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Deseos íntimos

 Por Alfredo Zaiat

El atrincherado presidente del Banco Central tiene la meta personal de satisfacer un deseo íntimo de culminar su mandato de seis años, para convertirse en el único que lo cumplió en el actual período democrático, y pretender ubicarse así al nivel del primer titular de la entidad, Ernesto Bosch. En ese caso, si llega a septiembre de este año, aparecerá en los libros institucionales en un lugar destacado pensando en la historia de la autoridad monetaria. El ex ortodoxo, luego neoheterodoxo y ahora de regreso a su fuente originaria también guarda otro deseo íntimo. Este último es de corto plazo y no tiene el encanto recoleto del record de permanencia en la poltrona principal del Central. Se vincula a su futuro político inmediato de presentarse ante la sociedad como un eventual próximo ministro de Economía previsible o como aspirante a un cargo de mayor envergadura, que solo él vislumbra. La sobreactuación de “independencia”, cuando a lo largo de su extenso mandato ha mostrado escaso empeño en expresarla, lo ubica entonces en ese lugar que entusiasma a gran parte de la oposición y a la cadena nacional de medios privados: en el espacio del funcionario que se enfrenta al gobierno que integró durante más de cinco años, y que ahora especula con que llegó el momento de adaptarse al supuesto nuevo humor social y político. Puede ser que de ese modo Martín Redrado no tenga la angustia de resolver su dilema existencial, que queda expuesto entre ingresar al libro de historia del Banco Central junto a Bosch, destacado exponente de la oligarquía que construyó en Palermo el palacio en que hoy reside el embajador de Estados Unidos, y la especulación política de convertirse en el principal economista de referencia del establishment local e internacional. Esta peculiar decisión de pretender satisfacer sus dos deseos íntimos continuaría la senda que trazó el vicepresidente en ejercicio de la oposición, que levantando las banderas de la “institucionalidad” no ahorra recursos para violentarla.

Este conflicto no tiene que ver con el uso de las reservas, que es un debate que se presenta interesante desarrollar en el ámbito del Congreso para conocer la opinión de todas las fuerzas políticas, ni sobre la Carta Orgánica y la conservadora idea de “independencia” del BCRA, que el kirchnerismo no se animó a modificar para saldar una hipoteca de la década del noventa. Se trata de un enfrentamiento político entre un funcionario que ocupa uno de los cargos jerárquicos más importante del área económica con la presidenta de la Nación a partir de una medida dispuesta por un decreto de necesidad y urgencia. La oposición a esa iniciativa tiene elementos entendibles, que van en contra de la decisión del Ejecutivo, que a la vez también posee argumentos comprensibles. En una organización de gobierno, quien no está de acuerdo luego de plantear sus objeciones se enfrenta a una única opción, salvo que sus deseos íntimos sean más fuertes que la declamada “institucionalidad”.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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