El Día Internacional del Jazz y sus noches previas en Buenos Aires tuvieron en Antonio Hart una figura relevante. No solo por lo que el saxofonista nacido hace cincuenta años en Baltimore supo mostrar como instrumentista, sino por lo que fue capaz de propiciar a su alrededor, en torno al aura de una personalidad extrovertida, de un agudo y refinado instinto musical. Por primera vez en Buenos Aires, Hart se presentó durante tres noches en Bebop y otra en el Centro Cultural Kirchner. Dos planes distintos, dos maneras precisas de articular un mismo idioma. 

En el reducto de la calle Moreno, Hart se presentó en quinteto, secundado por músicos notables de la escena local: Mariano Loiácono en trompeta y fluguelhorn, Ernesto Jodos en piano, Jerónimo Carmona en contrabajo –el domingo en su lugar estuvo Belén López– y Eloy Michelini en batería, con la participación de la cantante Julia Moscardini como invitada. En la sala mayor del CCK actuó junto a la Big Orchestra que dirige Loiácono, una de las portentosas realidades del jazz que se hace aquí. En ambos casos, el saxofonista alto encontró el respaldo musical de sus compañeros y la comodidad para dar lo mejor de sí. 

En los papeles, un músico de jazz suele medirse a partir de las compañías que supo conseguir. Dizzy Gillespie, Terence Blanchard, Wallace Roney, Robin Eubanks, McCoy Tyner,  Dave Holland, Dee Dee Bridgewater, Phill Wood, son algunos nombres que ciñen la trayectoria de Hart, considerado entre los más interesantes saxofonistas altos de estos tiempos, con una discografía notable. Pero por sobre los papeles y sus membretes Hart es un músico de una intensidad arrolladora. En su sonido redondo, de luminosa belleza, se destila una genealogía que abreva en el blues, las formas del bop, el funky y lo latino. Un legado que se actualiza en un lenguaje personal. 

Con el quinteto, Hart estableció una dinámica sustentada en solos largos y articulados, en los que expuso una notable variedad de ideas y numerosos recursos: desarrollos a partir de frases cortas de ritmo punzante que acumulaban energía hasta desgarrarse en el ápice de la expresividad, o viajes a partir de frases extendidas hacia la abstracción, además del proverbial gusto por la cita, siempre con retornos propiciadores de alguna forma de final feliz para descontracturar el aplauso. Entre impulsos funky, gestos hard bop y sensibilidad de balada, Hart encontró aparceros óptimos, músicos también dueños de un lenguaje personal y con lo propio para decir. Loiácono alternó con criterio trompeta con sordina y fluguelhorn y propició riquísimas conversaciones aventurándose en titánicas excursiones solistas de las que supo regresar entero. Jodos desplegó un prodigioso juego rítmico y un particular carácter armónico. Carmona y Michelini aportaron al juego la ya conocida eficacia, sólidos en la base y con gusto a la hora de desprenderse en solos. 

Con esa riqueza a disposición, Hart escuchó y propició, armó y desarmó sobre la marcha. Con la orquesta, en cambio, el saxofonista alto se ciñó a los buenos arreglos y a las dinámicas colectivas. Los solos resultaron más sucintos sin dejar de ser jugosos. Notables fueron las versiones de “I Remeber Clifford”, balada en la que la orquesta instaló el clima ideal para que Hart articulara un sonido de plasticidad estremecedora; “Caravan”, con un arreglo que propició los mejores solos de una noche que también tuvo muchos y buenos, y “Fine and Mellow”, con el que la cantante Julia Moscardini mostró particular empatía. En los bises, tanto en Bebop como en el CCK, un blues: Hart mostró su vena de showman para hacer cantar al público que colmó las salas. 

Pero el jazz no es pájaro de temporada y por las muestras de vitalidad que ofrece, todos los días con sus noches son, o deberían ser, el “día de jazz”. Mañana a las 21 en Pista Urbana (Chacabuco 874) el pianista y compositor Julián Solarz presenta su disco La palabra no dicha, editado por El Club del Disco. Con Frido ter Beek en saxo alto, Patricio Bottcher en clarinete bajo, Hernán Cassibba en contrabajo y Nicolás Politzer en batería, además del guitarrista Juan Filipellli y la cantante Analí Sambuco como invitados, Solarz dio forma a un trabajo expresivamente compacto y afectivamente coherente. La música del pianista clase 1977 se despliega por sobre una idea particular de género, atravesada por gestos y expedientes encantadores que llegan de distintos lugares: folklores imaginarios, tangos incomprobables y trópicos descentrados. 

Composiciones propias –”El adentro” y “Falsus” entre las más logradas–, un tema de Cassiba y una versión de “Reloj de plastilina” de Charly García, articulan los contenidos de un disco que parte del gusto por amplificar el espíritu de canciones instrumentales. A través del tamiz de la improvisación y el trabajo colectivo maceran las ideas que son reflejo de una personalidad definida en la economía y la tendencia al despojo. Acaso la versión de un momento, el sexto, de la serie Música callada del catalán Federico Mompou, compositor que dedicó gran parte de su obra al piano, buscando una voz propia entre las posibilidades de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX, resume un concepto poderoso y bien logrado.

Novedades desde Italia

Para más días del jazz se anuncian otras visitas internacionales. Desde Italia, en las últimas décadas fuente fecunda de latinidad y de sol mediterráneo para el jazz europeo, llegarán el pianista Stefano Bollani y el trompetista Paolo Fresu. Bollani tendrá dos presentaciones. El viernes 15 de junio en el Coliseo mostrará los temas de su última producción: Que bom, el trabajo con el que el siempre sorprendente pianista y compositor una vez más se acerca a la música brasilera. El disco, que saldrá a la venta en varios soportes en todo el mundo el 25 de mayo, cuenta con invitados como Caetano Veloso, Joao Bosco, Hamilton de Holanda y Jacques Morelenbaum. El 17 de junio, en el CCK, el italiano completará su gira argentina con la presentación del Concerto azzurro para piano y orquesta, escrito junto a Paolo Silvestri por encargo del Maggio Musicale Fiorentino. “Azul es el color del cielo y del chakra de la garganta, el de la comunicación”, asegura Bollani a la hora de definir un trabajo que, fiel a la naturaleza de su creador, combina improvisación y estilos varios. Junto a Bollani sonará la local Orquesta Sin Fin. 

Fresu, cuya versatilidad asombrosa está plasmada en una discografía inmensa en la que destacan nombres como los de Carla Bley, Richard Galiano, Enrico Rava, Ralph Towner, Uri Craine, Antonello Sallis, por nombrar algunos, llegará aquí en septiembre. El martes 25, en el Coliseo, bajo el poco imaginativo título de “El Miles Davis del jazz italiano”, se presentará en dúo con el pianista andaluz Chano Domínguez, otro esperado retorno.