En cartel hay una obra que se llama La sagradita. Transcurre en los turbulentos meses entre 1951 y 1952, durante la agonía y posterior fallecimiento de Eva Duarte de Perón. Todo el tiempo se habla de ella y de hecho la trama gira en torno suyo porque la protagonista de la pieza, Elena, huye de su casa materna y luego de su matrimonio para refugiarse en el teatro y encarnarla a “Ella”. Sin embargo, en un marco de absoluta convicción, los actores de la pieza dicen a PáginaI12 que la que hacen todos los jueves a las 21 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) “no es una obra sobre Evita”. Como si esa mujer fuera capaz de trascenderse a sí misma. Como si todo lo que sobre ella se escribiera perteneciera a otros y ya nunca a ella misma.

“Lo que pasa es que el personaje de Eva atraviesa las historias de todos y todas. La obra está basada en torno a la construcción del mito de Evita, pero de alguna forma sucede que no es una obra sobre ella”, explica Raquel Albeniz, que en la pieza encarna al personaje de la madre de la protagonista, una mujer profundamente antiperonista que no puede soportar que su hija se haya ido con un hombre “que no es de su nivel”. “Eva está resignificada en lo teatral y ese pasaje hace posible el hecho de que no sea ella la protagonista, sino un personaje de representación de otros que sí lo son”, completa Germán Rodríguez, que hace de ese hombre enamorado que también es “gorila”, único rasgo que comparte con su suegra.

Efectivamente, Evita como tal nunca aparece en escena salvo caracterizada por Elena, que se pone su capa, su peluca rubia de rodete, y juega a ser actriz haciendo de Ella. Pero, como en la historia misma, su omnipresencia es tal que condiciona la vida de todos los personajes, que se ven profundamente modificados por su desaparición física, en julio del ´52. “Viven lo que les pasa con Eva a través del teatro, como forma de canalizar todo eso que sienten. Lo novedoso de la obra es eso, que lo teatral está a la altura del personaje que fue Eva para todos ellos, los personajes, y para nosotros, los actores”, dice Rodríguez sobre la obra escrita por Selva Palomino y dirigida por Gilda Bona.

Con un elenco que se completa con María Forni, Emiliano Díaz y Fernando Sansiveri, la pieza hace también una radiografía del noroeste argentino (todas las escenas transcurren en alguna provincia de aquella zona) y fundamentalmente de la cuestión social de la época, ya que expone fuertemente dos diferencias: las de clase, y las de género. Curiosamente (o no), lo que se narra sin embargo tiene una vigencia asombrosa, ya que gran parte de eso que se muestra resuena en la actualidad de un modo muy profundo, y muy preocupante.

–Ambos hacen personajes muy antiperonistas, rasgo que determina sus personalidades y subjetividades. ¿En qué sentimiento se apoyaron para construir eso? ¿Fue el odio?

Raquel Albeniz: –Mis formas de llegar a ciertos lugares en lo actoral siempre son poco claras, en el sentido de que puedo teorizar poco sobre eso. Como actriz contengo todas las posibilidades, de modo que no me resulta difícil, por más de que esté en las antípodas de lo que yo soy, acercarme al resentimiento y a ese modo de sentir sobre la hija. No cuestiono al personaje, me abro a él. Hay una construcción tremenda de soledad en esa madre, que se la merece seguramente, pero que no por eso deja de ser dolorosa. Me agarré de eso y fue saliendo su teatralidad. 

Germán Rodríguez: –Yo fui por el lado del odio pero también por el del amor, eh. Los personajes aman, todos. El mío ama a Elena, a su modo, y no puede entender por qué ella se va para ser Eva. Es un personaje que no se mete en política, o al menos eso cree, y que no tiene conciencia de su clase, como pasa ahora con muchas personas. Piensa que los que se van a quedar afuera son los negros, sin darse cuenta de que todos somos negros. Pienso que también es una víctima, por eso le sumé el amor al odio, que obviamente aparece.

–No es ni tiene el objetivo de ser una obra de género, pero las mujeres son las que marcan todo lo que sucede, las que determinan la historia. ¿Coinciden?

G.R.: –Absolutamente. No es técnicamente una obra de género pero sí una que habla de la fuerza femenina. Incluso mi personaje, que es un machista, es un tipo arruinado y no se presenta como un ganador en la obra. Cualquier actitud que tiene en ese sentido se nota al toque en el público, me doy cuenta por la reacción. Sale a la luz muy rápido, es un signo muy de época.

–Hablando de signo de época, ¿creen que una obra así, en la que se muestra el desprecio de la oligarquía por sobre lo popular, resuena especialmente en este momento?

R.A.: –Sin dudas la coyuntura nos puso acá. La obra tiene una mirada sobre lo popular, sobre la provincia, sobre el interior, que ahora reaparece con fuerza. La sociedad repite palabras de esa época, como “Yegua”. Son palabras recicladas, claro, pero desde un lugar parecido en relación al momento del país. Son tiempos interesantes para hacer esta obra.