Vladimir Durán sigue los pasos de su padre, el gran cineasta colombiano Ciro Durán. Además, Vladimir creció en una familia cinéfila y siempre supo que quería hacer cine. Su ópera prima, Adiós entusiasmo, tuvo su première mundial en la sección Forum de la Berlinale 2017. Y partir del jueves 15 de marzo será doble el estreno: el de la película y el de la temporada de la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), donde se exhibirá. Egresado de la Universidad del Cine (FUC), Durán realizó un film en el que las normas convencionales parecen derribarse: Axel (Camilo Castiglione) es un chico amante de la cultura y de la plástica, aunque no se sabe bien si por pasión innata o porque estos placeres funcionan como una válvula de escape. Vive con sus tres hermanas, Antonia (Mariel Fernández), Alejandra (Martina Juncadella) y Alicia (Laila Maltz). Pero también con su madre Margarita, quien está encerrada en la casa como parte de un tratamiento que no se termina de explicar, y a la que nunca se ve, pero que interactúa con el resto de la familia.

Durán destaca que la idea de la película partió de un guión de cortometraje del coguionista de Adiós entusiasmo, Sacha Amaral. “Lo leí en un taller de escritura literaria que compartimos y que ya tenía el dispositivo de la madre encerrada relacionándose con los hijos. Y me llamó mucho la atención, me pareció muy poderoso el dispositivo y cómo se relacionaba”. Hablando del proyecto, decidieron hacerlo largometraje. “Eso que escribió partió un poco de sus vivencias infantiles, de su relación con su madre, e hiperbolizó cosas por las que él había pasado. Decidimos escribir con ese dispositivo de una madre encerrada, de un personaje fuera de campo en toda la película pero que maneja los hilos de toda la familia. Y decidimos escribir un largometraje atravesado por algo de la adicción y la abstinencia, y de la falta de voluntad que lleva a un autoencierro, pero donde ese tema no se nombrara, que eso estuviese como un río subterráneo por debajo, que estuviese naturalizado, porque las familias naturalizan todos los temas presentes y cotidianos”, agrega Durán. 

–¿Se propuso una exploración dramática de una familia en circunstancias poco convencionales?

–Me propuse explorar a la familia, pero más que en situaciones poco convencionales hay que pensar que todas las familias están en situaciones poco convencionales y que vuelven convencional sus realidades. En este caso, es una realidad un poco más extrema y que en el formato cinematográfico se vuelve un poco más extraña, pero la familia lo asume como algo convencional. Y creo que esa es la lógica propia de la familia y de las relaciones humanas. 

–¿La idea fue también narrar un micromundo y borrar las fronteras del mundo exterior?

–Sí, algo de eso es verdad, porque me interesa mucho explorar los vínculos humanos y eso lo hago principalmente con los actores. El rodaje es un lugar de investigación. Si uno amplía mucho el número de locaciones, pierde la concentración en lo que importa, que son los actores y los vínculos. Entonces, esta ópera prima concentra la narración en un solo lugar justamente porque me interesaba trabajar con los actores en libertad. 

–Una denominación que está de moda es “familia disfuncional”. ¿Aplica para este caso?

–Sí, pero de nuevo hay que ver qué familia es funcional. ¿Funcional a qué? ¿Qué es una familia normal? ¿Qué es una relación humana normal? No lo sé. Es una familia en situaciones límite y es particular. La particularidad me parece importantísima. No sé si me identifico con la palabra disfuncional, pero entiendo que claramente puede estar atravesada por algo de eso.

–Es cierto que hay que ver qué es la normalidad, porque al encierro de esta familia no lo cuestionan ni siquiera sus amigos...

–Exacto, nadie lo cuestiona. Y creo que eso sucede mucho en la vida. Incluso, cuando uno cuestiona algo de familias amigas o de alguien cercano, tampoco lo verbaliza siempre. 

–Se la ha catalogado como una película claustrofóbica. ¿Coincide con esa apreciación?

–Sí, la verdad que sí, porque es una película en un solo lugar. Principalmente, el personaje en el que puse la mirada, que es el niño, maneja cierta claustrofobia y cierto escapismo mental a través de su universo íntimo. Entonces, hay algo de claustrofobia en que haya utilizado una sola locación. El formato, que es algo medio voyeurista, algo medio enmarcado, también genera claustrofobia. Para algunas personas es una claustrofobia útil, positiva y para otras es más difícil de llevar, pero sea cual sea estoy de acuerdo en que hay un juego claustrofóbico.

–¿Por qué eligió un formato panorámico para filmar la película?

–Había algo que me interesaba: al ser un espacio tan cerrado y trabajar con los actores dejándoles mucha libertad, me interesaba tener un cuadro que permitiera primeros planos y que, al mismo tiempo, abarcara más actores y bastante más espacio dentro del cuadro para no perderme cosas que podrían ser interesantes. Ese formato, al ser tan panorámico, amplía el espacio de pantalla filmado y en proporción a las pantallas convencionales genera más encierro justamente porque es una cuestión proporcional. Esto me provocaba una sensación de ver a través de una ranura y la película tiene algo voyeurista. Es una decisión un poco extrema, y de formato, pero adecuada. 

–¿El fuera de campo de la madre genera un efecto contrario de omnipresencia?

–Sí, es omnipresente. Su voz llega a casi todos lados, a casi todos los espacios de las casa, más que los personajes que tienen movilidad. 

–Sin ser una película de terror, genera cierto miedo la idea de que una familia siga su curso con la madre encerrada...

–Nunca la había pensando como película de terror, pero me gusta, porque si hay un género cinematográfico que tiene unos códigos muy establecidos y unas formas muy específicas, es el terror. Muchos otros también, pero algo que me interesó en esta película fue jugar con ciertas formas cinematográficas. En las películas de terror, el fuera de campo es fundamental. El miedo pasa a través de la amenaza. Hay algo del género de terror que me encanta asociarlo a esta película, sobre todo el fuera de campo. No hay género en el que el fuera de campo sea más importante que en el cine de terror.

–¿La lógica de esta familia es, contradictoriamente, la irracionalidad?

–En todo ser humano, la racionalidad es una fantasía que se está evaporando. El otro día leía acerca del peso real de la parte del cerebro que podríamos asociar a lo que llamamos racional es alrededor de dos miligramos, o sea dos cucharitas de té. Así que no sé qué es la racionalidad. Creo que es un invento del siglo XX, del positivismo. Pero considero que hay algo de volver a lo emocional, al ser humano animal que le pertenece a cualquier familia. No hay formato de normalidad o de racionalidad.

–¿Por qué decidió actuar en la película?

–Llevo muchos años de formación actoral. Estudié en la Escuela de Nora Moseinco hace muchos años como muchas otras actrices de la película. Empecé a actuar como una cuestión de poder explorar más la dirección de actores y después me fui enamorando del hecho de actuar. Me parece lo más inmediato en el sentido de la creatividad. Ahí es donde tus impulsos creativos se vuelven más inmediatos y tienen efecto más en el presente. Eso me parece algo muy fascinante porque me interesa que el material creativo, ya sea cine o literatura, tenga presente. Da mucho cuerpo y mucho presente. Entonces, cuando descubrí la actuación me fui apasionando y me dieron ganas de hacer un personaje. Además, recibí ayuda de un fondo de cine de Colombia como coproducción minoritaria. Es una película ochenta por ciento argentina, pero la plata que representaba el veinte por ciento era fundamental para producirla. Te exigían unas cuotas, entre esas un actor colombiano. Decidí hacerlo yo por conocimiento de lenguaje y no traer alguien con quien iba a tener que pasar mucho tiempo para acoplarlo a un tipo de lenguaje actoral.

–Usted se formó en la Argentina, pero su padre es un referente del cine colombiano. ¿Su objetivo es consolidar una trayectoria en la Argentina o piensa filmar en Colombia en algún momento?

–Las dos cosas. Con un corto que hice que estuvo en competencia en el Festival de Cannes, me preguntaban: “¿Es un corto argentino o colombiano?” Y yo respondía: “Si lo ves, es un corto argentino ciento por ciento. Ni siquiera hay un actor colombiano”. Pero me incomodaba mucho la pregunta. Sentía que era gente de la industria que me hacía esa pregunta para que pudieran decir: “A ver si lo defendemos o no”, como si fuese una cosa de camisetas para un Mundial. Y no creo que el cine sea eso. Entiendo que hay una tradición cinematográfica en cada país, pero tengo casa en la Argentina, voy a seguir viviendo en la Argentina, he pasado más del cincuenta por ciento de mi vida adulta en este país y voy a seguir haciendo cine aquí. A la vez, tengo interés en hacer una película en Colombia en algún momento, más centrada en mis vivencias, y en cosas que me gustaría decir o explorar a través del cine que son menos universales y que hablan más de una idea crítica que tengo de la sociedad colombiana. Pero eso lo dejo para más adelante.