SOCIEDAD › LOS CURSOS DE YOGA Y LAS TECNICAS DE RELAJACION, AHORA TAMBIEN PARA NIÑOS

Silencio, chicos meditando

Son niños de 8 a 13 años. Aprenden técnicas de respiración, meditan para poder dormirse, toman energía del sol. Los instructores sostienen que así manejan mejor los impulsos negativos. Y que se vuelven más tranquilos y felices.

 Por Sonia Santoro

Agustin tiene 8 años, va a tercer grado en una escuela privada de doble jornada. Hace un tiempo empezó a costarle dormirse a la noche, daba vueltas en la cama y no lo lograba hasta bien tarde. Después de hacer un curso donde le enseñaron a respirar y a meditar, sus noches cambiaron. Algo similar le pasó a Michelle, de 11 años, una nena asmática que ya no tiene miedo de sus ahogos porque aprendió a tranquilizarse. Enseñar a respirar y a meditar a chicos de 8 a 13 años los hace más tranquilos y felices. Con esta premisa, una organización internacional sin fines de lucro genera encuentros para darles herramientas desde temprano “para un mejor manejo de sus emociones negativas, al mismo tiempo que les brinda un contexto armonioso y lúdico para su desarrollo interno”.

Agustín está tan entusiasmado que ya va por el tercer curso en el año. ¿Por qué tanto interés? “Me gusta porque me puedo relajar y porque es interesante”, dice. ¿Y qué es lo interesante? “Jugás, haces amigos nuevos y aprendés muchas cosas, técnicas de relajación, y también porque podés hacer eso cuando no podés dormir bien y te hace dormir perfecto”, dice.

Además de los cinco días que participó del curso, se llevó a casa una rutina de ejercicios. “Hago saludos al sol, respiración de la alegría, todo. Lo hago solo, no se puede hacer con nadie porque si no se llevan toda la energía. Imaginate que lo hago con el perro y el perro salga bailando... A mí me llena de energía”, dice, con su lógica. Luego resume lo que hicieron cada día: “Primer día: charlamos, nos conocemos todos con nuestros nombres e hicimos juegos. Segundo día, empezamos a hacer saludos al sol y a jugar y seguimos jugando. Al tercer día: pintamos los cuadernos y después hicimos respiraciones. El jueves no estuve porque fui a fútbol. Hoy vamos a cerrar el curso y vamos a hacer juegos que se comparten con los padres y vamos a terminar de hacer amigos. Hay que hacer 14 amigos para tener más. Así estaba en la fotocopia”.

El curso se llama Art Excel (arte para la excelencia) y se presenta como un programa de liderazgo y valores humanos basado en el yoga. Está destinado a chicos de 8 a 13 años y dura cinco días durante tres horas. Lo dicta la Fundación Arte de Vivir, una organización internacional que funciona en Argentina desde hace 12 años aunque los cursos para chicos comenzaron recién en 2007.

Melina Tirado tiene 25 años y hace dos que es instructora y se dedica a esto todo el tiempo, aunque terminó el conservatorio de música y estudia musicoterapia. Hizo el curso a los 19 años y los cambios que notó en ella la llevaron a ayudar a transmitirlo a otra gente. Cuando estudiaba música, cuenta, dormía tres horas por día, se mantenía despierta a café y aspirinas porque no resistía el ritmo, meditando empezó a concentrarse más, a estar más tranquila y a dormir mejor.

El relato de quienes lo probaron habla de un antes y un después en que sintieron que su vida cambiaba. Mariana Chami, también instructora, sufre artrosis reumatoidea desde chica, pero con la sudarsaan kriya, que es la técnica principal de respiración, lo vive mejor. “Cuando la hacés, no podés dejar de sonreír. Si hubiera tenido esta técnica de chica, mi vida habría sido diferente”, asegura.

En la tarde cuatro de uno de los cursos reciben a esta cronista en la sede de Colegiales. Hay que sacarse los zapatos y dejarlos en un cuarto donde se apilan y amontonan 40 pares de zapatillas infantiles. El salón del curso es amplio, con grandes ventanales. Al frente, hay un poster de un hombre de barba y pelo largo. Es Sri Sri Ravi Shankar, un hindú de 53 años que fundó y lidera la organización. En el centro, un cuadro en el que se ve una especie de mandala, un círculo con ocho manos encontradas. A la izquierda, algunos apuntes de trabajo. “Pasado: tristeza, miedo. Presente: alegría, risa, felicidad. Futuro: ansiedad, nervios, preocupación”, se lee en un cuadro. “La idea es estar bien sin las preocupaciones del futuro y la mochila del pasado”, dirá minutos más tarde Alejandro Londinsky, el papá de Agustín, que también hizo el curso.

–¿A qué se parece esta postura? –pregunta una profesora vestida de blanco, al frente del grupo de 40 nenes y nenas inquietos y bulliciosos aunque estén tomando una clase de yoga.

–A la del saludo al sol –grita una nena.

–Muy bien –dice la profesora y empieza a moverse–. Miro al cielo, montaña, rodilla al pecho, mentón, cobra. Namaste. Inhalo y hago la montaña, exhalo arriba y atrás. Namaste –dice ella seguida del coro de niños que no se privan de reírse cuando se caen perdiendo el equilibrio o de comentar entre ellos lo difícil que es hacer un ejercicio.

–Ahora, levanto brazos. Imaginen que son una montaña, la punta de sus dedos son la montaña. Exhalo y bajo.

“Aprenden técnicas de respiración y relajación para manejar sus emociones; yoga, meditaciones, actividades artísticas, todo a través del juego. Además los conectamos con los valores de la amistad, solidaridad, el amor, que ya lo tienen dentro pero acá se les despierta”, explica Chami. ¿Por qué los chicos hacen el curso? “Hay madres o padres que lo hicieron y quieren que sus hijos lo hagan y a otros que realmente vienen desesperados porque no saben a dónde recurrir, son chicos medicados, ansiosos, muy inquietos, con problemas de disciplina”, dice Chami ya fuera de la clase. Dice además que suelen superar problemas de sueño, dejar de hacerse pis en la cama o mejorar sus vínculos con los padres. “Mi hijo también aprendió a ayudar, por ejemplo, a levantar la mesa después de comer, motu proprio, o a generar distintas actividades de ayuda sin esperar nada a cambio”, dice Londinsky, que se levanta todos los días a las 6.30 para hacer sus 20 minutos de técnicas de relajación para luego seguir durmiendo. “Con esto aprendí a manejar el enojo y a entender que la paz que tenga conmigo mismo no me la pueden modificar las cosas malas que suceden día a día”, agrega.

–Shhh, shhh. Silencio, los chicos están meditando –hace callar una instructora, mientras cierra la puerta detrás del salón.

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A través del juego, los chicos aprenden técnicas de relajación para manejar sus emociones.
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