EL PAíS › OPINION

Alfano: detrás del escándalo

 Por  Alejandro Kaufman *

El debate sobre géneros mediáticos faranduleros versus cuestiones políticas serias, bajo la forma presente del escándalo propio de la frivolidad hegemónica, podría no obstante señalar una inflexión para la hegemonía cultural mediática, intacta entre la dictadura del ’76 y la ruptura del statu quo en 2008. Ello se sitúa en nuevas y necesarias discusiones toda vez que el tema de la propiedad mediática monopólica se estabilizó en las agendas públicas.

La frivolización mediática generalizada, sistemática y amarillista vio la luz en su forma actual durante la dictadura del ’76 y constituyó una modalidad hegemónica desde entonces, con nuevos impulsos durante el menemismo. Las prácticas discursivas del kirchnerismo aportaron un rumbo conflictivo contra la condición denigratoria que la frivolización imprime al discurso político, hasta el antagonismo frontal que fue instalando nuevos temas en las agendas públicas en 2008. Desde entonces la prensa profesional tuvo su oportunidad para asimilar el conflicto y decidir entre posiciones conservadoras o iniciativas críticas. Aunque cada ocasión se ofrece para un balance en el marco del debate, nunca concluyente, lo cierto es que se produjo una pronta polarización alrededor del sesgo mentira/verdad, monopolio/pluralismo. Son legítimas cuestiones que fueron dejando no obstante a un costado el problema de la frivolización del discurso político. Se omitió su tratamiento, dado que, en términos generales, los actores políticos parecían haber recuperado legitimidad. Por otra parte, algunos creen arriesgado cuestionar las falacias que atribuyen adhesión homogénea y masiva de las audiencias a la chatarra mediática.

En los medios audiovisuales emergentes prevalecieron creaciones híbridas entre las formas hegemónicas frívolas y las nuevas modalidades de reparación legitimadora del discurso político. Las urgencias determinadas por la gobernabilidad limitaron también el alcance de las impugnaciones cualitativas contra la hegemonía mediática. En el contexto de los actuales debates post-hegemónicos prevalecen las posturas conservadoras de la frivolización, por razones técnicas, comerciales y de producción que encubren falta de creatividad, imaginación y voluntad. Además, está el problema de la distinción no siempre fácil de hacer entre masividad mediática, tal como las mediciones de audiencia señalan, y dimensiones populares cualitativas de las culturas masivas. Es más cómodo ceder a la hegemonía, que las identifica entre sí en función de sus propósitos. Adoptar otro camino es costoso, aunque indispensable si nos interesa apostar a una gravitación crítica en el debate post-hegemónico.

Para discutir alternativas hay que apartar la vista del escándalo con el que se nos distrae y prestar atención a lo que importa: el aparato propagandístico mediático y farandulero –preservado intacto– fue legado por la dictadura a la institucionalidad democrática. Nuevas generaciones de comunicadores subordinados mantuvieron indemnes a las figuras periodísticas y faranduleras de la dictadura, hasta la fecha. La presencia de dichas figuras en los medios hegemónicos actuales no es inocente ni casual. Ellas no pudieron ignorar nada de lo que dicen ignorar. Otros comunicadores, con el fin de prevalecer en los nuevos medios, condescienden de manera gatopardista con las peores retóricas espectaculares para otorgar un apoyo pragmático al Gobierno. Es algo que podría ser comprensible, pero ni siquiera tiene la eficacia alegada y deberá ser discutido tarde o temprano en función de los intereses populares efectivos, de los cuales son divergentes.

En definitiva: permanecieron las mismas figuras y son ellas las que pautan los estilos y las formas con que discutimos el modo de juzgarlos cuando por fin llega el momento de hacerlo. Hay dos modalidades paradigmáticas de la hegemonía farandulera en nuestros medios hegemónicos: el héroe del rating nocturno, sostenedor principal –de diversas maneras– de una matriz autoritaria post-dictatorial, y la prensa en la que cohabitan efluvios cloacales y prostituyentes con escrituras de primera línea. Una es legataria de la dictadura, aunque declara adhesión a los intereses populares. La otra fundó el paradigma durante los años del horror, aunque arguye independencia. Ambas establecen agenda.

* Profesor en Teoría de la Comunicación y la Subjetividad.

Ensayista y crítico de la cultura.

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