Si hay una comedia musical que encarna todas las virtudes del género y que puede ser considerada la apoteosis de la felicidad, esa es Cantando bajo la lluvia (1952), de Stanley Donen y Gene Kelly. Y fue Singin’ in the Rain la película que lanzó al estrellato a Debbie Reynolds, por lo que no deja de ser una paradoja que su muerte –en la noche del miércoles, a los 84 años– haya sido en circunstancias tan tristes. Sufrió un ataque cardíaco mientras preparaba los funerales de su hija Carrie Fisher, la Princesa Leia de la saga Star Wars, fallecida apenas 24 horas antes, a los 60 años, también de un infarto. La comunidad de Hollywood todavía no se recupera de ese doble golpe de guadaña de la Parca (ver aparte). 

A pesar de que ya estaba en la nómina de la Metro, por haber ganado un concurso de futuras estrellas, Debbie tenía sólo 19 años cuando Gene Kelly se decidió por ella para el que sería el papel co-protagónico de uno de los grandes clásicos del cine de Hollywood. El estudio había pensado en otras actrices (entre ellas Judy Garland, nada menos), pero Kelly las consideró demasiado crecidas para el personaje, que requería a una chica muy joven. El problema era que, para entonces, Reynolds todavía no sabía cantar ni bailar profesionalmente, lo que le requirió un entrenamiento espartano, teniendo en cuenta no sólo el tiránico nivel de exigencia de Kelly como coreógrafo sino también las dificultades casi acrobáticas de la mayoría de los números musicales. 

Reynolds no era tampoco la única actriz de la película: debió competir con el don para la comedia de Jean Hagen y con la sensualidad arrolladora de Cyd Charisse. Pero tenía la frescura de la ingénue que pedía su personaje y en todos los números –y muy particularmente en el célebre “Good Morning”, junto a Kelly y Donald O’Connor– derrochaba una alegría contagiosa, que le ganó un lugar protagónico durante los diez años siguientes en la Metro, que llegó a ser casi como su segunda casa.

Ninguna de esas numerosas comedias que hizo para el estudio del león rugiente –algunas junto a Fred Astaire y Frank Sinatra– llegó a ser tan notoria como Cantando bajo la lluvia. Pero la fama de Reynolds tuvo un pico extra-cinematográfico cuando hacia 1958 se descubrió que su amiga Elizabeth Taylor tenía un affaire con su marido, Eddie Fisher, el padre de Carrie, de quien no tardó en divorciarse. En el pacato mundo de entonces, la pareja adúltera fue condenada por la prensa, mientras que Reynolds revalidó ante el público su carácter de buena e ingenua. 

Parecía que hacía una eternidad que estaba en Hollywood cuando fue nominada para su primer y único Oscar como actriz protagónica, por la comedia musical La inconquistable Molly Brown (1964), aunque por entonces tenía apenas 32 años. No lo ganó y recién en febrero de este mismo año la Academia de Hollywood se acordó de compensarla con una de esas estatuillas honoríficas que ahora ni siquiera se entregan en vivo en la ceremonia televisada, con lo cual se perdió ese aplauso con toda la platea de pie que solía valer más que un Oscar, por dorado que sea.     

Papeles dramáticos tuvo pocos: en Banquete de bodas (1956), junto a Bette Davis y Ernest Borgnine, sobre un guión de Paddy Chayesfky dirigido por Richard Brooks; en el mamotreto La conquista del Oeste (1962), con un elenco multiestelar, en el que ella tenía a cargo el personaje que iba concatenando varios episodios, con especial lucimiento junto a Gregory Peck; y en la extrañísima ¿Qué la llevó a matar? (1971), de Curtis Harrington, donde compartió protagonismo con Shelly Winters y Dennis Weaver. Suerte de gótico hollywoodense que anticipó en unos pocos años a la versión de John Schlesinger de la novela de Nathanael West Como plaga de langosta, el film de Harrington estaba ambientado –como Cantando bajo la lluvia– en el Hollywood de los años de transición del mudo al sonoro y tenía a Debbie Reynolds en el papel de la dueña de una academia de baile para niñas émulas de Shirley Temple. La escena en que Reynolds hace una virtuosa demostración de tap dance disfrazada de marinerita, ante la mirada lasciva de Dennis Weaver, es una pequeña cumbre del erotismo bizarro. Debbie finalmente había dejado de ser una ingenua.