En el sistema capitalista nada es lo que parece. En su célebre apartado sobre el carácter fetichista de la mercancía, en el capítulo I de El capital, Karl Marx explica que existe un quid pro quo (tomar una cosa por otra) que oculta la verdadera esencia de la explotación y la dominación. La forma dinero encubre como un denso velo todo el proceso productivo y mercantil expoliado de nuestras vidas. El capitalismo genera crisis cíclicas, se destruyen fuerzas productivas. Surgen otras. En medio de las disputas interburguesas quedan entrapados con frecuencia el proletariado formal o informal y la pequeña burguesía.

Mijaíl Bakunin señala de qué modo, con el llamado contrato social, se genera la ilusión de una falsa igualdad en una sociedad de desiguales. La crisis social y económica en la región argentina es parte de una crisis mundial. Pero corresponde decir que tiene algunas características propias. La crisis, es una crisis inducida por la alianza de algunas fracciones coaligadas de la clase dominante que con el aval del Estado impone lo que Gilles Deleuze denomina axiomáticas. Estas axiomáticas, permiten imponer consenso por apatía. Imponer un particular sentido común hegemónico falaz, de resignación ante la brutal transferencia de recursos materiales de las clases desposeídas a banqueros, industriales y mercaderes de toda laya. La tecnoburocracia, los intelectuales orgánicos, comunicólogos, escribas y los burócratas sindicales colaboran en las tareas de disciplinamiento social. La fuerzas artilladas emergen cuando la protesta desborda lo tolerable. Diciembre de 2017, con grandes movilizaciones callejeras reprimidas ferozmente, así lo demostró. Aun hay militantes sociales en prisión.

Ahora bien, ningún simulacro servirá para tapar la oleada de despidos, los tarifazos en los servicios públicos, el alza desmesurada del precio de los alimentos, de los medicamentos. La pauperización de niños y ancianos. Más temprano que tarde ganaremos las calles y seremos una marea incontenible de furia y solidaridad.