El stand up es un género del presente. Y por algo será… En una Argentina en crisis, se siguen abriendo espacios dedicados exclusivamente a shows de stand up. Netflix presenta un abanico, claro que invirtiendo poco y nada, que va desde lo más misógino, particularmente transfóbico y reaccionario, pasando por las típicas rutinas (nunca mejor dicho) hasta llegar a lo que nos importa aquí, la última adquisición, una lesbiana de 40 años criada en Tasmania cuando la sodomía era considerada un delito y de lesbianismo nos se hablaba en la mesa: Hannah Gadsby arrasa con su show de una hora llamado Nannette, un nombre de mujer inspirado en una mujer sin importancia. 

Siempre hubo monólogos, pero el stand up emerge cuando la esfera política deja de hablar porque “comunica” con estrategias de marketing, suelta de globos y bloopers ministeriales; el púlpito de los curas tampoco encuentra ni punch ni verosímil dado su curriculum rico en pedofilia, enriquecimiento ilícito y un pasmoso desinterés por la vida real de las personas nacidas y criadas post Edad Media. Los foros en Internet se multiplican pero se disuelven con demasiada velocidad. Además, es la hora del humor. Los presidentes hacen chistes con sus políticas más perversas y una de las primeras reacciones son los memes. Los estudios sobre el perfil de la generación millenial asumen que la ironía y el sentido del humor ocupan un porcentaje significativamente alto en hábitos y prioridades. El stand up toma la posta de instituciones en retirada, púlpito express donde los nuevos no fieles van a escuchar sus no verdades, a reírse y sobre todo a alimentar un consenso, coincidir en el punto de vista que cada orador (que promete contar su propia verdad) le ofrezca. Comparte ADN con el universo de los YouTubers, con el desprestigiado reality show pero también con las prestigiosas charlas TED (evento online donde “algunos de los pensadores y emprendedores más importantes del mundo están invitados a compartir sus ideas dignas de difundir”). Será por eso que llama tanto la atención alguien (no cualquiera) que se propone pasarse para el otro lado de la risa, y hacer stand up cantándole las cuarenta al patriarcado (aunque no sea la única ni la primera). Y proponiendo una revisión de los objetos del humor. No lo hace proponiendo censura, uno de los primeras reacciones más típicas de derecha a izquierda, sino llorando a cámara y dejando de llorar. “Me he caído pero me he levantado, soy una sobreviviente”, es su grito de guerra.  

He aquí una de los hallazgos del show de Hannah Gadsby: su presencia pone en foco toda una matriz lesbiana del feminismo que supo antes que otras compañeras sobre la invisibilidad de las mujeres. Las que no pertenecen a una casta gobernada por señores, tuvieron un acceso privilegiado al ninguneo, las injusticias, las desigualdades justamente por no encajar en lo que ahora resulta que no valía tantas penas, encajar. No levanta la bandera de la diversidad, tampoco la baja… Sus flechas se suman a las flechas del feminismo más popularizado hoy, y como tal asume un torterismo patrio, parte fundamental de la marea que mueve las aguas al grito de “Ni una menos” y allá en el norte sobre todo el  “Me Too“. Eso es, Nannette es un producto de la era “Me Too”. 

Hannah Gadsby, comediante desde hace más de una década, tenía pautadas cuatro funciones de su gira en Nueva York y ya lleva cuatro meses con localidades agotadas, de ahí derecho Netflix y al mundo de los algorritmos. ¿Quién la estará mirando? ¿Cómo es esa mayoría? De un día para otro, la reconocen por las calles de una ciudad donde nadie se reconoce mientras ella confiesa que no va a pellizcarse para no despertar del sueño. Cuando le preguntan qué hace cuando no está en el escenario, responde que está chateando con candidatas del mundo torteril del norte, para su sorpresa, muy entusiasta con las aplicaciones de levante.

¿DE QUÉ TE REÍS?

Gadsby arrasa con un show que al menos en sus primeros minutos no parece justificar el éxito. Empieza con típicos chistes sobre su vida como gorda y lesbiana, no escatima la alusión a su aspecto ni la salida del closet con una madre que le contesta: “No debiste decírmelo. Yo si fuera asesina no te lo contaría”. Es buena, mueve los ojitos con maestría detrás de unos anteojos que le esconden el movimiento de cejas, y su presencia en el escenario es una fiesta, sobre todo para el ojo harto de la hegemonía de cuerpos magros donde la ropa no parece a punto de explotar, otro hallazgo de vestuario. Presenta una sensibilidad, cuerpo, voz y voto de signo torta que empieza a hacerse cargo en este siglo de lo que le estaba faltando a la cultura pop.  

También es cierto que, en cuanto a lo que promete como el verdadero y triste relato de su vida, no cumple con creces. Quienes hayan leído aquel boom de los 90 que fue la inglesa Jeanette Winterson, autora de Las naranjas no son la única fruta donde retrataba la vida de una chica lesbiana en el seno de una familia de evangélicos rurales, les parecerá que acá hay más (o menos) de lo mismo. O si leyeron, también de Winterson, la autobiografía con título super standapero, Por qué ser feliz cuando puedes ser normal que escribió años después cuando descubrió que aquellos padres violentos le habían ocultado que eran sus padres adoptivos. Y solo por nombrar best sellers mundiales, ni hablar de quienes tengan presente la saga de la genial historietista americana Alison Bechdel que hace décadas viene retratando como pocas la vida y los estereotipos de la existencia lésbica en el seno de las mejores familias. Quienes no hayan leído ni escuchado ni entendido y estén ávidos por entender, encuentran todo esto masticado y resumido, y aplauden a rabiar.

Uno de las apuestas de Nannette está en su rechazo al maldito consenso y a la combinación de frentes que abre. Abre fuego contra los lugares de pertenencia tanto de ella como de su audiencia: el activismo lgttbi, el género de la comedia, el maravilloso mundo hetero patriarcal. 

La primera disrupción es cuando agrega una nueva T a la sigla de las diversidades. L la T de Tired (cansada). Cuela aquí una autocrítica a la comunidad. No le teme a que reaccionarios se cuelguen de sus chistes cuando va a criticar a su gente: toma distancia de la bandera del arco iris por demasiado chillona, por las marchas del orgullo que no representan su tendencia a la quietud, y pasa factura a un activismo lésbico que se le acerca después del show a criticarle que no ha sido lo suficientemente lésbica o a quienes le reclaman que debería reconocerse como un hombre trans. Se le atreve incluso a la equiparación de hartazgos: “Apenas termino mi show las lesbianas vienen y critica, los tipos vienen y opinan”. Nannette expone el cansancio de no cumplir con las reglas correctas de un lado y del otro y lo que es aún más grave, el estar siendo funcional al régimen. 

Pero lo que parece haber conmovido más es lo que en el fondo era un recurso de estilo. Dijo que dejaría la comedia. ¿Será que tranquiliza ver al herido retirarse? Público general y la gran mayoría del periodismo lo ha entendido literalmente y ahora ella estará preguntándose cómo hacer para continuar sin traicionarse. “ Basicamente soy una mujer gorda, queer que no intenta ser atractiva para los hombres…Soy una cómica más bien cerebral… Y me doy cuenta de que me estaba tomando como objeto de chiste todo el tiempo” “¿Entonces abandona la comedia? Le preguntan y ella responde: “Bueno, esa comedia… Claro que siempre se puede cambiar de opinión…”

EL PALACIO DE LA RISA

“¡Odio a Picasso!” exclama Gadsby en uno de los momentos más altos del show, anteponiendo con el grito que repite varias veces muy a conciencia el sentimiento y la furia feminista, al ejercicio de lógica que desarrollará a continuación: el genio del cubismo fue un misógino, no habría que olvidarlo. Va mucho más atrás en la historia del arte, y en la biografía de Picasso donde se topa entre otros episodios como su relación atormentada con una chica de 17 cuando el tenía más de 40 y con la cita que dice palabras más palabras menos que “a las mujeres que dejamos deberíamos quemarlas”. Louis C.K., Harvey Weinstein y Bill Clinton, caen en esta volteada de sexismo y sentimentalismo contra una sociedad que históricamente ha justificado el abuso. El genio (que siempre es masculino incluido el de la lámpara y que nada que ver con el femenino que trabaja Julia Kristeva) se apoya en su relación con el objeto femenino, musa o modelo. Que mejor que calle, que esté como ausente. O con el sufrimiento. Y así es que si a Calu Rivero le siguen preguntando por qué tardó años en denunciar a Juan Darthes, o si insisten con por qué salen ahora y todas juntas las actrices de Hollywood, la comediante erosiona la cuestión recurriendo a esta hipérbole retrospectiva.

No le escapa a las contradicciones. Por un lado dice que sus pasos de comedia no le cambiarán la vida a nadie y por el otro asegura que de haberse evitado tomar a Mónica Lewinsky de punto con tantas bromas ingeniosas, hoy habría una mujer (se refiere a Hillary Clinton) en la casa blanca. El humor, como un modo de interpretación de la realidad, no tendría tanto poder revolucionario como a veces se espera pero, la caída en y

Gadsby cuenta en justamente que la idea de aludir a la ridiculización de la que fue objeto la Lewinsky le vino luego de ver en el transcurso del documental Amy las intervenciones de algunos cómicos ridiculizando a la cantante, Amy Winehouse, protagonista y supuestamente homenajeada en la biopic. 

Hasta hace poco la hegemonía de la comedia coincidía punto por punto con aquello que la autora, también lesbiana, Rebecca Solnit caracterizó como mansplaning en su libro Los hombres me explican cosas… Hombre que explica la vida cotidiana mientras se despacha sobre la suegra y aledaños tomando como objeto de chiste lo femenino o lo afeminado. Pero hace ya unos años que ha perdido el efecto. Y el campo se ha ido abriendo a otras voces que retoman la consigna de los personal es gracioso, pero también es politico. Analistas bastante optimistas frente al fenómeno que no para de crecer en Estados Unidos lo asocian con una toma de la palabra de las minorías que por esta vía construyen su propio relato por fuera del que proponen las iglesias evangélicas. El nombre del show, Nannette, remite a un desvío. Es el nombre de una bar tender, una señora mayor que tiempo atrás maltrató a la standapera en un bar respondiendo a la vieja y triste sentencia legranesca - “Como te ven, te tratan”- en este caso con la variante “si te ven torta masculina, te maltratan”. Gadsby dice que le puso Nanette porque pensaba burlarse de esta mujer durante una hora, como revancha. Pero que cuando quiso escribir no le salieron las bromas. Sobre ese fracaso entre las intenciones y los motivos de la risa, ronda el mensaje que transmite esta pieza de stand up. Nannette, que no deja de ser un escrache, ha llegado para avivar gilas y giles sobre la tremenda profundidad de ese cantito que anuncia aquí y allá: “Ahora que sí nos ven, se va a caer, se va a caer”