VERANO12 › LA RIBERA, DE ENRIQUE WERNICKE

La liviandad del andar en un muelle de madera

 Por Eduardo Berti

Los libros estaban guardados en un arcón, bajo llave, en una casa de veraneo a orillas del mar. Los libros subversivos, como se decía. Al cumplirse los siete años, el arcón se volvió a abrir y los libros reaparecieron cansados, con ese olor a humedad propio de los sótanos. Con un excesivo celo, entre los libros peligrosos se habían guardado también otros no tanto. Recuerdo dos en especial: una novela de Enrique Medina llamada Striptease (pocas retratan de manera tan directa el submundo sexual porteño) y La ribera, de Enrique Wernicke, Por entonces yo no sabía nada de este autor. Me llamó la atención el soldado en la tapa: edición de 1967, del Centro Editor. Leí La ribera en estado de embeleso. Por la historia, claro está. Por esa estrategia de vivir en el Tigre; de estar y no estar, a la vez, en la ciudad. ¿Porque el protagonista se llamaba como yo? Quizás. Pero ante todo por la prosa exquisitamente simple. Años después leí otros libros de Wernicke, como El agua. Pero La ribera es, para mí, un caso especial. Una de las grandes novelas argentinas, me arriesgaría a decir. Con alegría vi que Abelardo Castillo propició su reedición. Tal vez ocurra, salvando todas las diferencias estéticas, un acto de justicia comparable a cuando Piglia sacó de nuevo a la luz la alucinante (y alucinada) Eisejuaz, de Sara Gallardo.

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