La reaparición de El marginal se precipitó por obvias razones: una serie de calidad con un reparto fabuloso lleno de premios y audiencia, exitoso en múltiples plataformas y comercialmente rentable, no daba lugar a otra cosa que no fuera una nueva tanda de capítulos. Si bien la demora entre temporadas fue considerable (un año y medio entre el fin de la primera y el inicio de ésta), nadie en televisión es tan estúpido como para dejar pasar semejante oportunidad. Peleas, deseos cruzados, luchas de poder y la violencia como el esperanto entre seres que no saben vincularse de otro modo que no sea mediante agresiones físicas y verbales componen el cóctel ideal para volver a tenernos manijas frente a la pantalla del televisor, de la compu o de la tableta.

Más allá de los relatos de héroes y villanos debidamente regados con sangre que la primera temporada preconizó, había alrededor de las obviedades del guion (facas, violaciones, drogas, sordidez y muerte) un interesante entramado de historias circulares que, en otro sentido, intentaban al menos aproximarse a la real espesura de los problemas en torno al sistema carcelario: un policía infiltrado entre los presos, un juez que armaba causas en su beneficio, el director del penal como articulador de los negocios turbios de la cárcel, un procurador pajero capaz de silenciar su denuncia sobre el maltrato a los presos a cambio de los favores sexuales de una mujer, una asistente social demasiado idealista y poco hábil para hacerse camino entre innumerables obstáculos.

Si bien estaba claro que El marginal tomaba apenas algunos rasgos del sistema penitenciario para convertirse en una serie más surreal que documental, era advertible cierta intención de componer un friso subyacente que permitiera al mismo tiempo darle algunas marcas de veridicción. En definitiva no hace falta ir a la cárcel para ver condiciones de vida miserables, sangre derramada, culos desgajados e indolencia humana: eso puede estar mucho más cerca de lo que uno imagina. La teca de ubicar a un penal como locación fundamental es poder desanudar los resortes ocultos que sostienen la escenografía visible. ¿Son más malos los presos que se amasijan sin pudores o los trajeados a quienes conviene la existencia de tal sistema?

En la necesidad de encontrar una razón de ser narrativa, la segunda temporada de El marginal podría haber avanzado sobre esta pregunta como una forma de aprovechar dos insumos que no toda ficción tiene: recursos económicos y materiales y un elenco actoral deluxe, todos estos indispensables para hacer creíble el guión. Pero a juzgar por lo visto hasta ahora (y por lo que especialmente subrayó el equipo de prensa de la productora), la intención parece ir por otro camino: en las gacetillas previas con las cuales se promocionaba el relanzamiento de El marginal se enfatizaba en la multiplicación de la violencia como el vector sobre el cual se tensa la dramatización.

El capítulo inicial mostró dos escenas outdoor con balacera y muerte, una pelea entre dos presos donde uno mata al otro golpeándole el corazón varias veces, un intento de violación que no queda claro si se perpetró y hasta la delirante historia de un cantante de cumbia que cae en la cárcel (aún no queda claro por qué) y es amarrado boca abajo para ser azotado en el pecho con un palo. Ese palo es el bastón del Sapo, el líder de los pabellones de San Onofre en esta precuela donde la idea es mostrar cómo discuten poder y territorio los internos y no tanto cómo se replican esas mismas instancias en otras esferas menos visibles (y tal vez menos taquilleras).

Todo parece abrevar en un relato apocalíptico, emocional, sanguinoliento y por cierto muy atractivo, aunque incluso más alejado de lo que realmente ocurre en el sistema carcelario respecto a lo visto en la primera temporada. Una decisión que, en el contexto en que se produce, tal vez sea menos inocente de lo esperado: El marginal, a su manera, implica un discurso sobre el régimen carcelario y punitivista en el canal del mismo Estado que desde hace dos años desguaza los medios públicos y edulcora sus contenidos (tal como hace con todas sus otras reparticiones) mientras al mismo tiempo remarca sus intenciones con mordaza y represión.