EL PAíS › OPINION

Campañas, mitos, hechos, denuncias

El Consejo del Salario, un desenlace peculiar. Un gesto de autoridad presidencial. Las asignaciones familiares, en carpeta. Denuncias sobre fraude, conmoción en Estocolmo. Las boletas únicas, debates serios o improvisados. Desafíos para el próximo gobierno, semejanzas y diferencias con el 2007.

 Por Mario Wainfeld

Imagen: Télam

El Consejo Nacional para el empleo, la productividad y el salario mínimo (“Consejo del Salario” o “Consejo” en esta nota) plasmó un acuerdo express, con varias novedades. Se acordó un aumento del salario mínimo vital y móvil menor al solicitado en conjunto por la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). La presidenta Cristina Fernández de Kirchner presionó para obtener la firma sobre tablas, afirmando que en caso de titubeos “laudaría” sin esperar el consenso, como fue regla en cónclaves anteriores. Hizo sentir su autoridad, asentada sobre carradas de votos frescos. Sin esa legitimidad cuantificada de modo rotundo en las primarias, el trámite hubiera tenido otras peripecias, más trabas. Las corporaciones patronales y las centrales obreras hicieron una reverencia a Cristina Fernández de Kirchner, firmaron de conformidad, resolvieron no interferir en su tránsito hacia las elecciones de octubre.

El acuerdo se parece más a una comida calentada en microondas que a otra cocinada en horno de barro: el calor podrá ser similar, el gusto y la calidad distintos. El Consejo cumple, de cualquier modo, años de regular convocatoria, con permanentes subas. Una institución valorable, con desempeños sin precedentes en la historia democrática, que acusa cierta fatiga y necesidad de mejorar o de ser sustituida (o completada) con otras instancias colegiadas.

La CTA reclamó, y consiguió, la promesa de próximo tratamiento del aumento del tope salarial estipulado para cobrar asignaciones familiares. La inflación achata el techo, lo desactualiza año a año. Lo que era un salario alto se transforma en mediano.

Las instancias de puja distributiva, incluidas las conducidas por el Ejecutivo, reconocen la inflación, tan callada como inequívocamente. Sin ese dato sería inexplicable una suba del 25 por ciento del salario mínimo, pagadera desde este mes, sin escalonamientos que reducirían su valor adquisitivo. La cifra no es un ajuste, porque supera seguramente algo la inflación corrida. Con esa misma vara, tampoco es un cabal aumento.

En la Casa Rosada importa controlar las variables, dar señales de autoridad respecto de la CGT, mantener un escenario controlado hasta fin de año, con gigantesca escala en las elecciones de octubre.

Están en carpeta la ampliación del número de trabajadores que perciben asignaciones familiares y el aumento de éstas, lo que abarca la Asignación Universal por Hijo (AUH). El salario mínimo carga sobre las empresas y rige sobre un universo difícil de cuantificar y no tan numeroso de laburantes. Las asignaciones familiares (la contributiva y la AUH) tienen otro peso: conllevan un importante esfuerzo fiscal, un impacto presupuestario sensible. Se actualizarán, más pronto que tarde. La inminencia de los comicios es un aliciente coyuntural. Pero debe recordarse, de nuevo, que en todos los años de la era kirchnerista se repite la secuencia paritarias-Consejo del Salario-aumento de las asignaciones universales. Es una sana costumbre anual, jamás practicada con esa persistencia y sesgo por los sucesivos gobiernos surgidos desde 1983.

Las jubilaciones subirán en septiembre, conforme al coeficiente fijado por ley, el monto ya fue anunciado por la Presidenta. Se cierra un círculo de incentivo a los ingresos de sectores medios y bajos, con alto compromiso fiscal.

El oficialismo mira la campaña “formal”, controla los spots y otros detalles. Cristina Kirchner desgrana una oratoria sensiblemente diferente a la de un año atrás. Pero de todas maneras, su caballito de batalla finca en los hechos y, sólo secundariamente, en su descripción. La gestión es el principal argumento del Frente para la Victoria (FpV) para repetir su notable performance en las primarias.

Los opositores se mueven, a trancas y barrancas, por otros andariveles, menos estimulantes.

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Conmoción en Escandinavia: El decano de Sociales de la Universidad de Estocolmo le escribe a su ex discípulo dilecto, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina. “Me enteré de un fraude ciclópeo en las elecciones primarias, supuestamente ganadas por el kirchnerismo. Le pido me haga llegar un informe detallado sobre una maniobra tan brutal, alterando los cómputos en el orden del 40 por ciento. Cuénteme, por favor, quién triunfó realmente y cuáles fueron los recursos chavistas utilizados. Todo lo que huela a chavismo vende muy bien por acá y andamos bajos de matrículas pagas. Le doy dos semanas.”

El decano está hastiado de su pupilo, que le envía informes cada vez más espaciados, más breves y rutinarios. Para colmo le ha hecho contratar por un platal (y sin asignarle tareas visibles o confesables) a la pelirroja progre que ahora es cristinista.

“No crea en los grandes medios, profesor. El fraude no está comprobado, de momento ni siquiera denunciado formalmente. El juez Manuel Blanco dijo que hubo irregularidades pero negó la posibilidad de dolo. Y el juez Ricardo Lorenzetti refutó todas las especulaciones defendiendo la limpieza del comicio.”

“Ese Lorenzetti –fulmina el decano, de volea– debe ser un ultra kirchnerista o un magistrado asustado por los grupos de choque del gobierno. No me mienta más, ni me duerma. Aparte, me enteré por vías informales de que hay diferencias entre el escrutinio provisorio y el definitivo. Labure pronto o le corto los víveres”, concluye. Al fastidio con su enviado se agrega una preocupación personal. El decano está nervioso porque hace un par de años invirtió parte de sus ahorros en bonos griegos, aconsejado por un docente de Económicas, de Gotemburgo, primo lejano de Miguel Angel Broda.

“Lorenzetti es el presidente de la Corte Suprema, profesor. Y las diferencias entre el escrutinio provisorio y el judicial mejoran el porcentaje de Cristina”, responde el politólogo. Para no desamparar a su fuente de divisas, le propone un estudio sistematizado del voto oficialista en el Conurbano. A la espera de noticias, parte con la pelirroja con rumbo desconocido, aunque imaginable.

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Una boleta mítica: La dirigencia opositora denunció durante meses que las primarias serían suspendidas. Enredada en sus propios embustes, nada efectivo hizo para capitalizarlas en beneficio propio. La experiencia cercana no enseña nada al Grupo “A”, que no escarmienta. Se embarca en denuncias inverosímiles, que ningunean el veredicto popular. Se autoengañan, tratando de distraer a otros.

Los reclamos extemporáneos sobre la aplicación de la boleta única en octubre son un rebusque para pescar votos en las legislativas.

La experiencia de la boleta única, en las provinciales de Santa Fe y Córdoba, no dio cuenta de una panacea universal sino de una herramienta interesante, digna de ser analizada con rigor. Por lo pronto, y sin broma alguna, las dos boletas únicas fueron diferentes. En Santa Fe hubo una boleta para cada categoría elegida (gobernador, senadores, diputados, intendentes). En Córdoba, en cambio, se presentó una sabanita donde estaban todos los partidos y todas las categorías. El ciudadano debía marcar sus favoritos. En Córdoba había dos modos de votar lista completa: haciendo la cruz en un casillero específico o varias en cada una de las categorías. Esta dualidad –da la impresión– indujo a error a numerosos votantes.

En ambos distritos hubo proporciones inusualmente altas de votos en blanco o anulados (salvo para gobernador), lo que induce a deducir que los ciudadanos no manejaron del todo bien la novedad.

De cualquier modo, es evidente que la boleta tradicional, que acollara a todas las candidaturas de un frente o partido, genera una propensión a no cortar. O, al menos, facilita esa conducta entre quienes eligen “de una”. Las llamadas boletas únicas sesgan más al corte. Hay una valoración y una discusión pendiente allí.

El sentido común dominante tiende a endiosar la diseminación del voto, la proliferación de bloques en los parlamentos. Es un criterio más que opinable, ya que los sistemas democráticos más estables funcionan con alta disciplina de bloque y relativamente escasa dispersión de fuerzas con representación parlamentaria. La dispersión criolla se acentúa porque la praxis del Congreso nacional fomenta la proliferación de minikios... perdón... de minibloques o hasta monobloques. El diseño multicolor dista de garantizar eficiencia y se da de patadas con el proclamado afán de fortalecer a los partidos políticos, que no rinden mucho con secesiones permanentes, arrebatos personalistas, cambios de camiseta permanentes. La experiencia del Congreso entre 2009 y 2011 distó de ser un ejemplo de pluralismo eficiente, el saldo fue un empate bobo y un rosario de cambios de bancada, pensados casi siempre en clave individualista.

Volvamos al núcleo. La boleta única se ha ganado, por así decir, una oportunidad de ser abordada a fondo. Jamás podrá hacerse bien en la inminencia de una elección ni al servicio obvio de las necesidades de los partidos opositores.

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Desafíos 2012: Si el próximo gobierno conserva el rumbo iniciado en 2003, deberá hacerse cargo de numerosos cambios, impuestos por las mutaciones ocurridas en la sociedad argentina, la emergencia de nuevos actores, la existencia de ganadores y perdedores del “modelo”. Por no hablar de la crisis económica internacional, que pegará menos acá que en otras comarcas pero que nos alcanzará también.

Si, como todo lo indica, Cristina Kirchner es reelecta, se reencontrará con cuestiones ya planteadas en 2007: algunas fueron modificadas en gran medida, otras no. Una de ellas es la necesidad de instancias colectivas que discurran o resuelvan sobre la economía, la distribución del ingreso y la puja entre patronales y trabajadores. Hace cuatro años (y un par de veces luego) el oficialismo coqueteó con la creación de un Consejo Económico Social. El conflicto con las entidades agropecuarias (a las que se plegaron grandes corporaciones y oligopolios) disuadió a la Casa Rosada del intento. También la motivaron sospechas acerca de la falta de capacidad concertadora de grandes jugadores. El panorama de los años venideros subraya que esa hipótesis de trabajo se parece bastante a una necesidad. Parece imposible mantener intactos los subsidios en los próximos cuatro años, es inimaginable mocharlos de raíz porque podarían también buena parte del salario real. Es indeseable que siga una inflación tan alta y es imposible matarla de un tiro entre los ojos, como sucede con las híper. Sería un retroceso discontinuar las convenciones colectivas de trabajo pero no es muy funcional su transcurrir escalonado y espiralizado. Es estimulante que el salario mínimo local sea el más alto de la región pero no es satisfactorio en valores absolutos. Para todos esos desafíos, acaso, resultan insuficientes los instrumentos de la etapa previa.

La AUH fue un salto cualitativo en las políticas sociales. Más de tres millones y medio de chicos, que viven en más de 1,9 millón de hogares, son sus beneficiarios. Su importe clama por una actualización que repare su retraso respecto de la inflación. Pero, además, el número se mantiene sin ascensos desde hace largo rato, pese a ciertas, valorables, incorporaciones: las embarazadas, los trabajadores de temporada. Una revisión acerca de sus condicionalidades, que dejan afuera injustamente a menores que deberían tener cobertura, es otra tarea pendiente.

El año electoral va transcurriendo sin medidas fundacionales que fueron gran marca del kirchnerismo. Es lógico que sea así, en aras de la gobernabilidad y la estabilidad que son pasaporte para el consenso.

Ese horizonte será distinto en los tiempos por venir. Difíciles, como todos. Hay factores que ayudan a ser optimistas. Entre ellos, según parece, que los retos los deberá afrontar un gobierno revalidado con una alta cosecha de votos, legitimado después de dos mandatos. Un recorrido electoral envidiable, envidiado, aleccionador.

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