Olvidé llevar mis guantes negros. Hacía mucho frío ese mes de julio, pero quise ir igual a la Plaza del Congreso a esperar ansiosa y con una sensación extraña la resolución de la votación en Senadores por la Ley de Matrimonio Igualitario. Unas amigas me estaban esperando en el bar de la esquina de Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen. Estaba, entre ellas, la chica que me gustaba. Nos turnábamos para cuidar la mesa. Mientras algunas salíamos, otras entrábamos. Escondida bajo la bufanda, dentro de la campera, ocultando la camiseta y disimulando el frío representaba cómo venía viviendo mi vida clandestina. 

Era de madrugada cuando festejamos la aprobación de la Ley. Mientras que la ansiedad se convirtió en felicidad, la sensación de extrañeza continuaba sin nombre. Me volví sola a casa en colectivo, pero con los guantes puestos de la chica que me gustaba. Toda mañana es incierta, pero esa mañana “la del día siguiente de la aprobación de la Ley” fue una mañana menos incierta que todas las anteriores porque ese día no estaba más viviendo como una ilegal en mi propia tierra. Esa mañana, de repente, tenía los mismos derechos que otros gozaba, sabiendo que se pueden no tener. Esa mañana podía mostrar mis nuevos guantes sin vergüenza. El frío continuaba, pero no eran tan crudo como la noche anterior. 

La semana pasada, casi 8 años después, cuando la Cámara de Diputados aprobó la media sanción de Ley del aborto legal, seguro y gratuito volví a sentir en el cuerpo esa sensación de libertad y felicidad que no había podido nombrar 8 años atrás. El frío mantenía su galope y las lágrimas abrigaban mi rostro. Ver a las pibas adolescentes cantar, festejar y con purpurina verde me enardecía. 

La mañana en que se votó la media sanción de la Ley del aborto legal, seguro y gratuito me llevé puestos, sin darme cuenta, a la Plaza del Congreso los mismos guantes con lo que me había vuelto aquella madrugada. Festejando en la Plaza con otrxs veo como esos mismos guantes de hace 8 años atrás estaban de la mano de esa chica que me los había regalado y a la vez abrazaban la misma causa: salir de la clandestinidad.