ECONOMíA › OPINION

Menos teoría, más negocios

 Por Julio Nudler

Ahora los empresarios hablan de negocios. Esta es la palabra con la que definen su nueva actitud, de claro pragmatismo. La impresión que cunde es que “con Kirchner se pueden hacer negocios”. Entiéndase bien: con un peso subvaluado, el menor superávit primario compatible con un acuerdo con el FMI, un discurso productivista genérico y una política de reparación social constreñida dentro de marcos presupuestarios muy estrictos; en fin, con todo eso y el natural rebote económico postderrumbe, gracias al brusco cambio de precios relativos –desplome salarial incluido–, con todo eso se pueden hacer negocios, unos más, otros menos.
La resistencia ideológica de los capitalistas se extenuó en las ilusiones Menem y López Murphy, detrás de las cuales rielaban, como las peligrosas aguas de un río nocturno, las prédicas de los inveterados economistas del establishment, que en realidad postulaban un continuismo imposible. No es sorprendente que sean los hombres de negocios, tan plásticos como sus intereses, los primeros en advertir la conveniencia de cambiar y arrimarse al poder político actual, cortejarlo y condicionarlo. Son como los piqueteros negociadores. Del otro lado están los rígidos, los irreductibles, que para el caso son esos economistas deteriorados por el desenlace de los ‘90 y que se quedan discutiendo con ministros desaforados y van al programa de Grondona y esgrimen otros gestos inconducentes.
No es que esos economistas –algunos al menos– no van a cambiar. En realidad, han vivido cambiando con una suerte de tropismo: ellos también tienen un negocio que cuidar, un negocio derivado, subsidiario del de las grandes empresas y la banca, que no les van a pagar por una receta de confrontación con el nuevo poder político, al menos mientras no haya chance de otro. Por tanto, la nueva simulación ordena simular otra cosa: simular que se ha comprendido, que existe una profunda consustanciación con el país y el proyecto kirchneriano, y hasta con la lucha contra la corrupción y por supuesto la inseguridad.
Luego, dentro de este nuevo ambiente dialoguista, lubricado con inversiones que se anuncian y voluntarismo a la carta, verá cada cual cómo gravitar en el diseño de todo lo que el gobierno sigue teniendo más bien confuso: asuntos como la nueva coparticipación, la reforma tributaria, el futuro régimen previsional, los acuerdos comerciales, entre varios otros. El equipo de gobierno es suficientemente heterogéneo, inorgánico e intuitivo como para que el juego esté notablemente abierto. Es hora de dar esas peleas, y no las retóricas.

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