“Volver a cantar juntas la música heredada es imprescindible para nosotras en este tiempo crucial de nuestra historia. Ese legado que es memoria de la profunda Patria nos sostiene en el intento de luchar por un mundo mejor, hoy más que nunca”, aseguran Teresa Parodi y Liliana Herrero. “Sabemos que hay una memoria que peligra, pero también sabemos que somos muchos los que no renunciaremos a resguardarla”, dicen —y cantan— también. Y proponen Esperar cantando, citando a Tejada Gómez y a la zamba que hizo junto a Oscar Matus: “Si hay que esperar la esperanza, más vale esperar cantando”. Así se llama el espectáculo que presentarán los próximos sábados 2 y 9 de junio a las 21 en la sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037). Lo harán junto a los guitarristas Pedro Rossi y Juan Manuel Colombo, y con invitados especiales en las distintas fechas: Nora Sarmoria y Chango Spasiuk, y luego Juan Falú y Víctor Heredia. 

Bromas, recuerdos, anécdotas cotidianas, complicidad de charla de mujeres precede a la entrevista. Son varias las cosas que reúnen a Herrero y Parodi, además del canto. Pero está también el canto. Tanto, que es la tercera vez, aunque nunca quedó de ello un registro formal, que encaran un espectáculo conjunto: ya lo hicieron con Dos orillas y, más recientemente, con Canto libre. “Le vamos poniendo otros nombres pero en realidad es el mismísimo encuentro, desde el primer momento, que se enriquece, se recicla y sigue rodando hacia adelante”, dicen las cantantes, y analizan: “Si decimos Canto libre, ahí también estamos diciendo que estamos esperando. Si decimos Dos orillas, estamos diciendo también que estamos cantando libremente, cada una desde su orilla. Es una extraordinaria conversación”. En esa conversación “de siempre”, que retoman en cada encuentro “como si la hubieran dejado ayer”, aunque en el medio pasen años, hay también lazos de cariño y admiración mutua que suenan cuando cantan juntas. “Nos juntamos para celebrar la amistad y la música que compartimos, que amamos”, concluyen las intérpretes sobre este encuentro.

–¿Por qué ponen el acento en “la música heredada”, y hablan de la memoria de la Patria?

Liliana Herrero: –El de la memoria es un tema recurrente entre nosotras. Porque subir a un escenario es una tarea que le compete a la memoria, en el sentido de que no hay un grado cero de la historia. Decir eso hoy para nosotras es importante, porque si hay algo ostensible en este gobierno es su pretensión de grado cero. Es como si antes no hubiese sucedido nada. Hemos conversado mucho sobre esto en relación a nuestra música: eso que sucedió es algo que es tan poderoso, que estará siempre esperándonos. Justamente porque es muy poderoso, es que resiste muchas, muchas visitas. Por eso nosotras no estamos haciendo literalmente las canciones que tomamos como legado, sino que entramos en una especie de diálogo, tenso por momentos, con eso que sucedió. 

–¿Y qué surge de esa tensión?

L. H.: –De esa tensión puede aparecer una obra artística, o puede no ocurrir. Puede pasar que no se te ocurra nada y entonces la abandones y la retomes después... es un sendero de tensiones y de cordialidad. Las dos cosas, digamos. Y también de amor con aquello que pasó. A nosotras nos preocupa que a veces hay músicos que pretenden realizar una obra con la ausencia de esa memoria... Y bueno, son estos tiempos. Es el tiempo del neoliberalismo, un tiempo que pretende borrar los territorios, las historias, las memorias...

–¿Y no creen que es una cuestión general esta idea de que todo empieza a partir de lo que yo hago?

Teresa Parodi: –Bueno, nosotras pertenecemos a una generación que ha recibido ese legado, lo ha tomado y lo ha encarado, se ha comprometido. Fuimos formadas con esa idea de que la Patria estaba en todas las cosas, cercana a la emoción. Sin conocernos, cada una en su provincia, fuimos militando casi en los mismos sectores, con los mismas referentes... era lógico que nuestros caminos se iban a juntar, o al menos se iban a acercar en algún momento, que iban a desembocar en el mismo cauce. Y aquí estamos.

–¿Qué es, concretamente, lo que las reúne?

T. P.: –Un montón de cosas, pero sobre todo esta necesidad de afirmarnos en esa memoria musical y poética, para seguir diciendo quiénes somos, para legársela a las nuevas generaciones con mucha claridad. Los que nos siguen podrán tomarlo o no, pero nosotras tenemos esa conciencia y actuamos en consecuencia: hemos recibido algo, hemos caminado hacia adelante con eso que recibimos, hemos pasado por la música popular, y queremos dejar algo. Liliana ha dejado una huella clarísima. En mi trabajo como compositora, yo también creo haber una huella en la canción de mi región. Tomamos ese compromiso con convicción y con pasión, ella como intérprete y yo como compositora. Porque creo que mi aporte mayor está en la autoría, y Liliana indudablemente es la gran intérprete argentina. 

L. H.: –Nadie me va a quitar la desesperación por buscar algo bello, recostado en la memoria. Aún cuando esa memoria sea en un contemporáneo, como es el caso de Teresa. O de Juan Falú, por citar dos compositores importantes para mí. No importa que no estén en el pasado lejano. 

–¿La memoria entonces también pasa por las obras contemporáneas?

L. H.: –Seguramente. Porque en el caso de los compositores contemporáneos, ese pasado está en ellos. No me lo imagino a Juan olvidándose de Yupanqui, o de Pepe Núñez, para componer. Incluso de su tío Eduardo: él se ha esforzado por salir de allí, pero salir de allí no significa tachar eso que existió. A mí, como intérprete, me ocurrió algo similar con Mercedes: yo tuve que dar una batalla para pensar su herencia, su legado, y correrme de ese lugar para inventar otro. Sin quedar atrapada en ese canto, porque si no sería repetir lo que ella hizo muy bien. Pero no sin eso: sería imposible. Y a su vez ella habrá pensado en Margarita Palacios, o en tantos. La historia es como un río. Es un río que va, viene, caudaloso, manso, pero se aparece delante tuyo como una piedra en el camino, con la que te tropezás inevitablemente, todos los días. 

–Esto que están haciendo ustedes de juntarse para “esperar cantando”, es algo que están haciendo muchos. Como si las crisis, los momentos negros, avivaran la creación y la búsqueda de encuentro. ¿Lo verifican? 

T. P.: –Sí, es algo que ocurrió en otras épocas muy difíciles del país. En la dictadura era así: también la gente organizaba recitales en las casas, en lugares pequeños, bien alternativos, como ahora. En el 79, 80, 81, en Buenos Aires había lugares increíbles: La Peluquería, que de día, literalmente, era una peluquería, y a la noche se abría para escuchar música, la vieja Trastienda, el Freedom Bar, La Bodega del Tortoni, el Scalabrini Ortiz, en San Telmo, el Teatro del Bajo... y se hacían con el boca a boca, porque no existían las redes, nada. Era muy impresionante cómo se iban armando los circuitos por fuera de lo comercial, donde se decían y se pensaban otras cosas. Y sí, siento que ahora pasa eso. Hasta se volvió a eso de pensar recitales en las casas...

L.H.: –Si en la calle estamos a la intemperie, si en este horizonte político y cultural estamos a la intemperie, en cada lugar de arte, en cada teatro, cada espacio para la música, la danza, la plástica, se consuma allí, esa promesa de comunidad libre y emancipada que el arte tiene. Y en ese sentido el arte tiene la capacidad de trabar la maquinaria: ahí nosotros y nosotras, en el teatro, en una casa o en donde sea, con la gente somos dueños y señores. Ahí se consuma esa promesa de comunidad libre. 

–¿Esa es la espera?

L. H.: –Sí, eso es Esperar cantando. Aunque sepamos que, con todo esto, apenas movemos el amperímetro. No me importa. Sabemos que los que definen las cosas son otros, son los grandes capitales, eso está claro. Pero nosotros las estamos definiendo desde un subsuelo que si se moviliza, es el subsuelo de la Patria. Una especie de “apocalipsis de abajo”, como dice Fito en su canción.

T. P.: –Me gusta la palabra pueblo porque me hace sentir parte de un todo, al que quiero pertenecer. Hay una necesidad recíproca.