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Leni Riefenstahl X HOMERO ALSINA THEVENET

 Por Homero Alsina Thevenet

Alguien pudo creer que Adolf Hitler era un fastidio, pero a Leni Riefenstahl le pareció muy simpático. Lo vio por primera vez en un congreso de 1932:

“Yo estaba como paralizada. Aunque no entendí gran cosa del discurso, actuó sobre mí de manera fascinante. Un fuego de tambor atronaba los tímpanos de los oyentes y noté que éstos habían sucumbido al magnetismo de aquel hombre”.

Las multitudes fascinadas provocaron hechos políticos. En las elecciones de 1932, y sin entender gran cosa del discurso, las masas dieron 13.418.547 votos a Hitler y los nazis, lo cual suponía el 36,8 por ciento del total. En enero de 1933 Hitler asumió el gobierno de Alemania y en septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, lo cual costó a Alemania más de cuatro millones de muertos. Lo mejor que puede decirse de Leni Riefenstahl es que no fue la única fascinada.

Mujer útil

En 1987, cuando Leni publicó sus Memorias en alemán, tuvo la franqueza de reconocer plenamente su adhesión inicial a Hitler y también el apoyo que el dictador le prestó en su carrera inmediata. Ese es un rincón poco conocido del gran tema que es “Cine y Política”, con lo que debe celebrarse que las Memorias hayan sido editadas en castellano (por Lumen, Barcelona) y en seiscientas nutridas páginas, más algunas notables fotos.

Cuando inició su carrera hacia las cumbres, Leni tenía 30 años de edad y precedentes artísticos estimables, como bailarina, actriz, alpinista y directora cinematográfica a lo largo de seis años. En su foja de servicios figuraban Prisioneros de la montaña (por G. W. Pabst y Arnold Fanck, 1929) y La luz azul (1932), donde fue realizadora, argumentista y primera actriz. A esa altura, vio a Hitler en un congreso y le envió una carta de admiración, donde se proclamaba magnetizada. Poco después, Hitler derramaba elogios sobre Leni y la convencía de que hiciera para el Partido una película documental, luego conocida como La victoria de la fe (Sieg des Glaubens), que más tarde fue escondida y seguramente destruida. Contenía imágenes de Ernst Röhm y otros jerarcas nazis que después llegaron a caer en desgracia.

Con los elogios a ese documental, Leni recibió el encargo de filmar una segunda obra mayor, que sería El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens), registrando el colosal congreso nazi de 1934 en Nuremberg. Aunque primero no quiso hacerlo, Leni terminó por aceptar, ante la insistencia de Hitler, y allí quedó sellado su destino. Dos años después, Leni se hizo cargo de documentar las Olimpíadas de Berlín en 1936. Esto se concretó finalmente en una doble película titulada Olympia (I y II), que superaba de lejos todo lo que el cine hubiera hecho hasta entonces para registrar el deporte.

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