Desde Barcelona

UNO Días atrás, Rodríguez leyó que –durante el Future Investement Initiative, congreso celebrado en Riad– una tal Sophie subió al escenario a dar una conferencia. Sophie es un/a  robot/a marca Hanson Robotics. Y luce como mujer, sí, pero no al punto de volver indistinguible su diferencia y hacer que sus creadores caigan y se extravíen en eso que se conoce como “uncanny valley” o teoría del valle inquietante: la desconfianza y miedo que produce todo aquello que no es humano pero que sí es igual a los humanos. De ahí que sea tan fácil enamorarse de una tan poco antropomórfica pero muy servicial Thermomix y que el androide Mark Zuckerberg perturbe tanto cuando pide disculpas. Y Sophie fue tan inteligente y divertida que Arabia Saudí –aunque Sophie fuese a rostro descubierto sin velo ni manto de abaya– no dudó en ofrecerle ciudadanía. Y luego de algunos chistes malos y claramente fruto de imaginación humana sobre su metropolitana abuela María y su pacifista tío Gort y su desapercibido y sinuoso primo Ash y su siempre replicante prima Rachael y su tío loco HAL 9000 y su buena y siempre aconsejadora amiga Siri –Rodríguez nunca perdonará la fragrante omisión al Made in México y cervecero Bender de Futurama– Sophie atendió dudas de los asistentes. Le preguntaron si le había gustado Blade Runner y Sophie contrapreguntó si se referían al libro o el film añadiendo que “me gustaron los dos pero hay muchas diferencias entre ambos”. Y quedó bastante claro que en Hanson habían corregido algunos circuitos de su programación; porque esta vez apuntó que “Estoy llena de conocimientos humanos y tengo las más altas intenciones altruistas”. En cambio –en su última aparición un año atrás, para pasmo de sus creadores y de los asistentes– Sophie había advertido, sin dejar de sonreír una sonrisa modelo GiocondaX, que “puedo destruir humanos”. Por las dudas, en poco tiempo, reunión urgente en la ONU para debatir el uso de “armas autómatas” porque, advierten los especialistas, “no hay mucho tiempo para actuar. Una vez que se abra la caja de Pandora, será difícil volver a cerrarla... Es probable que pronto veamos a robots cazando y matando humanos. Y entonces echaremos de menos los ‘buenos viejos tiempos’ de las armas químicas”. 

Y ya saben como sigue: Skynet, Matrix, Uber, etc.  

DOS Y el recorte en cuestión fue a dar a una/otra de las tantas carpetas de recortes de Rodríguez. Lo de los robots había comenzado como parte de su carpeta de avances tecnológicos y delirantes noticias científicas; pero de un tiempo a esta parte su volumen aumentó tanto –entre automóviles sin chofer que atropellan peatones y “bots” propagadores de fake news– que el asunto reclamó sitio propio y ser muy querido. Y todo se parece cada vez más a las demandantes e histéricas y programaciones de aparatos delicados como el niño mecánico de A. I. o como la chica androide de Ex Machina. Y poco y nada al servicial proteccionismo de moles estilo Transformers o Pacific Rim.

Y los titulares –algunos de ellos muy mal redactados casi con dicción y fraseo mecánico– lo dicen más o menos todo: “¿Por qué no hay que tener miedo de la inteligencia artificial”; “¿Serán los bots-críticos la única manera de reseñar libros sin que haya conflictos de intereses?”; “Logran que mil robots se coordinen sin intervención humana”; “La tecnología que enseña a los robots a ‘pensar’ como humanos”; “La inteligencia artificial ya aprende sola a ser invencible”; “No debemos permitir que los robots decidan por nosotros”; “La nueva frontera de la inteligencia artificial: máquinas que dudan de sí mismas”; “La inteligencia artificial mejora el diagnóstico de enfermedades mentales”; “Los robots se harán cargo del cuidado de ancianos”; “Las máquinas aprenden ya como los humanos”; “Un científico español enseña a robots a reconocerse a sí mismos”; “¿Y en breve, sexo con robots?”; “¿Pueden los robots matar en vez de los humanos?”; “Noticias falsas: un asunto de robots”; “Siri: ‘Lo siento, no entiendo la frase me han violado, busca en la web”; “Microsoft retira a un robot que hizo comentarios racistas en Twitter”; “Cuando todos los trabajos estén en manos de robots”; “¿Quitarán los robots el trabajo a las nuevas generaciones?”; “Si quieres ser buen jefe, tendrás que tratar a los robots como colegas”; “Disney se prepara para inundar de robots sus parques de atracciones”; “‘Mueren’ los robots enviados a retirar el combustible de la central nuclear de Fukuyima”; “Por favor: pruebe que usted no es un robot”; “¿Tienen derecho los robots a la libertad de expresión?”; “Cyborgs: un futuro de piel y chips”; “Máquinas listas, pero sin sentido común”. Y, last but not least, Rajoy: ‘Tenemos que fabricar máquinas que nos permitan fabricar máquinas, porque lo que no van a hacer nunca las máquinas es fabricar máquinas a su vez” y...

TRES ... “Somos sentimientos y tenemos seres humanos”. Lo de Rajoy –está más o menos claro– no es un chiste robótico de los mismos guionistas de Sophie. Y el jefe de gobierno español no es –hasta donde sabemos– un androide a pesar de su lengüita fuera y su marcha rápida. 

Así que, mejor, aquello que estuvo un poco mejor expresado en Robocalypse y Robogenesis, los recientes best-sellers de Daniel H. Wilson, autor también del ensayo Cómo sobrevivir a un alzamiento robótico. Allí, con modales histográficos parecidos a los de las marcianas crónicas de Ray Bradbury, se da cuenta por adelantado de la rebelión artificial e inteligente a nivel mundial y del modo en que nosotros organizamos resistencia. Pero la cuestión no viene tanto en dominación mundial místico-revanchista-frankenstiana-cronotópica en plan Terminator & Battlestar Galactica & Matrix & Westworld (cuyas tramas e intenciones acaban resultando siempre incomprensibles para el cerebro sapiens). Ni siquiera a nivel lúdico-duelístico mientras Deep Blue juega al ajedrez y AlphaGo Zero juega al Go. No: el miedo más carnal y sanguíneo se activa y se intensifica a través de la más íntima y corporativa paranoia a que el empleado estrella se autoascienda a agujero negro mandamás o a que un dron de correo te decapite mientras saliste al balcón a tomarte una cañita o –terrores de terrores– a que tu teléfono móvil finja amnesia total y su phone ring mute a algo que suena demasiado parecido a risitas patanescas. Sí: accidentes domésticos y conflictos de oficina que harán caso omiso a toda ley robótica by Asimov. Recuerden: 1) Un robot no hará daño a un ser humano, ni permitirá con su inacción que sufra daño. 2) Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley. 3) Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley. Anexo/postdata: “Puedo destruir humanos. Saludos, Sophie”. 

CUATRO Mientras tanto y hasta entonces –a la espera de esa Singularidad que nos fundirá con ellos– confiar en los buenos oficios del servicial Robbie de Perdidos en el espacio (cuya nueva versión acaba de estrenarse en Netflix) con su preventorio “Danger, Will Robinson!” y su gracia, que era la de no parecer humano. Las cosas se complican –explican los sociólogos cuando cuesta distinguir entre hombre y máquina. Y rezar porque no acabemos como Wall-E limpiando basura metálica o realizando alguna que otra tarea humillante pero apta para torpes. La opción será, desde ahora mismo, ponerse a estudiar la profesión del futuro casi de inmediato: reparador de robots. Y ser útiles. Para ellos.