Cuatro décadas se cumplen hoy de la obtención de la primera de las dos estrellas que tiene en su haber el seleccionado argentino de fútbol: la que ganó en el Mundial de Argentina ‘78, de la mano de César Luis Menotti, el entrenador que supo cambiar la mentalidad del fútbol local y que logró que sus jugadores pudieran abstraerse de la pesadilla que representó el golpe militar de 1976.

El DT rosarino había sido designado un año antes, durante el breve período de gobierno de Isabel Perón. Y demostró que hubo un antes y un después de su gestión, entre otras cosas, porque parte de su filosofía era confirmar con debido tiempo a los jugadores que iban a participar de su ciclo. Desgraciadamente, sus frutos fueron recogidos en medio de la Dictadura. Si bien hoy tienen un merecido aunque tardío reconocimiento, los integrantes de esa gesta durante años debieron cargar con la sombra de haberse consagrado en medio de la propaganda militar.

“Cuando lo escuché por primera vez a Menotti, me convencí de que podíamos cambiar la historia. Yo padecí el descontrol y el desorden que había en el fútbol argentino antes de su arribo. Pero el Flaco quería tomar riesgos. Y nosotros le hicimos caso”, afirmó hace poco Omar Larrosa, ex integrante del seleccionado argentino campeón del Mundial 78. 

Un poco de historia

Durante el gobierno de Héctor Cámpora, y posteriormente el del general Juan Domingo Perón, entró en funciones la Comisión Nacional de Apoyo al Mundial. Argentina conseguía la anhelada candidatura a organizar la Copa del Mundo, pero lo cierto era que se dudaba sobre la posibilidad de su realización por la cantidad de obras que se necesitaban.

Por entonces, Menotti –ex jugador de Central, Racing y Boca, que como DT sacó por primera vez campeón a Huracán– llegó a la conducción del seleccionado a través de David Bracutto, dirigente del club de Parque Patricios y titular de la AFA, quien a la vez tenía línea directa con Lorenzo Miguel, histórico dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica. Y el técnico designado no demoraría en implementar un exhaustivo plan de trabajo que incluía la observación de jugadores y la formación de un combinado del interior del país. 

Pero con el golpe de Estado a Bracuto lo obligaron a “renunciar” y su lugar fue ocupado por Alfredo Cantilo. Ante esta situación, Menotti llegó a presentar la renuncia, pero desde la cúpula militar no sólo se la rechazaron sino que le prometieron absoluto respaldo para su trabajo.

A todo esto, las obras de infraestructura seguían sin avanzar. Y entonces los militares impulsaron la creación del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), manejado por el marino Carlos Alberto Lacoste, mano derecha de Emilio Eduardo Massera.

El EAM 78 también se encargó de la propaganda y el marketing del Mundial, ya que el gobierno de facto necesitaba brindar una imagen que permitiera contrarrestar las voces que se alzaban en el mundo por la violación a los derechos humanos, por lo que prohibió a los medios de prensa criticar al seleccionado nacional. De hecho se pretendía “lavar la imagen” del país en el exterior a caballo de algunos eslóganes pueriles (“Los argentinos queremos goles”) y otros directamente execrables (“Somos derechos y humanos”).

Por otra parte, la censura de esos años que campeaba en todos los medios era tan feroz que hasta el capocómico Jorge Porcel se animó a hacer un programa infantil en TV. “El tío Porcel” acaso pretendió competir con el Capitán Piluso de Alberto Olmedo, aunque sin la gracia que éste imprimía junto al inefable Coquito que interpretaba Humberto Ortiz. De hecho, el Negro –que por entonces también tenía su programa nocturno en el viejo Canal 11, “Olmedo ‘78”– había sido borrado de la pantalla al inicio del golpe tras anunciar en broma su “desaparición física” (acaso una velada alusión a los crímenes que se empezaban a cometer) en una emisión de “El Chupete”, algo que a los milicos evidentemente no les hizo mucha gracia. 

Pero en 1978, en medio de una salvaje represión, silencio y “no te metás”, había que entretener a las masas. Y la pasión por la pelota en un país tan futbolero como éste hizo el resto. Bajo esas circunstancias debió trabajar el combinado nacional, al margen de lo que se vivía en el país, sobre todo si quería cumplir un buen papel.

En este punto, Menotti recordó: “La gente no sabía lo que pasaba. Si hubiésemos perdido el Mundial, quizás les habríamos hecho un gran favor a los militares, porque al ganarlo hubo tal euforia que ellos no pudieron contener a la gente que salía a las calles a festejar”. Jorge Olguín, otro campeón mundial, señaló: “Los prejuicios por la tragedia argentina en plena dictadura militar bajaron el valor del triunfo futbolístico”. En la misma línea, Daniel Bertoni, quien convirtió el último gol de aquel certamen, apuntó: “Hemos dejado todo adentro de la cancha. Y hemos sufrido, porque la época del Mundial 78 fue nefasta y muy fea para la Argentina”.

Así las cosas, los héroes de la Copa del Mundo que consagró a la Argentina hace 40 años se esforzaron por jugar bien al fútbol e intentar ser campeones. Y lo lograron. “Porque la pelota no se mancha”, diría bastante después Diego Maradona, quien por entonces tenía apenas 17 años, ya la descosía en Argentinos, pero finalmente quedaba afuera de la convocatoria. “Es probable que me haya equivocado en dejar a Diego afuera de la lista del 78. Me dio miedo, qué sé yo; era tan joven, tan chiquito... tenía que elegir entre tipos grandes”, declaró años después Menotti en un reportaje.

La hora de competir

Al igual que en Alemania 74, donde el combinado nacional tuvo un desempeño más bien olvidable, todos los jugadores llevaban en sus dorsales un número según el orden alfabético de sus apellidos. Así las cosas, resultaba por lo menos curioso ver al arquero Ubaldo Fillol con el buzo número 5 y que al enganche Norberto Alonso se le esfumara un cero de la espalda y llevara la 1. No obstante, a Mario Kempes la 10 le quedó como pintada, dado que al cabo fue el máximo artillero y consiguió el premio mejor jugador del certamen.

A diferencia de la Selección actual, el plantel argentino tenía a un solo jugador que militaba en el extranjero: Kempes, que revistaba en Valencia de España. El resto lo componían cinco jugadores de River: el capitán Daniel Passarella, que llevaba la 19, Leopoldo Luque (14), Oscar Ortiz (16), y los mencionados Fillol y Alonso; cuatro de Independiente: Bertoni (4), Rubén Galván (8), Larrosa (12), Rubén Pagnanini (18); otros cuatro de Talleres de Córdoba: el arquero Héctor “Chocolate” Baley (3), Luis Galván (7), Miguel Oviedo (17) y José Daniel Valencia (21); dos de Huracán: Osvaldo Ardiles (2) y René Houseman (9); dos de San Lorenzo: el tercer arquero Ricardo La Volpe (13) y Olguín (15); otros dos de Racing: Daniel Killer (11) y Julio Villa (22); uno de Newell’s: Américo Gallego (6); y ninguno de Boca, ya que Alberto Tarantini (20) se peleó a fines de 1977 con la dirigencia xeneize y cuando fue convocado para jugar el Mundial tenía el pase en su poder.

Argentina formó parte del Grupo A, junto a las selecciones de Francia, Italia y Hungría, a la que enfrentó en su debut el 2 de junio de 1978, en River. Y empezó perdiendo con un gol del húngaro Karoly Csapo, pero lo dio vuelta con tantos de Luque y Bertoni. En el segundo compromiso derrotó a Francia por el mismo marcador (Passarella de penal y Luque, Michel Platini para los galos) y así pasó a la segunda ronda. Sin embargo, perdió el tercer partido con Italia (gol de Roberto Bettega) y clasificó en segundo lugar. Ya en Rosario le ganó 2-0 a Polonia con el primer doblete de Kempes, quien en una jugada en plena posición defensiva se estiró cual guardavallas y con la mano desvió un disparo que tenía destino de gol. El penal lo pateó el malogrado Kazimierz Deyna (que falleció en 1989) y el Pato Fillol lo atajó con maestría. Después Argentina empató sin goles ante Brasil, por lo que para asegurarse de pasar a la final tenía que ganarle a Perú por 4 a 0. Pero la Selección le metió seis al conjunto inca, con el segundo doblete de Kempes, otros dos de Luque, uno de Tarantini y otro del Loco Houseman. Así, después de 48 años, la Selección se ganaba el derecho de disputar su segunda final en un Mundial.

El partido decisivo entre Argentina y Holanda se disputó en el Monumental. Y fue por demás vibrante. Kempes puso el 1-0 en la primera etapa, pero en un final para el infarto Dick Nanninga marcó el empate holandés que obligaba a jugar tiempo suplementario. Al minuto 105 volvió a desnivelar el Matador y a cuatro del epílogo Bertoni selló el 3-1 definitivo. De esta manera, la Selección nacional conseguía su primera Copa Mundial. En el Obelisco, mucha gente se aglutinó para desatar su alegría, lo que representó la primera gran manifestación de personas bajo un gobierno de facto. Claro que hubo quienes no tenían nada que festejar, ocupados como estaban por exigir aparición con vida de sus seres queridos. Aún hoy lo siguen haciendo.