EL MUNDO › COMO SE PERFILA LA LUCHA ENTRE REFORMISTAS
Y CONSERVADORES POR GANAR EL TRONO DE PEDRO

Quién es quién entre los principales “papábiles”

“Quien entra al cónclave como papa sale como cardenal”, dicen en el Vaticano. Y la sucesión de Juan Pablo II no parece ser la excepción. Esa sucesión no se decidirá sobre líneas geográficas sino ideológicas. Y se anuncia un choque entre reformistas y conservadores.

 Por Washington Uranga

Tiene sentido indagar en los nombres de aquellos que pueden suceder a Juan Pablo II al frente de los más de mil millones de católicos que viven en todo el mundo, pero mucho más importante que los mismos nombres es establecer cuáles son las posiciones que se pondrán en juego en la elección. Sobre todo teniendo en cuenta que el nuevo Papa surgirá con suma de votos transversales a las regiones del mundo y a los continentes. Los alineamientos se producirán mayormente por afinidades respecto de la concepción de la Iglesia, la orientación teológica e ideológica de los cardenales electores y no tanto por bloques o regiones. Esto último incluye también a los 47 electores llamados “curiales” (los cardenales que ocupan puestos en el Vaticano) que si bien pueden tener un peso significativo a la hora de la votación, no tienen entre sí una posición única.
La mayoría de los analistas de política vaticana consideran que la acentuación de la internacionalidad del colegio de electores que se dio durante el pontificado de Karol Wojtyla –aun contando con la preeminencia de los italianos– es lo que permitirá un tipo de alianzas más cercana a las posiciones ideológicas, apartándose de los alineamientos regionales o de bloques. En esta lógica de análisis es posible determinar las tendencias existentes, aunque resulta bien difícil señalar un grupo o una corriente que tenga claro predominio sobre las otras. Esto ocurre porque las coincidencias en algunos planos se convierten a veces en diferencias en otros aspectos y entre todos hay muchos tipos de matices. Está claro que hay corrientes que se pueden advertir, pero no existen alineamientos o grupos reconocidos o que se autoproclamen como tales. Tampoco hay candidaturas. Hay nombres que están en boca de muchos. Pero en el Vaticano todo el mundo recuerda la frase que se repite antes de cada cónclave: “Quien entra Papa sale cardenal”.
Otro factor que incidirá sin duda en la elección es la determinación que tomen los cardenales respecto del tipo de papado que quieren para la Iglesia ahora, después de un pontificado de 26 años de Juan Pablo II. Si, como muchos suponen, los electores se inclinan por un pontificado “de transición”, es decir, un Papa que gobierne por menos tiempo y con la misión de reajustar y adecuar la vida de la Iglesia –tal como sucedió en 1958 después de 19 años de papado de Pio XII– el elegido tendrá que ser seleccionado entre los candidatos de mayor edad, tomando en cuenta que la elección es de por vida.
Entre los cardenales electores existe un grupo que los “vaticanólogos” llaman “reformistas”, cuya posición está claramente orientada hacia la descentralización de la Iglesia a favor de darle mayor poder y autonomía a las iglesias locales (de cada diócesis y cada país). Esto supone también una reforma de la actual estructura de la Curia vaticana, que ha ido ganando más y más poder durante el pontificado de Juan Pablo II, en particular en los últimos años, cuando la salud del Papa le impidió tener una presencia más activa en la conducción de la Iglesia Católica. Los reformistas tienen por lo general una mirada abierta a la sociedad, pregonan el diálogo de la Iglesia con interlocutores plurales, se preocupan por la política y los problemas de la humanidad y en lo interno abogan por una reducción del poder centralizado de Roma y de los obispos en favor de una más activa participación de los laicos y laicos católicos en las decisiones. Pretenden, al mismo tiempo, utilizar la autoridad moral o espiritual del catolicismo para oponerse al avance de “reino del dinero” y en favor de la equidad social. Son partidarios también del diálogo y la construcción conjunta con las otras religiones.
Es probable que de triunfar esta posición, el nuevo Papa –cualquiera que sea– convoque rápidamente a un concilio (una asamblea general de toda la Iglesia Católica) tal como lo hizo el papa Roncalli (Juan XXIII), después de su elección en 1958. El propósito de ese concilio sería precisamente estudiar y promover las reformas necesarias en el catolicismo para adaptarse a la situación del mundo actual.
Una de las figuras más mencionadas como candidato de los reformistas es precisamente un latinoamericano, el cardenal de Tegucigalpa, Oscar Rodríguez Madariaga. Se trata de un hombre muy reconocido en América latina, donde fue secretario y luego presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), pero también en el resto de los continentes en virtud de su actuación internacional como miembro del secretariado permanente del Sínodo (mundial) de Obispos (1994-2001). Nacido en 1942 en Tegucigalpa (Honduras), Rodríguez Madariaga pertenece a la congregación de los salesianos, habla cinco idiomas, es profesor de física, matemática, ciencias naturales y química; tiene un título en teología, otro en psicología y otro en psicoterapia, este último obtenido en Innsbruck. Fue nombrado obispo a los 36 años y es cardenal desde el 2001.
El actual arzobispo de Tegucigalpa es además un experto en doctrina social de la Iglesia y ha sido uno de los más duros críticos eclesiásticos del neoliberalismo por las consecuencias de pobreza que acarrea al mundo. Para algunos de los conocedores de la lógica eclesiástica de la jerarquía católica la elección de un latinoamericano como papa –sobre todo después de haberse roto la tradición italiana– tendría un fuerte peso simbólico respecto de la internacionalidad del catolicismo y significaría un reconocimiento importante al continente más mayoritariamente católico.
Otro candidato de los reformistas puede ser el cardenal italiano Carlo Martini, arzobispo emérito de Milán quien, después de abandonar el gobierno efectivo de su diócesis (al cumplir los 75 años) se ha retirado provisoriamente a Jerusalén para realizar estudios bíblicos. Martini (nacido en Turín en 1927) pertenece a la Compañía de Jesús (jesuitas), es teólogo y fue nombrado obispo en 1979 y cardenal en 1983. Ha sido uno de los miembros del colegio cardenalicio que más discrepancias sostuvo con Juan Pablo II, en particular por la forma como el papa Wojtyla manejó la disciplina interna de la Iglesia, entendida como excesivamente centralista y afirmada en el poder central del Vaticano. En vista de su edad, las chances de Martini se acrecientan si los electores deciden inclinarse por un papado de transición.
En oposición a los reformistas se alinea un grupo de cardenales que se apoyan en la pretendida “ortodoxia católica”, con una perspectiva sumamente “romanocéntrica” y que está integrado por “curiales” que han dominado en el último tiempo del pontificado de Juan Pablo II. A la cabeza de este grupo se encuentra el cardenal italiano Angelo Sodano (1927), actual secretario de Estado (número dos del Vaticano), ex nuncio en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, con quien entabló relaciones muy amistosas. En la Argentina fue Esteban Caselli (embajador en la Santa Sede durante el gobierno de Menem) quien mantuvo las mejores relaciones con Sodano. Junto a él se alinea un fuerte grupo de latinoamericanos con presencia en la Curia y que también guardan sus propias aspiraciones de arribar al trono de Pedro. Ellos son los cardenales colombianos Alfonso López Trujillo (presidente del Pontificio Consejo para la Familia) y Darío Castrillón Hoyos (presidente de la Congregación para el Clero), y el chileno Jorge Medina, un ultraconservador y público defensor de Pinochet. Todo este grupo, que sumaría también el apoyo del cardenal alemán Josef Ratzinger, un abanderado de la lucha contra la Teología de la Liberación, podría proponer la candidatura del cardenal de Bolonia (Italia), Giacomo Biffi (1928). Este cardenal cobró notoriedad por su sonada discrepancia con Juan Pablo II cuando el Papa pidió público perdón por los “errores de la Iglesia” y criticó de manera directa la apertura de Wojtyla al diálogo interreligioso. Biffi tendría el respaldo del Opus Dei y del fuerte movimiento neoconservador italiano Comunión y Liberación, con mucho peso en la Curia romana. Una figura alternativa a la de Biffi es el también italiano Camillo Ruini (1931), arzobispo y pro-vicario de Roma, cardenal desde 1991, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y de posiciones igualmente conservadoras.
Desde el mismo costado ideológico puede postularse al cardenal suizo Christoph Schonborn (1945), arzobispo de Viena, teólogo con estudios sociales en La Sorbonne (París) y perteneciente a la orden de los dominicos. Se lo reconoce como un hombre sumamente inteligente y entre sus actuaciones más destacadas se cuenta la de haber participado de la redacción del “Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica”, un texto que los sectores más avanzados consideran un claro retroceso desde todo punto de vista. Otro latinoamericano puede sumarse por el lado de los conservadores a la lista de los candidatos. Se trata del cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera (1942), obispo desde 1985 y cardenal desde 1998. A pesar del reconocimiento que Rivera tiene dentro del Episcopado latinoamericano, no son muchas las chances que a primera vista se le asignan al mexicano.
Otro lote de candidatos puede surgir como resultado de la negociación entre estas dos posiciones. En este grupo se cuentan el cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi (1934), doctor en teología y con una trayectoria muy reconocida como arzobispo de las sedes de Ancona y Génova (Italia), secretario general y luego vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana. Es obispo desde 1989 y cardenal desde 1998. El propio cardenal Martini y su amigo el también cardenal italiano Giovanni Re (ex sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano) podrían impulsar su candidatura.
El nombre de otro latinoamericano puede inscribirse entre los que aparecen como candidatos de compromiso entre uno y otro sector. Se trata del cardenal de San Pablo (Brasil), Claudio Hummes (1934), un franciscano que es obispo desde 1975 y que llegó a cardenal en el 2001. Hummes es un hombre que en los setenta estuvo claramente alineado en la Teología de la Liberación y que luego se inclinó hacia posiciones más conservadoras y conciliadoras con el Vaticano. Algunos periodistas especializados en cuestiones vaticanas también incluyen en la lista al argentino Jorge Bergoglio (1936), arzobispo de Buenos Aires, pero la mayoría de los observadores le asignan poco respaldo entre los electores. No habría que descartar tampoco una eventual candidatura africana, en cuyo caso el nombre más escuchado es el del cardenal de Onitsha (Nigeria), Francis Arinze (1932), obispo desde 1965 y cardenal desde 1985. Este obispo es un hombre de posiciones más bien conservadoras pero considerado dialoguista y de mucho prestigio en Roma. Sin lugar a dudas, el nombramiento de un cardenal negro africano como máxima autoridad de la Iglesia Católica generaría un gran golpe de efecto.

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Josef Ratzinger, referente de los conservadores.
 
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