“Abuso sexual gravemente ultrajante y con acceso carnal en concurso ideal con corrupción de menores en calidad de autor, reiterado en siete oportunidades.” En el escrito con el que denegó la excarcelación de Cristian Aldana, así resumió el juez Roberto Ponce los delitos por los que el líder de El Otro Yo, ex presidente de la Unión de Músicos Independientes y ex candidato a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires permanece encarcelado en Marcos Paz y será juzgado.

Las denuncias por violencia machista, sexual y psicológica en su contra, desencadenadas luego de la de su ex pareja C. en abril, además de su reciente detención, lo hicieron uno de los ejemplos más representativos (por la crudeza y la repetición de los testimonios en su contra) en el año del Paro Nacional de Mujeres y la sororidad declarada, que con el caso del escrache al músico, inspirado asimismo en las denuncias previas contra Migue de La ola que quería ser chau, dejó una máxima total, más activa que el #NiUnaMenos y el “Vivas nos queremos”: ese “Ya no nos callamos más”.

Los alzamientos de C, M, L, K, J y C, las seis mujeres que se unieron para denunciarlo, no solo empoderaron la acción de la denuncia sino que además dieron cuenta de que el dolor, la angustia, la vergüenza y hasta la “culpa” generadas por vejámenes como los que se le señalan al cantante y guitarrista no prescriben, ni una década y media ni una vida completa después.

A comienzos de este año, Aldana seguía siendo uno de los músicos más visibles del rock local, y de él se destacaban el camino independiente, autogestivo, y su labor en la UMI, organismo indispensable para las músicas argentinas de este siglo. A partir de las denuncias, sus letras fueron a la lupa de vigilantes urbanos y digitales dispuestos a hallar la perversidad y el horror en un verso.

Lo importante en todo esto es que Aldana será juzgado no por sus canciones (ni cuando el grupo esbozó que todo se trataba de una operación para “desprestigiar a un grupo de rock contestatario”), sino por los actos que un septeto de mujeres le adjudican y que la psicología respaldó: las chicas fueron diagnosticadas con trastorno por estrés postraumático extremo, las pericias indican que no mintieron al declarar, y el asunto de Aldana como ídolo y la vulnerabilidad de las víctimas como menores de edad son tomados como agravantes, al menos para no excarcelarlo; y se verá cuánto en el juicio.

Mientras tanto, fuera de casos particulares, los episodios con Migue, Aldana y otros (de denuncias a más artistas a declaraciones de archivo de Ciro Pertusi y “chistes” insensibles de Walas) marcaron al cierre del primer cuatrimestre, en paralelo a Time Warp, un nuevo final de la inocencia para los públicos de música. Los abusos y muertes no “debían ocurrir” para darnos cuenta, nunca “debieron ocurrir”. Sin embargo, antes esas tragedias personales –derivadas siempre de gestos de poder intermedio: el abuso, la desidia– deberemos aprender jóvenes, niños y adultos a no callarnos más.