turismo

Domingo, 10 de abril de 2016

PLACERES BIZANTINOS

Jabón de aceite de oliva, manopla de crin de caballo, agua tibia y una gran sala húmeda y con vapores son los elementos fundamentales de la sesión de baño y masajes en Estambul. Acepté una atractiva propuesta del hotel en que me alojaba, marqué un horario a media tarde y esperé con curiosidad mi turno. No había que llevar nada pues todo lo proporcionaba el local, con toallas, bata y pantuflas incluidas. En la recepción, ubicado en el nivel -1 del hotel, un camarero me hizo pasar primero a una especie de sauna «para que la piel comenzara a sudar», controló dos veces este efecto y cuando consideró que la transpiración había alcanzado la condición adecuada, me abrió la puerta del salón preparado para la segunda parte de la experiencia. Allí la protagonista era una mesada baja de mármol blanco, mojada por los vapores de agua caliente, sobre la cual me invitó a extenderme boca arriba. Hacerlo y comenzar a relajarme fue inmediato. El camarero se se alejó y a los pocos minutos llegó el masajista. Traía una palangana grande llena de agua tibia y jabonosa, en la que introdujo una especie de toalla larga y angosta, que suspendió y retorció sobre mi cabeza. Entonces una espumosa catarata que olía a olivas resbaló por mi cara. Esa maniobra se repitió de inmediato sobre las diferentes partes del cuerpo dándome la sensación de estar sumergida en un mar cálido y perfumado. Con la piel así preparada comenzaron los masajes, de la cabeza a los pies. Para el final, me senté en un banquito adosado a la pared junto a una canilla de bronce y el masajista me enjabonó la cabeza y la enjuagó, al igual que todo el cuerpo, vertiendo agua a fría con una jarra de cobre. Después me dio un toallón y una salida de baño para que me arropara y me explicó que cuando quisiera pasara al ambiente de relax. Allí me acomodé en una de las reposeras, y me había adormecido cuando otro camarero me acercó una fuente con frutas y un vasito de té. Tan agradable fue la experiencia que al otro día, en el Gran Bazar, compré todo lo imprescindible para hacer mi baño turco en Buenos Aires.

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Vendedores de semillas, en una plaza que hace del comercio un culto al regateo.
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