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Domingo, 27 de julio de 2003

ANTICIPO

Duelo de titanes

Siglo XXI de España acaba de distribuir en las librerías porteñas Condiciones, que recopila la mayoría de las conferencias e intervenciones en coloquios pronunciadas por Alain Badiou después de su monumental síntesis El ser y el acontecimiento. A continuación, algunos fragmentos del prólogo, donde François Wahl opone la ontología de Badiou a la de su gran contemporáneo, Gilles Deleuze.

por François Wahl

Más allá de los inventarios académicos, hay dos estilos de definición de la filosofía: uno es descriptivo, el otro fundador. Gilles Deleuze dio un ejemplo del primero en ¿Qué es la filosofía?, mediante una suerte de puesta al desnudo del trabajo filosófico de donde se hace derivar los rasgos específicos de la filosofía misma; Badiou asumió en El ser y el acontecimiento todos los riesgos del segundo: sólo hay filosofía bajo la condición de un pensamiento del ser, construido según un proceso sistemático, que toma a su cargo las refundiciones contemporáneas de la racionalidad, y que permite pronunciar, a su término, lo que es hoy la verdad. El cotejo entre Deleuze y Badiou puede parecer incongruente: Deleuze salva a Bergson por Nietzsche; Badiou salva a Platón por Cantor. Pero son tales los puntos de convergencia, y tales las oposiciones, que una confrontación haría resaltar en más de un lugar el núcleo del pensamiento de Badiou.
Deleuze y Badiou proceden a primera vista sobre vías paralelas, de oposición a lo que se podría considerar una koiné (una opinión corriente) contemporánea. No es cierto que asistamos a un “fin” de la fiosofía: ésta siempre ha sido y sigue siendo especificada por sus procedimientos de operación, que la distinguen radicalmente de la ciencia (más en general, del conocimiento de los estados de facto) así como del arte (Badiou agrega: de la política y del amor). Deleuze asigna sólo a la filosofía “el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos”; Badiou le asigna a la filosofía el asegurar de modo exclusivo la posibilidad de componer las verdades producidas por los cuatro procedimientos genéricos de la filosofía, los únicos capaces de producir verdades: procedimientos que son entonces otras tantas “condiciones” para la filosofía (el matema, el poema, la invención política y el amor).
No es cierto que la filosofía realice, mediante un gesto supremo o trascendente, la cuenta de los Unos donde se resume la experiencia; esto sería su desastre; puesto que si bien lo que ella tiene que pensar es el fondo, la donación o el ser, lo que le corresponde afirmar es la multiplicidad, lo múltiple de múltiples, la multiplicidad pura: el sin-uno. En consecuencia, no es cierto que la filosofía exista bajo la condición de la lengua como trascendental para el pensamiento: el filósofo pasa por la lengua, pero la desplaza cada vez por el golpe de suerte de una nominación indeducible. En fin, no es cierto que lo Verdadero tenga algo que ver con la referencia, objeto del saber: procede de una decisión, hecho acontecimiento, acto lanzado, suplementario, pero también (dirá Badiou) sustractivo por lo que descuenta.
Después de lo cual, los caminos divergen. Deleuze describe una práctica cuya expresión clave es la creación de conceptos “autopropuestos” pero fluidos, condensados en una pluralidad de componentes que se remodelan según que se desplacen en ellos los lugares de intensidad; creación que no se puede imaginar más que como la de “un punto en estado de sobrevuelo, a velocidad infinita”. Sólo es filósofo aquel que construye y articula conceptos consistentes; pero esta construcción es un arte (“de los centros `no discursivos’ de vibraciones”), y no se puede “zanjar” entre conceptos en el momento en que se encuentra que difieren las encrucijadas de problemas a los que tratan de responder. No podría ser más claro que Deleuze se ha asignado la tarea de describir el proceso del trabajo filosófico, de considerar al pensamiento en el movimiento –otra palabra clave– de su elaboración.
La palabra clave de Badiou es Verdad: es decir que, si bien él también intenta articular los procedimientos por los cuales la verdad se produce, éstos no tienen nada que aprender de la movilidad del pensamiento; se trata de lo que puede establecerse como discurso verdadero, de las condiciones en las cuales éste puede advenir, mediante la aplicación del operador de deducción. Y será al precio de una refundición radical, puestoque Badiou concuerda al menos con Deleuze en oponer verdad y saber referencial: el objetivo es determinar los procedimientos racionales para un enunciado de verdad que no deba ya nada a las categorías de la epistemología.

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