Durante toda su vida Patricia Highsmith (1921-1995) hizo listas. Parecía adorarlas quizás porque nada podía ser menos representativo de su caótico mundo interior que una ordenada lista. Pero a la vez las listas eran coherentes con su naturaleza obsesiva y su afán de abarcarlo todo. “Las obsesiones son la única cosa que importa. Las perversiones son mi guía en la oscuridad”, escribió una vez. Hizo listas de las perversiones usando el libro Psycopathia Sexualis, ese delirante catálogo y bestiario sexual escrito por Richard von Krafft-Ebing. Las listas eran para ella el material primitivo y a mano que luego sería utilizado en los argumentos de sus ficciones. Unía en sus listas las zonas siniestras de su jardín, su vida amorosa, las hormigas gigantescas del sótano de su casa, su comprensión del trazado de las calles de New York, sus planos, sus cartas, los bares de travestis de Berlín. También hacía listas de los nombres de las mujeres con las que hacía el amor. Eso la llevó a dedicar su novela Extraños en un tren a “todas las Virginias” porque se percató de que se había acostado con muchas mujeres llamadas Virginias. Después maliciosamente mutó su dedicatoria en la versión definitiva en “para todas las virginianas”. 

Una de las listas que quizás mejor da cuenta de su alma y una de las más siniestras y graciosas es la que hizo el 16 de noviembre de 1973 bajo el título “Pequeños crímenes para pequeños bebés”. Cosas de la casa que los niños pueden hacer como:

Finalmente con apenas veintiséis años, a las 2.30 de la mañana del 1° de enero de 1948, formuló en forma de lista sus deseos para recibir el flamante año cuando expresó: “Mi brindis de Año Nuevo: a todos los demonios, pasiones, ganancias, celos, amores, odios, deseos extraños, enemigos espectrales y reales, el ejército de recuerdos que enfrento, que ellos nunca me dejen en paz”.