turismo

Domingo, 9 de octubre de 2011

ESCAPADAS. MUSEOS Y FERIAS A ORILLAS DEL PARANá

Primavera rosarina

Un fin de semana cercano a puro arte, visitando una exposición de Dalí en el Museo Castagnino, una muestra del fotógrafo Robinson Savary en el Museo de Arte Contemporáneo (Macro), los murales callejeros en altura de Arte de la Vista, el escultórico cementerio El Salvador, la feria de antigüedades del Mercado Retro y las estatuas de Olmedo y El Che.

 Por Julián Varsavsky

Hace una década, igual que el país, Rosario tocaba fondo y reflejaba su desánimo en una ciudad gris de espaldas al río, con sectores costeros literalmente en ruinas como los terrenos del ferrocarril y el legendario barrio Pichincha sumido en la decadencia. A nadie se le ocurría ir a Rosario por mero placer, algo que ahora sí pasa cada vez más. Fue precisamente en aquel momento de desesperanza cuando un grupo de gente, con el artista plástico Dante Taparelli a la cabeza, comenzó a impulsar alternativas urbanístico-culturales para recuperar sectores decaídos dándoles vida artística, económica y social.

Dante Taparelli recibe a TurismoI12 en su casa-atelier, entre grandes marionetas renacentistas napolitanas colgando del techo y bustos de Buda y Evita. La idea es rememorar el surgimiento del Mercado Retro que existe hoy en el cruce de Rivadavia y Santiago. “En pleno caos del 2001 yo estaba mirando en Crónica TV a una mujer que lloraba porque la habían desalojado y no tenía dónde ir. Justo detrás estaba su gran ropero, que era una joya de la mueblería y yo me pregunté cómo no lo vendía. Y me respondí que la señora no tenía idea del valor de ese ropero. Así se me ocurrió impulsar un mercado callejero donde la gente trajera sus cosas viejas para ponerlas a la venta.”

El curioso Mercado Retro funciona domingos y feriados de 10 a 20 y conviene visitarlo con tiempo y ánimo exploratorio. Allí se exhiben millares de objetos cotidianos que hoy cambiaron su función hacia elementos decorativos: hay desde soldaditos de plomo hasta verdaderas piezas de arte. Algunos llegaron al azar, como uno de los puesteros, que tenía un pequeño taller que no sobrevivió a la crisis de 2001 y, cuando le preguntaron qué maquinaria le quedaba por vender, pensó que no tenía nada más que su baúl con herramientas. Eso fue lo que llevó, lleno de reliquias como tenazas, pinzas, martillos, llaves abretuercas y candados, y desde entonces hasta hoy se sigue desempeñando en el mismo rubro.

Guillermo tiene un puesto de fotografías, posters históricos y discos de vinilo. Hurgando entre sus pilas de fotos aparecen imágenes de Goyeneche dándole un beso a Pichuco, Piluso de la mano con Coquito, Bonavena abrazando a Accavallo, Maradona con su célebre tapado blanco de visón y una copa de champagne, y Evita tomando el té con Perón, todo revelado de los negativos originales en blanco y negro.

La feria tiene su sector de libros y revistas, donde se ofrece una edición de La razón de mi vida, de Evita, sin tapa y con el título escrito a mano; libros en alemán, el famoso No me dejen solo, de Bernardo Neustadt; el número 1 de la original revista 7 Días y ejemplares de la revista Mundo Peronista. A un costado un señor hace sonar un tocadiscos con un LP de La Porteña Jazz Band, poniéndole alegría a la feria al ritmo de un ragtime. A su alrededor tiene vinilos de música pop de los ‘80 y cassettes de Palito Ortega, La Novicia Rebelde, Piero y Di Sarli.

En su génesis, cuenta Taparelli, el Mercado Retro tenía como consigna que todo lo expuesto tuviera más de 25 años, es decir, que fuesen objetos anteriores a 1976 “con el objetivo de borrar de un plumazo la dictadura”. Hoy el único orden de la feria es un caos absoluto donde los rubros son difusos. En un mismo puesto puede haber raquetas de tenis Dunlop de madera con un Pinocho mecanizado, sables, Polaroids, yoyós, sifones, arañas de techo con lágrimas de cristal y botellas de Cinzano. En otro, una señora se acerca y pregunta si allí compran llaves y le responden que sí, “a 20 pesos el kilo”.

“Alicia en el país de las Maravillas”, una estatuilla de Salvador Dalí, en el Museo Castagnino.

EL ROPERITO Al costado del Mercado Retro –en los límites del barrio Pichincha– está la feria de compraventa de ropa usada y costura El Roperito, surgida igual que el Mercado Retro. Cuenta Taparelli que al principio cada puesto era un ropero con ruedas donde la gente ofrecía su indumentaria en desuso. “Los primeros vendedores eran personas muy pobres que no podían ni pagar la luz, habitantes de un barrio muerto como era Pichincha. Entonces con la municipalidad acondicionamos el espacio y aparecieron de un día para otro 250 puestos y 5000 personas, que un domingo ocuparon toda la calle convertida en peatonal. Eran tiempos de saqueos y muerte, pero nosotros transformamos la desgracia en una fiesta. Al principio algunos vecinos nos corrían a ladrillazos por el barullo, entonces yo iba como Moisés llevando al pueblo judío a la otra cuadra, con todos los roperos rodando detrás.”

Lo que fuera un barrio de cuchilleros comenzó a recuperarse alrededor de la feria. Había quienes abrían la ventana de su casa y colocaban una bandeja para vender empanadas, un hombre cantaba ópera a la gorra y un trío de viejitos pasados de vino tocaban la guitarra y cantaban tangos mientras sus estuches se llenaban de monedas. Pichincha se ha convertido ahora en un barrio cool con restaurantes gourmet, y algo tuvo que ver en esto la feria de El Roperito, que sigue existiendo ya no con roperos, sino con puestos de metal muy organizados y gente que abandonó para siempre el umbral de la pobreza gracias al mercado –ecológico según Taparelli– de la ropa usada. Los puestos de abrigos de cuero y tapados viejos están hoy entre los más exitosos.

Objetos de bronce, cristal y cerámica abundan en el Mercado Retro.

ARTE EN LAS ALTURAS En 2004 la Municipalidad creó el cargo de director de Diseño e Imagen Urbana para darle un sueldo y un marco institucional al trabajo que venía haciendo Dante Taparelli. Y la siguiente iniciativa fue Arte a la Vista-Museo Urbano, una serie de 17 murales gigantes pintados en las medianeras visibles de los edificios, allí donde normalmente van las publicidades. Las obras las ejecuta una empresa de pintura en altura que ganó una licitación –cada cuadro tiene patrocinio de un anunciante– y los que pintan son obreros de andamio ahora especializados en pintura de cuadros a gran escala. La consigna era (y sigue siendo, porque el programa sigue) reproducir obras famosas de pintores rosarinos fallecidos. Sobresalen “Juanito dormido”, de Antonio Berni (Pellegrini y España) y “Bandoneón”, de Julio Vanzo (Urquiza y Cabral).

Las obras se pueden ver desde 500 metros de distancia y según su gestor “una de las ideas es que la ciudad se acostumbre a consumir arte, con la pintura saliendo al encuentro de la gente en lugar de quedar sólo como patrimonio de los museos, y así podamos tener color en nuestro deambular cotidiano”. Los cuadros sobresalen especialmente en la noche, iluminados con focos cuando la ciudad se oscurece, mientras en lo alto brilla el arte.

Un cuadro de Vanzo es mural de altura en una de las calles de la ciudad.

DALI EN ROSARIO En el Museo Castagnino de Bellas Artes –uno de los más completos del país, creado en 1937– se exhibe hasta el 23 de octubre la muestra de Salvador Dalí “Los ojos del surrealismo”. Se trata de una colección privada provista a un coleccionista argentino por Enrique Savater, secretario privado de Dalí, para ser exhibida en muestras itinerantes por América latina y difundir así su obra en la región (la muestra estuvo en el Centro Cultural Borges en 2004). Son más de 300 estatuillas de bronce, grabados, serigrafías y litografías originales, medallas de plata, reproducciones de joyas, fotos, documentales y hasta una botella de brandy diseñada por el onírico artista. Abundan entonces los caracoles alados, los relojes derretidos, los cajoncitos saliendo del cuerpo de las personas sostenidos por muletas, símbolos fálicos y esqueletos de barcos. Muchas son obras poco conocidas, como la serie de medallas Los Diez Deportes, diseñadas en plata para los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984.

Para darle un sentido pedagógico a la visita se intercalan con las obras carteles con “Decires de Dalí”: “Toda mi obra está hecha sobre la base de las vivencias que tuve dentro del vientre de mi madre”; “Mis bigotes engominados, excepcionales, únicos, imperialistas, ultrarracionales, mefistofélicos mostachos, antenas psicodélicas. Son mis pararrayos personales”; “–¿Se atrevería a hablarme de Dios? –Si usted fuera un periodista de talento debería pedirle a Dios que le hable de Dalí”.

En la parte escultórica de la muestra sobresalen los geniales bronces “Alicia en el país de las Maravillas” y “El caracol y el ángel”. La muestra de litografías comienza con una serie de homenaje a El Bosco, pintor holandés del siglo XV considerado el primer surrealista y descubridor del inconsciente, según Karl Jung. Luego hay una serie de ilustraciones hechas a partir de “La vida es un sueño”, de Calderón de la Barca; palimpsestos inspirados en los “Caprichos”, de Goya, la colección erótica “Casanova” y otra inspirada en las figuras del tarot.

A lo largo de la muestra se observa con claridad la esencia surrealista del pintor y su búsqueda de liberarse de cualquier atadura ligada a la razón (“¿Qué diferencia hay entre la mejor fotografía y un Velázquez? Quince millones de dólares”). Y cobra sentido visual el llamado por Dalí “método paranoico-crítico”, basado en el conocimiento irracional y espontáneo de los fenómenos delirantes. Muy llamativas resultan asimismo las obras de tipo “op-art” que recurren a efectos visuales de dibujos mirados mediante reflectantes circulares, así como la litografía encofrada en espejos llamada “Los Cristos de Gala en Tridimensión”.

La eternidad de bronce de Alberto Olmedo.

ARTE POR LA CIUDAD Rosario es una ciudad particularmente escultórica. Su obra mayor en tamaño y trascendencia es el conocido Monumento a la Bandera, que desde hace unos años se ilumina por las noches con luces azules y blancas. Pero hay varias estatuas nuevas que decoran Rosario, como la que homenajea a Alberto Olmedo, sentado en un banco a un costado del mercado El Roperito. Decenas de personas por día se sacan fotos abrazando al trajeado personaje de Alberto Borges con las piernas cruzadas, que parece conversar con su amigo Alvarez. Falta todavía la estatua de Messi –aún se la tiene que ganar–, pero hay una muy bien lograda del rosarino más famoso: el Che Guevara. La estatua del guerrillero heroico se levanta en el cruce de Buenos Aires con 27 de Febrero y se erigió en 2008 con el bronce fundido de 75.000 llaves donadas por habitantes de Rosario.

Para observar otras estatuas con ricas historias está la visita al Cementerio El Salvador, diurna o nocturna, guiada por el mismo Dante Taparelli linterna en mano. Pero hay una en particular, en las calles de la ciudad, considerada el emblema de la nueva Rosario: la que corona la Fuente de las Utopías frente al edificio de la Aduana. Su historia se remonta a principios del siglo XX, cuando trabajó en ella Carlos Righetti, uno de los primeros estucadores de la ciudad. La obra decoraba el viejo edificio de la Sociedad Rural y estaba abandonada y en muy mal estado cuando Taparelli la descubrió y propuso reinstalarla en un lugar central, con su imagen de una sirena raptada por un tritón. La estatua se restauró y fue reinaugurada en 2004. Según Taparelli, una arquitecta rosarina dijo la frase que inspiró el rediseño del espacio público de la ciudad: “Ante el horizonte de la nada, oponiendo el todo por hacer”. Y con esta fuente rescatada del olvido se quiso simbolizar el regreso de las utopías perdidas a una sociedad que aspira a un mundo mejor

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Una de las estatuas de Lola Mora. Detrás, el Monumento a la Bandera.
Imagen: Silvio Moriconi
 
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