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Domingo, 27 de julio de 2003

RESEñA

Decí Whisky

GISELE FREUND
Rauda Jamís

Trad. Anna Becciu y Ana Mª Moix
Circe
Barcelona, 2002
206 págs.

POR JORGE PINEDO

Fotógrafa de tres generaciones de artistas en general, literatos en particular y escritores franceses en especial, Gisèle Freund (Berlín, 1908 - París, 2000) supo transitar un universo que arranca de cuando se practicaba el sexo al amparo del carruaje de punto y que se cierra con el último trueno que marca la obsolescencia del avión Concorde. Testigo implacable del devenir cultural (y anticultural) a ambos lados del Atlántico, esta artista de la cámara, epistemóloga de la imagen, militante libertaria, supo compeler a Rauda Jamís (París, 1955) para que se convirtiera en su biógrafa.
Un tanto a regañadientes, la escritora de El sueño espiral y la crónica de la vida de Frida Kahlo, accedió a una sucesión de conversaciones que cubren algo más que el testimonio de una época: marca los avatares de las principales corrientes intelectuales de occidente durante el siglo pasado.
Formada en la mismísima Escuela de Frankfurt, Karl Mannheim, Theodor Wiesengrund Adorno, Norbert Elias, Max Horkheimer fueron los maestros e interlocutores que guiaron la tesis de Freund, finalmente doctorada en La Sorbona. Convencida -como Baudelaire o Saussure– de que el ojo determina la imagen, sostenida en un “materialismo rudimentario”, se animó a teorizar por vez primera que la fotografía colma las ansias de perpetuación del incipiente mundo pequeñoburgués, a imagen y semejanza de cómo el linaje operaba en la decapitada nobleza.
Estrella de la legendaria agencia Magnum fundada por Robert Capa, por su lente y no sin su palabra pasaron Herman Hesse, Louis Aragon, Jean Paulhan, André Gide, Paul Valéry, André Michaux, André Malraux y las dos editoras más trascendentes de la primera mitad del siglo XX: Adrienne Monnier (creadora de la Maison des Amis des Livres) y Sylvia Beach (factotum de la librería Shakespeare & Co. y primera editora de James Joyce, quien también posó). Trío de mujeres temibles que hizo tambalear el monopolio masculino de la crítica de las artes occidentales hasta Aragon, Sartre y Simone de Beauvoir.
Alemana, judía y de izquierda, Gisèle Freund resultó rescatada de la Francia ocupada por los nazis nada menos que por Victoria Ocampo (“su Majestad Vic Iº de Argentina”), que la trajo a una ciudad donde, curiosamente, no se sintió extranjera y sin embargo tampoco alcanzó a comprender “en qué consistía exactamente el encanto del argentino. Su vanidad no tiene límites. Exageradamente coqueto, endiabladamente fanfarrón, miente igual que respira”. Eso, en 1941.
Uruguay, Chile, Ecuador, Tierra del Fuego, México: Diego Rivera y Frida, Alfonso Reyes, Siqueiros y Orozco. Otra vez Buenos Aires y “¡una aparición feérica!”, por supuesto, Evita: “Era vanidosa, y mis fotos halagaron su vanidad hasta el extremo de ofuscarla”. Dos potencias se saludan. En el medio, la biógrafa Jamís le arranca teoría pura del retrato y del reportaje gráfico (“señala los comienzos de lo que se denomina ‘la civilización de la imagen’, con todas las manipulaciones que esto implica”). En una (otra) espléndida traducción de Anna Becciu y Ana María Moix, la prolija edición de Gisèle Freund, ilustrada con nueve fotos centrales, amerita de sobra un editing que actualice, por lo menos, francos a euros y marcos alemanes a dólares.

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