“Solamente una preguntita: ¿Cómo está el ambiente? ¿Bueno, regular o malo?”, dijo el histórico guitarrista Eliades Ochoa cuando promediaba la mitad del concierto de Buena Vista Social Club y abajo se vivía una verdadera “gozadera”, como dicen los cubanos. No hicieron falta más palabras ni de arriba ni de abajo: el Luna Park se había convertido en un tradicional salón de baile de La Habana y las butacas no eran impedimento para mover el cuerpo. La orquesta que sorprendió al mundo con aquel disco inesperado grabado por Ry Cooder en 1996 –fenómeno que luego fue llevado a la pantalla por el cineasta alemán Wim Wenders– se despedía el jueves por la noche del público argentino. Aunque, en lo concreto, la gira despedida mundial ya lleva como cinco años. Y la cantora Omara Portuondo, leyenda viva de la música cubana, repite en cada entrevista que no la bajarán tan fácilmente del escenario, porque “el cariño de la gente” la mantiene “llena de energía”.

Si bien integrantes originales como Compay Segundo, Rubén González e Ibrahim Ferrer ya no están, Buena Vista conserva figuras como Ochoa, Portuondo, el trompetista Manuel “Guajiro” Mirabal y el carismático Barbarito Torres y su laúd mágico, que le aportan un capital simbólico muy fuerte a la propuesta. Y los acompaña un elenco de músicos notables, que conjugan el virtuosismo, la técnica y el “sabor” de la música de los barrios. Un equilibrio perfecto entre la formación académica y un ritmo que se lleva en la sangre y que solo se puede conseguir en la isla. “Encantados de estar una vez más en esta tierra que tanto ama a los cubanos”, dijo la cantante Idania Valdés antes de invitar al escenario a Eliades Ochoa, que fue recibido con una ovación, y la orquesta explotó con “El carretero”. La misma euforia se desató cuando en el escenario se hizo presente Portuondo, quien lució un vestido rosa, pañuelo a tono y una seducción que no se pierde con el paso de los años. La cantora de 87 años no anduvo con vueltas y se mandó con “Bésame mucho” y “Lágrimas negras” , una de las canciones más emblemáticas de Cuba. Luego, generó un momento íntimo a solas con el pianista Rolando Luna, en “Veinte años”.

Durante todo el concierto se vivió un clima de fiesta. No había un ambiente de despedida. El público, al principio algo tímido, se levantó de la silla en canciones inmortales como “El cuarto de Tula” y “Candela”. “Hay canciones que llegan para quedarse. Esta canción gracias al proyecto Buena Vista se hizo conocida en todo el mundo”, presentó Ochoa antes de “Chan chan”, que también sirvió como excusa para brindar un sentido homenaje al músico Compay Segundo, ya fallecido. La orquesta, un combo musical poderoso y lleno de swing, hizo un recorrido por un amplio abanico musical: ritmos tradicionales como el son, la salsa, la guajira, el danzón, el bolero, la rumba y el chachachá.

Uno de los momentos más atractivos fue cuando Carlos Manuel Calunga desafió a Barbarito Torres. “Eso lo puede tocar cualquiera con el laúd”, le dijo Calunga. En ese momento, Torres se puso el instrumento en la espalda y empezó a tocar mejor que antes. No faltó ahí la clásica frase: “Se volvió loco Barbarito, hay que ingresarlo”. Todo bajo la fuerza de las trompetas de Manuel “Guajiro” Mirabal y Robertico García. De este modo, Buena Vista, una orquesta de música caribeña fundamental en el continente, empezó a decir adiós, pero con la satisfacción de haber sido promotores en todo el mundo de esta música de raíz. Una puerta que queda abierta de palmo a palmo para los que seguirán escribiendo la historia de la música popular cubana.