, un emblema de la cultura europea de los primeros años del siglo XX. Al mismo tiempo es una de las principales capitales del arte moderno en Europa, con numerosas galerías, museos y obras expuestas directamente en las calles.

 Por Graciela Cutuli

No es bueno llegar desprevenido a Zurich, porque se corre el riesgo de dejarse engañar por apariencias. Detrás de su fachada de capital mundial de la pulcritud hay una ciudad bohemia, que se entregó desde hace más de un siglo a todas las nuevas tendencias del arte y la arquitectura. Sus calles coleccionan los negocios de marcas como otras alinean casas de familia, pero también están ampliamente surtidas en galerías y museos. Sin mencionar las obras públicas diseminadas en espacios públicos de todo el perímetro urbano: al fin y al cabo, las apariencias no engañan del todo porque Zurich es una ciudad capaz de pasar con facilidad de una faceta a otra. Una capital de las finanzas y una capital del arte, una ciudad que rebosa opulencia y un taller para los nuevos creadores de mañana. La Bahnhofstrasse –la calle más exclusiva de toda Suiza– es su vidriera pour la galerie, pero la ciudad cuenta también con barrios populares y nuevas zonas donde la vida nocturna es más bohemia, como en los tiempos de oro del Cabaret Voltaire. Zurich se enorgullece de contar con más de un centenar de galerías de arte y más de 50 museos. Una buena cifra para sus poco más de 350 mil habitantes.

Sheep Piece, de Robert Moore, en el parque Zurichhorn.

CIUDAD-DADA El Cabaret Voltaire es el emblema cultural de la ciudad, símbolo de toda una página de su historia y su espíritu. Una página que sumó varios renglones en 2004, cuando el café abrió sus puertas nuevamente en su emplazamiento histórico de la calle Spiegelgasse 1, en el barrio de Niederdorf. Hoy día el Cabaret Voltaire sigue siendo un café, como antaño, pero es también una librería y un centro cultural. No falta el rincón de venta de recuerdos, aunque seguramente no entraría en los conceptos dadá de quienes se reunían alrededor de sus mesas en 1916: Tristan Tzara, Jean Arp, Sophie Tauber. El dadaísmo fue el antecesor del surrealismo y contó luego en sus filas con artistas como Marcel Duchamp, Max Ernst, Francis Picabia, Man Ray y Béatrice Wood, entre muchos otros adalides del movimiento refugiados en la neutral Zurich para escapar de las devastadoras y cruentas batallas de la Primera Guerra Mundial.

Los artistas respondieron a la absurdidad del conflicto con una actitud igualmente absurda, que abrió las puertas a todas las corrientes que florecieron luego durante el siglo XX y sobre todo al surrealismo. La versión siglo XXI del Cabaret hace un lugar especial a las nuevas corrientes. ¿Quién sabe si Zurich no será otra vez el epicentro de un movimiento tan revolucionario como el dadaísmo en las próximas décadas? Los nostálgicos, mientras tanto, pueden tomarse un café bajo la mirada atenta del busto de Voltaire y luego caminar un poco hasta el cercano hotel Limmatblick, donde las habitaciones fueron decoradas en estilo dadá.

El Niederdorf es el barrio bohemio de Zurich, una especie de St. Germain germánico. Las calles angostas abundan en buenas mesas, brasseries, clubes nocturnos y excelentes librerías y disquerías para coleccionistas. Del otro lado del Limmat, el río que parte la ciudad en dos, se encuentra la Bahnhofstrasse, las vidrieras con precios astronómicos, las grandes tiendas Globus y Jelmoli, los refinados mostradores de la confitería Sprüngli y los hoteles de lujo escondidos en casonas del Renacimiento. Esa parte es también el lugar donde se asentaron los romanos para fundar el pueblo aduanero de Turicum, donde termina el lago y sale el río Limmat. Ya la ciudad se codeaba con el dinero en aquellos tiempos. Lo mismo que hoy con las sedes de los bancos y el Museo del Dinero, único en su género.

En el Niederdorf hay que parar un rato en el hall Giacometti, en las oficinas de la policía local, puerta de entrada a un palacio del siglo XVIII que está abierto al público. Pintado por Augusto Giacometti en 1923, en ocasión de un concurso organizado por la Municipalidad, es una de las tantas obras de arte públicas en Zurich. Sus colores vivos contrastan con los grises de la época y la destrucción que la guerra había ocasionado apenas unos años antes en toda Europa.

Recuerdos dadá en las paredes del Cabaret Voltaire.

ARTE AQUI Y ALLA Para quien no quiera recorrer las galerías y los museos, los lugares públicos son igualmente buenos para toparse con el arte. Como en la Estación Central, centro neurálgico de la ciudad y de Suiza, donde convergen todos los trenes y hay dos obras que son un must do de Zurich. Una cuelga del techo del gran hall: el Angel Azul de Nikki de Saint Phalle, una artista francesa particularmente presente y admirada en Suiza, luego de su casamiento con el artista nacional Jean Tinguely. En otro lugar de la estación está la pantalla en 3D Nova, única en su género en el mundo y creada por los alumnos de la Escuela Politécnica Federal de la ciudad, un semillero de científicos y aspirantes a premios Nobel.

Hay que ir luego hasta el parque recreativo de Zurichhorn, a orillas del lago, para ver otras dos obras imperdibles: la más llamativa es justamente una de las máquinas de Tinguely, que se hizo famoso con sus creaciones móviles en metal. Son movimientos perpetuos que ponen en evidencia el ritmo frenético de las sociedades modernas. La obra expuesta en el parque de Zurich se llama Heuréka, en tanto otra de sus obras más conocidas está en otro lugar público, delante de la iglesia St. Merri del centro de París (esa vez trabajó junto con su esposa, y animó esculturas coloridas y llamativas de Nikki de Saint Phalle sobre una pileta de agua). A metros Heuréka está la gigantesca obra Sheep Piece, de Henry Moore, otro icono del arte actual.

Zurich sigue las tendencias más nuevas no sólo en sus espacios públicos sino también en sus galerías y sus museos: por eso existe una verdadera Biblia para todo aficionado o conocedor que se precie de serlo y visite la ciudad en busca de sensaciones artísticas. Es la revista Parkett, muchas veces calificada como la mejor revista de arte contemporáneo, publicada en Zurich y Nueva York.

Menos actualizada pero no menos útil, la Guía que edita la oficina de turismo es un hilo de Ariadna para visitar los museos de arte locales: son 14 de los 50 que tiene la ciudad en total. Los más importantes son el Museo Nacional Suizo, el Museo de Bellas Artes y el Museo Rietberg. El Kunsthaus Zürich (el de Bellas Artes, como se dice en la lengua de Max Frisch) tiene la mayor colección de arte moderno, entre ellas obras esenciales de los hermanos Alberto y Diego Giacometti (y por supuesto una buena documentación y selección de arte dadá). El Museo Rietberg posee a su vez una de las mayores colecciones de arte no europeo de ese continente, creado a partir de las colecciones del industrial y mecenas Otto Wesendonck, un protector de Richard Wagner. La parte más llamativa del museo, que funciona en una villa construida por el propio Wesendonck, es la construcción de vidrio llamada Smaragd, una verdadera obra de arte arquitectónico.

Hay otras construcciones muy interesantes para ver en Zurich, más allá de sus edificios históricos y sus iglesias. Como el Museo de Artes Aplicadas, uno de los pocos edificios Bauhaus de la ciudad, mientras la Casa Heidi Weber es la última construcción de Le Corbusier, en el parque Zurichhorn. Entre los arquitectos contemporáneos, Théo Hotz dejó una notable impronta con el centro comercial Apollo, el centro de congresos Grünenhof y edificios sobre la Bahnhofstrasse. Los buscadores de arte en las calles de Zurich, por su parte, no dejan de pasar por las dos iglesias más emblemáticas del centro: la Grossmünster tiene vitrales de Giacometti, mientras que la Fraumünster ostenta los que creó Marc Chagall... otra rivalidad a ambos lados del Limmat.

Parkett en mano, el recorrido sigue por las galerías de arte en busca de nuevos nombres, nuevos conceptos y, por qué no, de los dadaístas de las próximas décadas. Se dice que el arte es una de las mejores inversiones y seguramente Zurich –que sabe mucho del tema– lo entendió perfectamente, convirtiéndose con el tiempo en uno de los diez principales destinos de arte y arquitectura del mundo. Todo un logro para una ciudad donde, no hace tanto, los ricos y famosos sólo dedicaban tiempo al arte en sus reuniones entre banquero y banqueroz

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La Casa Heidi Weber construida por Le Corbusier.
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