Esta semana sufrimos el fuerte deja vu de ver el viejo Padelai nuevamente desalojado, con operativo policial exagerado, subsidios para los que se quedaban en la calle y mudanza compulsiva de enseres. La saga del edificio en San Telmo es una prueba de la falta de políticas de vivienda en la ciudad y también de la completa falta de imaginación en la gestión del patrimonio edificado porteño.

El Padelai fue ocupado originalmente en 1984 y fue desalojado violentamente en tiempos de Aníbal Ibarra. El edificio había sido dividido y vuelto a dividir con muros por todos lados, que le agregaban un peso extra que lo llevó al borde del colapso. Viejo de más de un siglo, el pequeño palacete no tenía la capacidad  material de aguantar tanta carga. Ibarra hasta se entusiasmó en salir en la foto de la demolición, hasta que alguien le hizo notar que un jefe de Gobierno no podía aparecer con una masa “interviniendo” en un edificio que tenía el deber de proteger.

Así quedó la cosa por años, con el Padelai mal tapiado mientras se iba y se venía con un proyecto de los españoles para crear un centro cultural, que Mauricio Macri llegó a firmar. No ocurrió, las ventanas siguieron tapiadas, la vigilancia fue aflojando y en 2012 volvieron a ocuparlo familias que necesitan un techo. Este miércoles, esas familias fueron mudadas compulsivamente y se tuvieron que conformar con una fracción de la ayuda que les habían prometido.

Lo que en todo momento faltó en este desalojo es alguna idea de qué hacer con un edificio histórico de gran belleza material, que necesita ser salvado y ganarse la vida honestamente. El Padelai está en un lugar central de San Telmo pero su estado actual mata su vecindad. Restaurarlo y darle un uso público nuevo puede revitalizar la esquina y darle otro polo de atracción a un barrio que mostró sobradamente el valor del patrimonio edificado. Por ejemplo, el patronato podría ser el nuevo hogar del Museo del Cine, que sigue boyando, o del Museo de Arte Oriental, que sigue embalado.