En un tiempo no demasiado lejano, aún ganando o perdiendo, los boxeadores argentinos salían al exterior y competían. Daban pelea con sus armas: la técnica, el estilo, el coraje, la guapeza, la pegada. Y se bajaban del ring con la certeza de haber entregado todo, lo mejor de sí.

Ahora, ya no sucede lo mismo. Rápidamente, esos mismos boxeadores constatan sobre los cuadriláteros que lo que tienen, ya no les alcanza. Que sus records armados ante rivales de ocasión nacionales o extranjeros no sirven para nada, que su preparación y su bagaje técnico son insuficientes y que ni siquiera están en condiciones de soportar un ritmo intenso de pelea. Fue el denominador común de las últimas y decepcionantes presentaciones internacionales. También, lo que le pasó al catamarqueño Cesar Miguel Barrionuevo en su pelea ante el cubano Yordenys Ugas la medianoche de ayer sobre el ring del Barclay’s Center de Brooklyn (Nueva York).

En los dos primeros asaltos del combate, eliminatorio por el título welter del Consejo Mundial, Barrionuevo (66,224 kg) tomó dura nota de que su rival era demasiado para él. La profundidad de los ganchos de Ugas (66,600) a los planos bajos y el vigor de la derecha cruzada a la cabeza lo convencieron de que subsistir era lo único a lo que podía dedicarse. Y así peleó, en retroceso y sin dar ni una sola vez un paso al frente para asumir la iniciativa. Barrionuevo sólo se propuso terminar de pie. Y lo logró. Pero al precio de haber perdido todos los rounds. La tarjeta de Líbero al igual que la de dos de los tres jurados (John Mc Kaie y Kevin Morgan) lo dió perdedor por 120 a 108. El jurado restante, Tom Schreck, se apiadó de él y le reconoció un 119 a 109, con una vuelta a su favor.

Llamó la atención semejante falta de convicción ganadora. Barrionuevo acumulaba una racha de 10 victorias consecutivas en el mediocre nivel local. Y Ugas es un buen boxeador pero de ninguna manera un fenómeno: no tiene la mano pesada (apenas 11 de sus 24 triunfos fueron antes del límite) y durante largos tramos de un desarrollo unilateral y sin sorpresas, le sobró displicencia. Dio la impresión de que si en algún momento lo apuraban, su confianza en sí mismo podía llegar a diluirse como una pompa de jabón. Pero esa es una presunción estéril. La única verdad es la realidad. Y la realidad dice que Barrionuevo nunca dio la talla para aspirar a una pelea por el título del mundo. Su noche más grande terminó siendo la peor de todas.