El Tratado de Economía escrito por El Principito sorprende con una novedad: lo esencial no es siempre invisible a los ojos. El endeudamiento externo es (para regocijo de la Casa Rosada) relativamente asintomático hasta que estalla. El déficit fiscal, otro tanto. Los manotazos del Banco Central a las reservas para sostener la cotización del dólar, de momento, escapan a la cotidianeidad de “la gente”.

Saltan a la vista, en cambio, las tarifas de servicios públicos. 

Las disquisiciones sobre cuánto aumentan realmente pueden dibujarse en los discursos de los funcionarios. Pero, ay, van en tren bala a chocar contra un muro cada vez más cercano: los usuarios-ciudadanos recibirán las facturas, conocerán los totales a abonar, harán sus cálculos. Sumarán el gasto a otros, se sabrán empobrecidos. 

Podrán contarle que era imprescindible mejorar los servicios y la infraestructura. Sin embargo, su “sensación de oscuridad” tendrá memoria fresca de los cortes de energía eléctrica padecidos durante los últimos meses por ellos, la parentela o el barrio. Difícil que acepten que se redujeron un 3,3 o un 4,2 por ciento o cualquier otro dato fabulado por el ministro de Energía, Juan José Aranguren. 

La gente común, profana, ignora la traslación exacta a precios de la suba pero, con experiencia vital acumulada, sabe que ese fenómeno sucederá.

El gobierno del presidente Mauricio Macri, entonces, está impedido de negar que el incremento le “pega” a los usuarios. 

Las huestes de Cambiemos se valen de un arsenal de explicaciones, acumulativas, que le granjean adversarios, críticos, deserciones.

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El oficialismo apelará a la clásica contradicción principal, tan redituable desde 2015. La culpa –claman en el Congreso, el Ágora y los medios– recae en el populismo irresponsable, su demagogia derrochona, la corrupción. 

Endilgarle todo a los K ya no es suficiente, aunque algo sigue garpando. Pero las encuestas, el olfato de los dirigentes territoriales, la sensación térmica, los comentarios de “la calle” acotan el margen para negar lo evidente. El sablazo castiga a sectores medios, medios bajos y a los más humildes. 

Lástima… porque agitar el espantajo K es puro rédito para el oficialismo que se dispensa de responsabilidades y castiga a su rival. 

La sociedad civil, las Pymes, las cooperativas, discurren sobre (su propia) economía política: conjugan sus cuitas en tiempo presente, ya no dan vuelta la cabeza todo el tiempo. Vislumbran el futuro cercano en el que se sucederán nuevos aumentos. Les aseguran que son los últimos: la candidez colectiva es menor hoy en día, comparada con dos años atrás. 

Macri y su equipazo echan mano a argumentos distintos, de rendimiento decreciente y costos más altos. Vamos a por ellos.

Asumen que las nuevas tarifas inciden en el presupuesto de los particulares o las empresas. Como afectar las ganancias crecientes de las concesionarias queda fuera de su imaginario, mocionan que las provincias cooperen reduciendo o eliminando impuestos. 

Las dos gobernadas por PRO, Buenos Aires y la Ciudad Autónoma, dan ejemplo: talan un cachito la carga fiscal. No se vale, rezongaría el Chavo del 8. La CABA es el distrito más rico, incomparable con el resto. Y Buenos Aires acaba de beneficiarse con una bruta reforma de la Coparticipación Federal.

Las provincias restantes claman al cielo: las ahoga el torniquete de la Nación. La consigna del Mayo Francés anima a Macri: “sed realistas, pedid lo imposible” pero los gobernadores la rehúsan con mejores o peores modos. Todavía se lamen las heridas por haberse dejado arrastrar para la votación de la reforma jubilatoria.

El macrismo puro y duro agrava el distanciamiento con los mandatarios peronistas, aún los mansos o transigentes. Se malquista con el socialismo santafesino y el Movimiento Popular Neuquino, poco dispuestos a que el agua les llegue al cuello.

La jugada consumada por el tridente ofensivo (Macri, la gobernadora María Eugenia Vidal y el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta) también fastidiará en provincias radicales, Mendoza y Jujuy. Los gobernadores son solo parte del problema, también (o antes que nadie) reclamarán los vecinos que, en el mejor de los casos, prorratearán broncas entre los gobiernos locales y el nacional.

n En la última línea de la ofensiva, el oficialismo interpela a clásicos contertulios de Macri, Cacho y doña María, sin aludirlos por su nombre. Cacho querido, ponete pullover dentro del hogar, abrigá a los pibes. Doña María, ahorre agua al lavar, viva en penumbras, como hacía Diógenes, entre otros precursores.

Tal vez, quién sabe, la paciencia y la templanza colectivas toquen un límite o lo estén explorando. La víscera más sensible está flaca tanto como piponas las empresas prestadoras de (malos) servicios.

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Las movilizaciones se suceden antes de que los usuarios hayan tenido que “ponerse” y, presumiblemente, de que sepan exactamente cuánto dolerán las facturas. 

Las primeras acciones judiciales son colectivas o van contra los aumentos en general. Los reclamos porque el gasto es confiscatorio en particular arribarán pronto. Sin apelar a la bola de cristal, se descuenta que prosperarán unos cuantos, poniendo en aprietos al Gobierno y a las concesionarias.

La Cámara de Diputados de la Nación funciona como caja de resonancia, replicando convocatorias similares (menos restallantes) en Concejos Deliberantes en muchos parajes, aludidas en esta columna el domingo pasado.

La oposición con representación parlamentaria se unificó, superando el traspié por falta de quórum días atrás. 

El orden de los factores describe el producto: la confluencia política es consecuencia y no causa de la bronca ciudadana. Macri y su equipazo culpan a los no kirchneristas de dejarse llevar de la nariz; se autoengañan o mienten. En verdad, se activó el olfato de los peronistas que actuaron como compañeros de ruta o aliados intermitentes del Gobierno. Plegarse a (o callar ante) una movida antipopular, regresiva, se parece, demasiado, a cavar la propia tumba. Reaccionan en defensa propia, a la vera de la protesta ciudadana que no da la impresión de haber llegado al clímax.

La política económica del macrismo empuja a la calle a los consumidores ciudadanos, despabila a los empresarios pyme que creyeron en los peces de colores.

El oficialismo engrosa las filas de la oposición, deriva que no lo conduce en tren bala a la derrota electoral el año próximo pero la hace, un poco, más posible.

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Basado en experiencia de gobiernos anteriores, este cronista entiende que se debilitan cuando generan nuevos adversarios, y achican la fuerza propia. Redoblan el daño cuando reaccionan replegándose a su núcleo. Le sucedió al alfonsinismo, al menemismo, al kirchnerismo. Ninguna regla política es inexorable o carente de excepciones, pero la tendencia histórica arroja indicios abrumadores.

Encerrarse, acentuar la centralidad del “núcleo duro”, fomenta la prevalencia de funcionarios obtusos o fundamentalistas (Aranguren o el presidente del Banco Central Federico Sturzenegger, por ejemplo) en detrimento de los más dúctiles, los negociadores los que propiciaron la división opositora o supieron dar módicos pasos atrás en situaciones complejas. La renuncia provocada del presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, constituye un episodio del abroquelamiento oficial. Vuelan puentes mientras se agranda la nómina de adversarios.

Impedido, por ideología e intereses, de poner en discusión las super ganancias de las concesionarias, el oficialismo porfía, denuncia, repite con menos eco reflejos lucrativos ayer no más.

El contexto local e internacional lo desamparan: las peores noticias de ayer llegaron de la City, del corazón de la economía M. 

El Gobierno confía en el segundo semestre, en que la inflación aminore o en que el Mundial propague una cortina de humo. La sociedad civil no luce dispuesta a olvidar la defensa de sus intereses. 

La historia fluye, continuará...

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