Gusman define a La quietud como “un gran ensamble actoral”. “Tenía el desafío de trabajar con personas de mucha experiencia, de procedencias y formas de trabajo muy distintas. Estaba Bérénice, con 20 años como actriz de cine en Europa; Edgar, que si bien es latinoamericano trabajó mucho en Hollywood y tiene un método mucho más estadounidense; Joaquín, que hizo mucho cine pero viene del mundo de la tele; Graciela, ‘el’ ícono del cine argentino... Mi personaje requería interactuar con todos, entonces tenía que encontrar con cada uno una dinámica de trabajo, aprender, dejarme llevar y al mismo tiempo intentar que todo fluyera con armonía”, afirma. Sobre las escenas que comparte Borges, la actriz reconoce que “había algo de deleite al verla”. “Esa cosa medio Cruella de Vil que tiene Esmeralda me generaba fascinación y un deseo de que me mire medio parecido al de Mía. Tenemos métodos de trabajo muy diferentes. Yo soy muy obsesiva, te puedo repetir la misma escena ochenta veces y voy a decir exactamente lo mismo de la misma forma. Ella, en cambio, es muy distinta. Pude entender que ella estaba en el personaje desde que entraba hasta que se iba. Fue un trabajo de contemplación, de aprendizaje y de dejarme llevar, de flexibilidad”.