Ni el paso del tiempo ni haber transitado por la popularidad que brinda la pantalla de TV parecen haber hecho mella en Favio Posca, más allá de que nadie es inmune a los cambios que trae el calendario. Sin embargo, el actor parece haber conservado algunas cosas –no menores– de aquellos inicios en el Parakultural. En primer lugar, su frondosa cabellera enrulada, que ahora suma algunas canas pero se mantiene firme como antaño. Por otro lado, el artista mantuvo a lo largo de su carrera una mirada sobre el mundo en el que prefiere iluminar aspectos, situaciones y personajes que no suelen ser parte del discurso habitual del mainstream, deteniéndose provocativamente en universos nunca complacientes, siempre incómodos. “Intento correr el velo a personajes o submundos a los que la gente les tiene miedo”, subraya Posca en la entrevista con PáginaI12, a raíz de la reposición –dieciséis años después- de Lagarto blanco, el espectáculo que presenta en el Paseo La Plaza, en las medianoches de jueves, viernes y sábados de la Sala Pablo Picasso.

La “reposición” de Lagarto blanco, en realidad, no es más que la utilización de aquel viejo título que surfeó la crisis de 2001. El mismo Posca aclara que se trata de una obra completamente distinta a aquella. “Elegí volver con Lagarto... porque me dio muchas ganas de hacerlo, tenía el recuerdo de que era un show tremendo y quería ver qué pasaba ahora. El tema fue que me terminé encontrando con textos que después de veinte años ya no me sorprendían. Y si yo no me sorprendo, no funciono. Así que terminé reescribiendo casi toda la obra. Mi idea inicialmente era trasladar Lagarto... a 2018 y terminé llevándola a 2020. No quedó casi nada de la original”, subraya el protagonista, ideólogo, protagonista y director del unipersonal. “Lo único que quedó del show original es la música, que está grabada en cinta y la remastericé”, agrega.

–Si se trata de una obra completamente nueva, ¿por qué mantuvo el nombre? ¿No hubiera sido más lógico ponerle uno nuevo?

–Es verdad que podría haberlo cambiado, pero ya estaba embalado con Lagarto... Los títulos de mis espectáculos no me parecen tan importantes. La gente viene a verme a mí. El día que le ponga Favio Posca van a venir a verme igual. Creo. Tengo un publico fiel, al que conquisté a fuerza de la credibilidad, la conducta y la disciplina. Podría haber hecho el mismo show y hubiera estado bueno para el público, pero yo me hubiera aburrido mucho. Estoy todo el tiempo arriba del escenario y, si no me divierte y no hace que tenga el motor afilado, me desgasta. No me gusta la zona de confort.

–¿En qué aspectos sintió que la obra original “lo aburría”?

–Lagarto blanco hablaba mucho de la crisis de 2001. Si bien nunca fui un artista que hablara de una realidad social inmediata, todos mis espectáculos absorben de lo que nos pasa. Lagarto... remitía al 2001, a la época del “Chupete”, a una Argentina en descomposición. Los personajes estaban rozados de ese quiebre social y político. Los comentarios que los personajes hacían tenían que ver con cómo yo veía a la sociedad. Mis espectáculos tienen algo de periodístico. Te hablo desde mi lentes sobre lo que pasa. Y las realidades cambian y había textos que me hacían agua, que tenían que ver con el pasado.

–¿En qué cuestiones considera que la sociedad argentina ha cambiado?

–Desde que tengo uso de razón, el país siempre estuvo complicado. La pobreza, las condiciones de vida y la falta de trabajo son moneda corriente. Los argentinos y los latinoamericanos somos sobrevivientes. Pero creo que la sociedad evolucionó respecto del 2001. La gente tiene la información más a mano, aprendió a informarse, con las redes sociales. Y la era digital, el acceso a contenidos de cualquier lado, han cambiado las formas de narrar y contar. Yo evolucioné como artista. De hecho, en Lagarto... había unos videos que los saqué de esta versión porque no tenían sentido, eran viejos.  

–Sus espectáculos se destacan por una estética particular, por el tono agrio que caracterizan a sus personajes, pero también por su entrega física. ¿Cómo se lleva ese registro actoral con el paso de los años?

–Estoy intacto. Arriba del escenario me transformo, entro en un estado de introspección absoluta, es automático. Me abstraigo de la realidad para brindarme al máximo con mi cuerpo y mi espíritu a lo que hago. El trance en el que entro cuando estoy en el escenario no lo perdí nunca. Y hasta creo que lo mejoré. Tengo nueve espectáculos propios. Y elegí Lagarto... por una cuestión física. Además, al eliminar los videos, el desafío físico es tremendo. Canto y actuó todo el tiempo. No tengo respiro. En Bad Time, Good Face o en Pain Killer había videos que representaban una estética, pero que además me daban lugar para respirar. Acá no tengo esa posibilidad. Tengo 50 años y la energía está intacta. Eso sí: en las primeras funciones terminé con un dolor de nuca importante. Es un show que no me da respiro, ni física ni mentalmente.

–Y sus personajes, ¿cómo envejecen?

–Mis personajes fueron evolucionando conmigo. Los clásicos como El Perro también evolucionan en función de lo que soy como artista. Siento que cambié. Hace veinte años era más hermético. Antes era si la gente tuviera que entrar en mi mundo o se quedaba afuera. Sigo hablando de temas que no se hablan, pero ahora salgo yo a buscar a los espectadores. Este espectáculo tiene una esencia ultra Posca, pero ya no me alieno tanto. Le abro la puerta a la gente y la invito a entrar. Y una vez que entraron, los espectadores se suben a la montaña rusa. Siento que ahora aprendí a seducir a los espectadores. Lo que me interesa es que entren y se diviertan, que les pase algo. Estoy menos hermético.

–Esos submundos que alumbra, que no le escapa a las adicciones, la violencia y las carencias, ¿están hoy más visibles que antaño?

–No se si están mas visibles. Siempre existieron. El paso de los años y la evolución de la sociedad hacen que hoy, tal vez, se los reconozca. Antes pasaban más inadvertidos. Un loco en el Borda pasa como si nada. En un punto, todo es así. Un tipo puede tener un tema de adicciones y charlar tranquilamente. Siempre existieron estos personajes entre nosotros. Yo quise correr el velo para que no les tengan miedo. Mi búsqueda es que entiendan que no todos los bolleros te afanan, que no todos los locos te matan, que todos tenemos amor para dar. Hay que dejar de tenerle miedo a la locura, al diferente, al sexo. Mis espectáculos son anti tabú, anti . La gente encuentra en mis shows un espacio de liberación que agradece.