“Ella –Mirá que hoy no trabaja la niñera.

Él –Ah, qué cagada. Yo voy a la marcha. ¿Vos trabajás?

Ella –Yo marcho.”

(diálogo entre una madre y un padre separados)

Quién podría hacer una crónica de la marcha, movilización, concentración del 8M sin contar sólo un pedacito. Nadie. Cuando una cosa es gigante, sólo se pueden reponer retazos, hilos apenas de una trama incalculable. Se desearía ser un dron –o una drona– para poder mirarlo todo, ver desde arriba, bajar a cada escena, escuchar todos los diálogos. Pero, y eso lo saben bien los que han escrito sobre las épicas de la historia, la enumeración no sirve para entender ni para escuchar. Sirve más bien para hacer invisible un suceso por agotamiento.  Porque, además, cualquier cosa que se cuente va a ser un punto de viste en relación a lo que cada lectora, cada lector, vivió. Por eso es gigante. Porque nadie puede decir que fue ajeno al Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo de 2018.

Tal vez la teoría del iceberg de Hemingway, en la que hay que escribir un veinte por ciento de lo que se sabe mientras el otro ochenta soporta debajo de la superficie el peso del relato, sirva tanto para esta crónica como para pensar la calle el 8M. Porque esa expresión callejera fue, siempre es, un pedacito pequeño de lo que se cuece. Es la piedra en el centro del agua, pero las ondas expansivas llegan lejos, mucho más lejos que lo que pasó en el centro de la ciudad de Buenos Aires. 

“Él –¿Por qué te parece que creció la cantidad de femicidios?

Ella –¿Por qué no se lo preguntan entre los varones? Los hombres matan, preguntales por qué les parece que matan más. Yo no sé.”

(diálogo entre un periodista y una mujer en la movilización)

A la una y media del mediodía, lejos aún del horario de salida de la marcha, la calle ya estaba tomada. Desde Congreso hasta Plaza de Mayo. Remeras de todo tipo, pañuelos, cuerpos pintados, manifiestos repartidos. Ya era difícil caminar aunque se podía. Dos horas más tarde todo iba a quedar cubierto. Sin excepción.

 A las tres de la tarde la ronda de las Madres parecía la de la Marcha de la Resistencia. El mismo sol terrible, la pirámide totalmente cercada por gente. Aunque las baldosas levantadas, los laberintos amarillos, el pasto oculto debajo de andamios y las vallas daban la impresión de una ciudad explotada y en intento de reconstrucción, la ronda de los jueves se recordaba a sí misma. Con la letanía de los nombres gritados por megáfono y la respuesta del ¡Presente! tratando de hacerse lugar por encima del calor y los ruidos. El acto en el toldito azul de las Madres lideradas por Hebe también era como otros. Los oradores hombres que la precedieron sin embargo hicieron un crac en la continuidad. ¿Por qué hablan ellos hoy? La pregunta recorrió la ronda pero no encontró respuesta.

A las cuatro, en Bolívar y Diagonal Sur se va armando la columna de NiUnaMenos. Coronas de flores fucsias, cintas, vinchas, remeras, parlantes en carritos. Chicas de Fiorito y de la Asamblea de Flores, dos bebés mínimos que irán de brazo en brazo y cada vez más tuneados a medida que la marcha avance, chicas en el piso cosiendo la bandera que acaba de salir de imprenta, Lara, la travesti que hará que la bandera de arrastre quede a medio metro altura de las cabezas del resto, todo se entrevera y queda grabado en los cuerpos de las que ahí estamos para siempre. Adelante se acomodan las tamboras y entonces todo cuaja y se vuelve de una potencia invencible. Ellas serán con su contundencia las que abrirán paso y nos harán llegar a destino.

A las cinco de la tarde la columna se prepara para marchar. Pero no marcha. No se mueve. Nada,  ni un milímetro. Adelante hay una bandera de un partido de izquierda y delante de esa bandera otra de otro partido de izquierda. ¿Nosotras no salimos sorteadas sextas dentro del bloque de las organizaciones feministas? ¿Los partidos políticos no iban atrás de todo? El desconcierto se resuelve con una avanzada a averiguar qué pasa. Se camina y se camina y se pregunta. Los que responden son hombres. Son hombres los que sostienen las banderas enormes, los que están en los camiones. El asunto parece ser que estos partidos pusieron sus banderas detrás de las de sus organizaciones feministas. El problema de no avanzar es más alentador: simplemente no hay lugar. En Plaza de Mayo ya no hay lugar para ir hacia el Congreso porque no queda calle, está toda ocupada. 

La comitiva vuelve con las noticias pero no hay imposibles este día. Si hay un dique se buscará un hueco para que la marea encuentre lugar para entrar. Se avanza por Irigoyen. Cruzando Perú otra vez paradas. Ya no hay lugar. Como el  dragón del año nuevo chino, la columna vuelve sobre sí misma y retrocede. Llega a la esquina de Perú y se aleja de Avenida de Mayo. Ahora marcha por Moreno. Necesitamos un GPS para esta marcha, dice una. Esta calle sola ya sería un éxito en cualquier convocatoria, y esta calle es una de muchas; dice otra. 

“Él –Los compañeros están citando a las tres para ir a la marcha.

Ella –Vos hoy no te vas a ningún lado. No sé dónde irán los compañeros, pero vos te quedás en casa cuidando a los chicos porque a la marcha voy yo.”

(diálogo de una pareja, ambos militantes de una organización sindical)

A las siete de la tarde la columna de NiUnaMenos llega al escenario por detrás, se acomoda en un costado y cuando las banderas lo permiten, desde ahí se puede ver a Norita Cortiñas, la Madre todo terreno que nunca descansa, y a Liliana Daunes. Parecía imposible, pero no, sólo fue difícil y largo. Al final, después de tantas vueltas y laberintos, acá estamos. Desde este costado se sentirá cómo se abre paso con mucha dificultad la bandera de arrastre que se decidió en la Asamblea preparatoria. Sólo al final de la lectura del documento llegará a duras penas hasta donde está el vallado para la prensa.

Todo es monumental. La calle atestada, inabarcable, tremenda. Los datos del paro que llegan de todo el mundo, las mujeres kurdas y su saludo, la lectura del documento que se escuchará poco, las distintas expresiones que hay por todas partes de esa plaza que hacen pensar más en Woodstock que en una marcha, todo es enorme. Y sin embargo es el veinte por ciento. O menos. Antes de esto y para llegar a esto, pasaron cosas también enormes, tremendas, inabarcables. 

Las asambleas preparatorias del paro que el año pasado juntaban a 200 mujeres, y ya eran un éxito, este año reunieron a más de mil quinientas. Las asambleas situadas, territoriales, se multiplicaron sin pausa todo el verano. Y en cada una de ellas los temas se diversificaron, las preguntas se complejizaron y las respuestas se hicieron más escurridizas. En la Asamblea de Flores, por caso, después de que una conocida militante del socialismo trajera con su presencia el recuerdo de un abusador protegido por ella, hubo una ronda de relatos sobre los abusos sufridos. Un acuerpamiento de mujeres rodeó los llantos y las angustias. En la Villa 21-24, por poner otro caso, se preguntaron sobre cómo hacer paro cuando se atienden comedores. Se resolvió entregar la comida sin cocinar, quitarle el trabajo al producto pero no dejar sin comer. En la cárcel, en muchos talleres y conversaciones y llamados telefónicos se tejió el modo de parar, distinto, en cada pabellón. Desde aplausos hasta negativas a realizar actividades con explicación de motivos al Servicio Penitenciario, hasta ruidazo con elementos de cocina en las casitas de Pre Egreso. En las tomas por todos los conflictos –Inti, Posadas, Casa de la Moneda, y un larguísimo etcétera–, las mujeres hicieron su asamblea para pensar la especificidad de ser trabajadora.

El sindicalismo también se vio conmovido antes y durante la marcha. Pensar un paro, una huelga, y poner adentro de estas acciones tradicionales del movimiento sindical otros significados no fue fácil, no lo es. Que se pueda ver como trabajadoras a las mujeres que mueven la economía popular, tampoco,  y que se pueda entender como trabajo –no remunerado– a todas las acciones que mueven la vida cotidiana de todas las casas, menos. Ese entramado de acuerdos y discusiones, de reflexiones y salidas rápidas e impacientes, de paciencia en la argumentación, y de apertura a otros discursos, se vio en la marcha y no se vio. Porque todavía hay cosas en las que no se avanzó lo suficiente, y porque todo eso forma parte del ochenta por ciento del iceberg que queda debajo de la superficie. Los sindicatos, como algunos partidos políticos de izquierda, decidieron ir con hombres a la marcha de mujeres. Las banderas enormes que sólo pueden levantar y llevar los varones, los corralitos con palos, la seguridad a cargo de hombres, dieron cuenta de esta decisión. Pero no dan cuenta de la posición de muchas mujeres que perdieron esa discusión y tal vez el año  que viene tengan otras condiciones para pensar estos asuntos en sus lugares de trabajo y en sus organizaciones sindicales. 

“Él –¿Te parece que esta movilización va lograr que el reclamo más importante del feminismo se convierta en ley?

Ella –¿Estás hablando del aborto legal y gratuito?

Él –Sí, claro.

Ella –Puede ser, ojalá, pero ese no es el único reclamo, no sé incluso si es el más importante. El patriarcado se expresa de muchas maneras y muy terribles. Espero que esta movilización logre que todas y todos podamos pensar en la opresión que sufren las mujeres.”

(diálogo entre periodista y manifestante)

Como todos los eventos que cambian la historia de los pueblos, no se sabrá las implicancias de este 8M hasta más adelante. Lo que podemos decir, porque se siente con mucha claridad, es que esta marea no dejará ningún territorio sin mojar. Si el patriarcado es el modo en que el capitalismo se cuela en lo profundo de nuestros vínculos, en el interior de nuestras casas y de nuestras organizaciones, es una cuestión de trabajo, tiempo y paciencia que se entienda que no se puede luchar contra el capitalismo sin derribar el patriarcado. Podrá llamarse a sí misma socialista una sociedad o una organización o una persona, pero si sigue vigente el patriarcado seguirá siendo representante del capitalismo. Habrá que seguir construyendo por debajo, tejiendo en cada lugar, en cada territorio, en cada casa. Y tener, como dijo Lenin hace más de cien años, paciencia. Paciencia, paciencia, paciencia. Y alegría en cada intento.