Magia en La Boca

Pablo Mehanna

“Acá suelen pasar cosas mágicas”, dice Gaby Zinola, sentada en una de las mesas de la cantina que su familia lleva adelante desde 1970 frente a la Bombonera. Algo mágico puede ser que en el medio de una comida Marta Minujín pregunte si puede pintar algo en una pared (y lo haga). Que Francis Mallmann llamé por teléfono para avisar que está llegando para almorzar con Gwyneth Paltrow (en 15 minutos). Que Francis Ford Coppola diga que es su lugar favorito de Buenos Aires o que cualquier día uno se pueda topar con alguno de los mejores cocineros del mundo, desde un Massimo Bottura hasta un Andoni Aduriz (por supuesto Anthony Bourdain estuvo alguna vez). Carlitos es singular. Fundada sobre lo que era el almacén y la despensa de una familia venida de Chiavari, se mantiene casi intacta desde hace 48 años. El espacio es austero, agradable, con una linda luz entrando por los ventanales. Apenas 45 cubiertos. Carlos, con 70 años, atiende las mesas mientras supervisa la parrilla; su esposa Marta y su hija Gaby están en la cocina. Eso es todo. “Esta es una casa, no es un restaurante, yo atiendo a la gente como si fuera mi familia”, dice Carlitos, que impuso su sistema: ir sirviendo un poco de todo lo que haya, lo más rico, lo más fresco. 

La provoleta es una maravilla: la pasan por pan rallado y huevo y queda crocante, dorada por fuera y blanda por dentro. Lo mismo la fainá. Los bocadillos de acelga jamás se van de la carta, la carne se compra a diario en el barrio y se sirve al punto que pide el comensal. Y después están las pastas, uno de los puntos altos. Los rotolos, por ejemplo, láminas de pasta fresca que se rellenan con espinaca, se hierven, se cortan en piezas y se terminan de hornear con salsa roja, queso y bechamel. Aunque no quede espacio, Carlitos convidará una sflogliatella napolitana y no hay derecho a negarse, porque es una de las mejores que preparan en Buenos Aires. También hay tiramisú, volcanes, tartas de frutas y otras cosas ricas que prepara Gabriela. ¿Precio? $480 más bebida. 

Carlitos queda en Brandsen 699. Teléfono: 4362-2433. Horario de atención: martes a sábados, mediodía y noche. 


Enamorados de la cocina

Pablo Mehanna

Clara González Coch y Martín Auad se conocieron en el efervescente y loco mundo de las cocinas, ese que tiene rutinas a trasmano y jornadas eternas. Ellos se enamoraron de ese frenesí y también se enamoraron el uno del otro. Luego de pasar por Café Rivas, por Florería y Brasería Atlántico, acaban de abrir su primer bar de tapas juntos. Todo esto sin aún cumplir los 30. Eligieron el barrio donde viven, San Telmo, y una esquina en la que los vecinos agoreros les advirtieron que “nunca funcionó nada”, pero a la que ellos le tienen fe. Aún empedrada y un poco escondida de la parte más ruidosa y turística del barrio, lo que antes fue un local partidario (y antes de eso una parrilla) ahora es Creol, un luminoso local para unos 60 cubiertos con un sector de sillones, barras que miran a la calle y un par de mesas grandes para los que llegan en grupo. La propuesta es cocina porteña, que se sienta comfort no solo por los sabores si no también por el precio (190 el menú ejecutivo). Al mediodía salen cuatro platos que van cambiando: ravioles de cordero con manteca de hierbas, polenta con ragú de ternera, pollo asado con guarnición, penne rigatte con pesto chauchas y huevo poché y milanesa de cuadril con cremoso de batatas pueden ser algunos de ellos. La tarde se presta a varias rondas de cerveza artesanal (trabajan Grunge, Búlgara, Otro Mundo, Peñón del Águila) y a compartir tapas y platitos que no superan nunca los 150 pesos. Hay desde croquetas de cerdo con alioli, gírgolas y huevo frito hasta papas Creol con salsa tártara de la casa.  Para los que caen a deshoras siempre hay ricas empanadas (¡la de carne cortada a cuchillo!) tartas o alguna tortilla. Todavía casi a estrenar, Creol quiere hacer base en un barrio donde sobran las propuestas cazaturistas. Lo de ellos es todo lo contrario: una cocina honesta que tienta al regreso. En palabras de Clara: “Todos los que vinieron, volvieron; y eso me pone contenta”.

Creol queda en Balcarce 761. Horario de atención: lunes a viernes, de 9 a 22.


El último bar portuario

Pablo Mehanna

Navegan miles de kilómetros, desde las coordenadas más remotas del mundo. Llegan desde Rusia, desde Filipinas y de tantos otros lugares. Y en muchos casos lo único que logran ver en Buenos Aires es Dock Sur, o el docke, como prefieren llamarlos los vecinos. Con suerte, a veces, además, cr cruzan y visitan el bar portuario que se encuentra justo frente a las dársenas, uno de los últimos de su especie, The Marine Bar. 

Emplazado en una esquina frente al riachuelo y recubierto de chapas, el Marine es una institución del barrio. Tiene casi cien años y todos lo conocen, así como conocen también sus historias de bajofondo. Las peleas con arma blanca, los tiroteos en la puerta y su época de cabaret, en la que llegaron a trabajar hasta 25 coperas al mismo tiempo, en dos cuartos que el bar tenía atrás. 

Hoy ya no queda nada de eso, salvo los recuerdos impregnados en cada detalle. The Marine sirve apaciblemente el almuerzo en un antiguo salón con mesas de hule verde para los trabajadores de la zona y algunos turistas. Siempre un plato del día -pastel de papas, carne al horno, ñoquis religiosos los 29, $130-, sandwiches, minutas. En verano estira un poco la tarde con cervezas frías y picadas. “De los barcos a veces bajan, a veces no. Si vienen es porque quieren comer carne o tomar algún trago”, cuenta Alejandra, vecina de Isla Maciel y encargada actual del lugar, que estuvo cerrado un par de años. The Marine fue fundado por alemanes en 1920 y en 1960 pasó a manos del genovés Mario Prato. 

Locación de algunas películas argentinas, The Marine es el único que queda de su especie. Y se mantiene en pie porque aprendió de qué se trata sobrevivir en un barrio que, a mediados del siglo XX, unas pocas décadas atrás, llegó a albergar hasta 160 bares y restaurantes, además de talleres e industrias de todo tipo, y que hoy apenas es una sombra de aquel esplendor. 

The Marine Bar queda en Av. Juan Díaz de Solís 1800. Horario de atención: lunes a viernes de 10 a 15.