Los mensajes solidarios de amigos, empresarios y referentes de la cultura, las artes, la política y el periodismo no han cesado. Estoy muy agradecido. Y a la vez enojado y preocupado.

Las fotos y registros audiovisuales se acumulan en mi mesa de trabajo por éstas horas. Recibo llamados y testimonios de quienes estaban ahí o lo vieron en directo. Esperaba de la prensa y el periodismo una condena uniforme al atentado y que llamaran a las cosas por su nombre. No ocurrió y por eso la necesidad de escribir e informar a la opinión pública.

El miércoles pasado una patota organizada, que pasó previamente por maquillaje, vestuario y utilería para actuar de jóvenes anarquistas, asaltó las instalaciones del ND Teatro rompiendo a piedras y palos las puertas de vidrio y pintando las paredes con aerosol. La violencia buscaba infundir miedo en los presentes y detener la proyección del documental “El Camino de Santiago”, que se estrena a un año de su desaparición y posterior aparición sin vida.

No fueron “incidentes”. Fue una acción deliberada para interrumpir por medio de la violencia el normal desarrollo de una manifestación cultural en democracia. Y para sembrar terror. Un hecho que tiene protagonistas y responsables. 

A punto de cumplirse un nuevo aniversario de aquel nefasto atentado al movimiento cultural de Teatro Abierto que acabó con el viejo Teatro del Picadero, nos vimos viajando en el tiempo. Hace 37 años una bomba impactaba contra la cultura, la libertad de expresión y los deseos de vivir en democracia.

Caprichos de la historia. Una parábola que une momentos distantes. Pero no creo en las coincidencias. Tampoco aquí aparecen los responsables. También aquí el poder político mira para otro lado.

Quienes estábamos en el ND Teatro el pasado miércoles vimos como, minutos antes de esos hechos, un móvil de la Gendarmería Nacional pasó por la puerta fotografiando a las personas que entraban. Videos tomados por vecinos y cámaras de seguridad de la zona muestran que la patota actuó de manera organizada, con roles distractivos y de seguridad para garantizar la huida. Hasta una moto hacía de campana. Está todo filmado. 

Y todo esto ocurrió sin que ninguna fuerza de seguridad de la ciudad se anoticiara. La zona estaba literalmente “liberada” de agentes de la fuerza pública.

Sigo esperando alguna manifestación de solidaridad o un mensaje de repudio de parte del Gobierno Nacional, del de la Ciudad de Buenos Aires o al menos de sus autoridades en las áreas de Cultura. Esta casa -que está al servicio de la cultura nacional- y quienes en ella trabajan merecen alguna palabra oficial.

No sólo hubo un doloroso silencio, también hubo manifestaciones públicas en algunos medios de comunicación por parte de periodistas y opinólogos que intentaron justificar los hechos y confundir a la audiencia.

Quisiera pensar que estos hechos tienen otra explicación, pero con algunos años de experiencia en los tiempos más oscuros de nuestra historia me cuesta hacerlo. Reviven amargos recuerdos en mí y en quienes me acompañan.

Esa noche la función no pudo ser interrumpida. En el ND Teatro se vivió una intensa función llena de emoción. Los asistentes salieron conmovidos por una película fundamental para comprender lo que pasó con Santiago Maldonado.

Cuando me preguntan por los responsables les recomiendo fervientemente que vayan a ver “El Camino de Santiago”. Ahí verán a quiénes les molesta la verdad sobre un caso que nos avergüenza como sociedad. Después de verla no quedan dudas de por qué ponen obstáculos a su proyección.

Los destrozos en el teatro se reparan y por fortuna no hubo heridos graves. Lo que no se puede arreglar es el enorme daño que están haciendo a la Argentina quienes callan frente a episodios que nos acercan a los peores momentos de nuestra historia.

* Propietario de ND Teatro.