SOCIEDAD › EL CASO DEL ABORTO NO PUNIBLE EN MISIONES, CALCADO DE OTRO ANTERIOR

De la madre de una víctima a otra

La mamá de una chica violada por un tío en el Gran Buenos Aires, que penó para lograr el derecho al aborto no punible, cuenta cómo los médicos la atemorizaron y presionaron de la misma manera que sucedió ahora con el caso de la niña misionera.

 Por Mariana Carbajal

Vicenta está profundamente conmovida. No puede creer que otra mamá, ahora en Misiones, esté pasando por el mismo calvario que le tocó a ella cinco años atrás, cuando reclamó un aborto no punible para su hija L.M.R., también violada y embarazada por un tío, como la niña de 14 años de Posadas. “Hay que buscar que se lo hagan lo más rápido posible. No pueden obligarla a seguir con ese embarazo. Fue violada. Si es necesario, me ofrezco a hablar con la mamá. A mí también los médicos en el hospital me dijeron que tenía que elegir entre la vida de mi hija o el aborto. Y como madre, ¿qué vas a decir? Y entonces enseguida dijeron que yo ya no quería seguir adelante con la interrupción. Engañan y se aprovechan cuando una está débil. No es riesgoso hacer el aborto. Cuando se lo hicieron a mi hija, salió caminando de la clínica”, dice Vicenta.

Vive con L.M.R. en un barrio popular de la localidad bonaerense de Guernica, en el sur del conurbano. La Cancillería debe convocarla para una reunión donde empezar a acordar los términos de la reparación que fijó a fin de marzo el Comité de Derechos Humanos de la ONU como parte de la condena al Estado argentino por no haber garantizado el acceso al aborto no punible a su hija en 2006, en un caso con muchas similitudes al de la niña misionera.

Aquel “accidente” o “caída” –como llama Vicenta al drama que le tocó atravesar cuando su hija menor, que tiene una discapacidad mental que la mantiene anclada en la infancia, tenía 19 años y fue violada por un tío paterno, resultando embarazada– es ya un episodio del pasado. “La veo feliz a Verónica (su hija mayor que tanto la acompañó en esa batalla) y a ella también”, dice Vicenta y mira a L.M.R., que toma un té a su lado. “Lo demás –agrega– quedó atrás.”

Vicenta tuvo que deambular dos meses de un lado a otro en los tribunales platenses desde el 24 de junio de 2006, cuando supo del embarazo e hizo la denuncia por violación. En ese periplo perdió sus trabajos en cuatro casas de familia. Su reclamo llegó a la Suprema Corte de Justicia de la provincia, que en un fallo del 31 de julio de 2006 avaló el pedido de L.M.R., aunque aclaró que no era necesaria la autorización judicial. Pero, aun con el aval del máximo tribunal bonaerense, los médicos del Hospital San Martín de La Plata –donde había recurrido desde un principio por el aborto– se negaron a practicarlo, con el argumento de que ya era riesgoso por lo avanzado de la gestación. Incluso le mintieron sobre el tiempo de gestación, agregándole un par de semanas a las que en realidad tenía. Después se supo que, en realidad, hicieron una declaración masiva de objeción de conciencia. Pero antes pretendieron manipular a Vicenta, como hicieron la semana pasada en el Hospital Materno Neonatal de Posadas con Carmen F., la mamá de la niña violada en Misiones, cuya gestación ronda las diez semanas.

Cuando se enteró por este diario de que a Carmen F. le habían dicho que era riesgosa la práctica del aborto, Vicenta exclamó: “Eso es lo que me dijeron a mí. Me acuerdo de que vino una doctora y me dijo: ‘Mami, ¿qué elegís, la vida de tu hija o el aborto? Si lo hacés, perdés a tu hija’. Yo ahí me descompuse. Vos estás con los ojos a cuatro vientos, y en ese barullo en lo único que pensaba era en la salud de mi hija. Como madre, ¿qué vas a decir?”. En aquel momento, Vicenta era analfabeta, se desempeñaba como empleada doméstica y tenía un Plan de Jefes y Jefas de Hogar de 150 pesos por trabajar los fines de semana en un polideportivo. Finalmente, L.M.R. pudo interrumpir el embarazo con el acompañamiento de integrantes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, quienes consiguieron con mucho esfuerzo una clínica privada que realizó la intervención. “Salió caminando. Todo duró apenas veinte minutos. Lógico, hay un dolor, que nos va a quedar, pero recuperamos la tranquilidad”, dijo en aquel momento Vicenta a este diario. El dolor por la violación y sus consecuencias se fue mitigando. L.M.R. hizo tratamiento psicológico en una salita de salud del barrio, terminó la escuela laboral, en los últimos tres años se dedicó a hacer un curso de computación y ahora está haciendo otro de dibujo. La joven tiene 24 años, aunque sigue pareciendo una niña.

Vicenta parece otra mujer: esta cronista la conoció en aquellos días dolorosos, cuando le costaba expresarse. El drama de la violación y el tortuoso camino que debió sortear hasta el aborto no punible de su hija la corrieron de lugar, la empoderó. Defendió los derechos de su hija y los propios. Su vida siempre fue muy sufrida: el padre de sus dos hijas, con quien convivió 18 años y del cual se separó hace 19, la maltrataba, la golpeaba y hasta la forzaba a mantener relaciones sexuales contra su voluntad bajo amenaza. Ella estaba resignada a sufrir, pensaba que “ésa” era la vida que le había tocado, que si le pasaban las cosas sería porque así Dios lo quería, contó a este diario. La lucha por el aborto no punible de su hija la dejó sin trabajo: el hecho de tener que ir casi todos los días a un juzgado o al hospital le impidió cumplir con las casas en las que limpiaba. También perdió su empleo Verónica, la hija mayor, en todo el derrotero. Pasaron –contó Vicenta– un año y medio muy duro, donde las ayudaron los vecinos para poder comer y algo aportó el municipio. Pudieron salir adelante con la reventa de ropa y condimentos que compraba en la feria de La Salada. A fin de 2008, a Vicenta le salió el nombramiento como portera en una escuela pública de la provincia, un puesto que venían gestionando hacía tiempo integrantes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, que siguieron acompañándola. Impulsada por Verónica, el año pasado Vicenta terminó 9º año. Ahora quiere hacer la secundaria: su sueño, a los 56 años, es estudiar enfermería en la Cruz Roja.

“Hay que buscar que no se repitan estos casos, donde no las dejen hacer el aborto cuando la ley las ampara”, dice Vicenta. Quiere ayudar, dice, para que no se repita tanto dolor.

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“A mí también los médicos en el hospital me dijeron que tenía que elegir”, dice Vicenta.
Imagen: Rafael Yohai
 
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