Proyecto Florida

The Florida Project

EE.UU., 2017

Dirección: Sean Baker.

Guión: Sean Baker, Chris Bergoch.

Montaje: Sean Baker.

Música: Lorne Balfe.

Fotografía: Alexis Zabe.

Reparto: Brooklynn Prince, Willem Dafoe, Bria Vinaite, Christopher Rivera, Aiden Malik, Valeria Cotto.

Duración: 115 minutos.

Salas: Cines Del Centro.

8 (ocho) puntos.

 

La última entrega de Globos de Oro y premios Oscar dieron una nominación a Willem Dafoe por su tarea en Proyecto Florida. Sin dejar de ser un reconocimiento al actor, la distinción significa otra cosa: la aceptación por el mainstream de un cine del margen, que circula por la trastienda de eso que todavía se llama Hollywood. (Por las dudas, ese reconocimiento llega hasta ahí nomás. Rédito suficiente.)

En otras palabras, ¿qué es Hollywood? ¿Un sueño en crisis, terminado? Tal vez. Lo curioso es que el más reciente film de Sean Baker ‑el mismo de esas otras películas cercanas y raras, casi estrambóticas, como Starlet y Tangerine‑ pone en escena esta misma cuestión, al inscribirse desde el off, en tanto costado social que es parte de ese mismo estado que se nombra Florida, famoso, entre otras cosas, por su Walt Disney World.

Al respecto, no estará demás recordar una de las magistrales fotografías de Diane Arbus, aquella que retrataba el castillo Disney desde un expresionismo lúgubre. La contracara de los fuegos de artificio está allí, en esa imagen que troca en castillo de vampiro. La cercanía entre esta fotografía y la película de Baker radica en la empatía por una mirada alternativa, dedicada a eludir el retrato tradicional de la efigie Disney, asociado a sus brillos y placeres. Desde ya, la estética del film de Baker nada tiene que ver con los claroscuros de la fotógrafa, sino que se sitúa más cerca de los colores pop, de chicle masticado, marca John Waters. Esto es bien curioso, porque el kitsch de Waters es iracundo, festivo. Y en el film de Baker estos rasgos están también, pero a merced de un lazo social que los ha institucionalizado en forma de complejos de vivienda, hamburgueserías, heladerías, jugueterías.

Ese mundo de colores chillones ‑que el film de Waters exponía desde un título todavía emblemático y cromático, como lo es Pink Flamingos‑ es parte inmanente de la puesta en escena de Proyecto Florida. Los escenarios que el film describe, por donde los personajes derivan, son reales, habitados a su vez por quienes están allí de veras. Baker puede, por esto mismo, hacerse piel con el lugar, con sus inquilinos, y recrear el día a día de quienes viven en una especie de micromundo de reglas propias.

 

 

Este hotel de vidas pegadas ‑ventanitas miméticas, sin una definición arquitectónica que comunique rasgos diferenciales‑ no tiene para ofrecer otro glamour más que la cercanía de ese otro mundo de fantasía y fuegos de artificios diarios que es MagicKingdom. No casualmente, como ironía explícita, habrá de recabar allí una pareja recién casada, con la ilusión puesta en el hotel del ratón, porque ¿quién no quiere su luna de miel en Disney? Todos, le responden al marido furioso, confundido, que exige una explicación. Está claro, también, que ese sueño no es tan plural.

Ahora bien, quien habita este complejito fucsia, en donde se grita, pelea y bravuconea, es la pequeña Moonee (Brooklynn Prince), cuya madre a duras penas puede pagar la habitación. La pequeña hace amigos, teje itinerarios de paseo, planea diabluras con amigos ‑un festival de escupitajos es el prólogo del film‑, y pone en jaque las emociones del encargado atento, siempre sensible, que compone Willem Dafoe.

Moonee y amigos se erigen desde una combustión violenta, que convierte en juegos los exabruptos de los adultos, corporal y verbalmente. El trío de niños no deja de ser una variante del humor delirante, transgresor, de Laurel & Hardy. Así como ellos, los pequeños pueden poner en peligro el concepto de la propiedad privada: los destrozos serán, en este sentido, el corolario de las escupidas y cortes de energía, más otras "travesuras" con las que el film se entretiene. De tal modo, la niñez aparece en la película de Baker como un lugar tendiente al desborde, y no es casual que a lo largo del film se escuche repetidas veces la palabra "propiedad", como enunciación de pertenencia y lugar económico (Baker deja ver una publicidad de armas, de manera evidentemente intencional).

Justamente, Moonee y su madre están desarraigados, como también, parece ser, quienes habitan allí, en ese hotel. Vale decir: paredes que se desgajan, sin concreto resistente, colores chillones que se reciclan, parafernalia de plásticos en vidrieras comerciales, como elementos de un paisaje tendiente a la mutación permanente. Por su parte, Baker elige depositar en esta madre e hija el conflicto dramático;ellas, a la manera de un mundo en sí mismo, a las que no duda en delinear de modos a veces insoportables: frenéticas, atiborradas de televisión y azúcar, malhabladas.

Es extraordinario, por esto mismo, cómo el film retrata la sensibilidad que las une. El cariño entre madre e hija está dado, no hace falta subrayar ni darlo a entender (así como tanto cine de climas retóricos, insoportables, lo hace). El amor entre ellas es el lugar contra el cual el entorno habrá de rebelarse, policías y asistentes sociales incluidos. En ese momento, la película estará espiritualmente cercana a El pibe, de Charles Chaplin. El vínculo fílmico delata, por eso,una puesta en escena que, así como con el humor de Laurel & Hardy, dialoga con la pantomima de la niñez y también ‑cómo no‑ con la inmediatez y frescura que de ellos Francois Truffaut sabía aprovechar. Proyecto Florida se sitúa y ratifica en los niños como lugar auténtico, feliz y sufrido, supeditado a los designios adultos, en consonancia con un sector social, marginal, al que al parecer estándestinados.

Vale pensar, por ello mismo, en el desenlace irónico que el film propone, en donde las correrías de las amiguitas permiten una suerte de imagen acelerada, de cine cómico, mientras el concepto familia se revela como un ideal construido por publicidades y princesitas Disney, a partir del consecuente sufrimiento de quienes no puedan caber en él.