La realidad parece escenográfica. Los paisajes cambian en un par de pasos. Los rasgos de la cultura árabe que se hacen inconfundibles aparecen entrelazados con calles que bien podrían ser las de Marbella o el principado de Mónaco. Se conjugan las cúpulas y las vestimentas típicas con los autos más caros del planeta y las marcas más exclusivas. En esa combinación transcurren los días de Diego Markic, aquel ícono de las selecciones juveniles de José Néstor Pekerman formado en Argentinos Junios, que pasó cinco años en el fútbol italiano y trabaja en la dirección técnica desde hace tiempo junto con Rodolfo Arruabarrena.

La capital turística del mundo árabe y el centro que aglutina los negocios de la región son los lugares que Markic transita en los últimos casi tres años. “Dubai y Doha son ciudades ordenadas, tranquilas y muy seguras. La gente es muy respetuosa. Eso hoy es oro. Son dos lugares muy occidentales, con muchas cosas parecidas a las que estamos acostumbrados. Es un placer vivir acá porque todo funciona muy bien”, le cuenta a Enganche al otro lado del mundo. “En Arabia es distinto, a pesar de los cambios que bien teniendo las costumbres árabes son mucho más fuertes. Qatar es un lugar más abierto en ese sentido, en parte por la gran cantidad de extranjeros que viven acá; esa mezcla de culturas configura un país mucho más abierto”, remarca en relación al país que será sede de la próxima Copa del Mundo.

La barrera que podría representar el idioma no es tal. Se trata de una metrópoli cosmopolita en las que el inglés se propone como la lengua universal. El pulso de la vida cotidiana suelen verse alterados por dos cuestiones puntuales: la religión y la temperatura. “Hay que adaptarse a ciertas situaciones, como la de los rezos. Eso es lo único que puede condicionar un poco nuestro trabajo, porque a veces rezan en los entretiempos; pero no es nada que te impida el desarrollo de un equipo”, explica. “Por el clima es muy difícil entrenarse a la mañana, entonces las prácticas son a la tarde y los jugadores tienen más vida nocturna por las altas temperaturas”. 

 “Estamos acostumbrados a un apuro que acá no hay”, asegura respecto a la serenidad que encontró a casi 15.000 kilómetros de la Argentina. La distancia lo obligó a una adaptación familiar que sobrelleva con las posibilidades que hoy dan las comunicaciones instantáneas y permanentes. Sus tres hijos se quedaron en Buenos Aires, viajan tres veces por año a visitarlo y para Markic ese intercambio es enriquecedor: “Vine solo porque por nuestro trabajo uno arranca en un lugar pero no sabe cuánto va a durar. Si no se dan los resultados te tenés que volver, entonces movilizar a la familia es muy complicado. La pasan muy bien cuando vienen. Está bien que vean cosas a las que no están a acostumbrados, que puedan practicar el inglés con mayor fluidez y conozcan una cultura diferente. Siempre les digo el valor que tiene conocer otros lugares”.

La liga qatarí es un proyecto en desarrollo que ya no tiene los nombres que había conseguido hace más de una década atrás. Gabriel Batistuta, Claudio Caniggia, Josep Guardiola, Fernando Hierro, Marcel Desailly y Frank De Boer fueron algunas de las estrellas mundiales que dejaron sus últimos pasos por el fútbol en la tierra de los jeques. Si costó darle a la competencia interna un arraigo popular con aquellos veteranos portadores de nombres rutilantes, en la actualidad es todavía más difícil. “Le dan mucha importancia a los horarios, las formas y la organización, pero no logran que la gente vaya a la cancha a pesar de las enormes comodidades que tienen en los estadios. Hay partidos donde jugás con más de 10.000 personas en las tribunas, pero lo habitual es que no haya más de 300”, describe Markic. El país que recibirá a la próxima Copa del Mundo tiene al fútbol casi como una excentricidad o el divertimento de hombres con turbante sentados sobre una montaña de billetes.

 “El fútbol argentino es muy exigente y también impaciente. A veces la urgencia no está en relación con lo que te dan a vos, porque los objetivos tienen que estar acorde con las herramientas que tenés. La presión en el fútbol argentino radica en eso: muchas veces te piden más de lo que se puede”, cuenta el ex mediocampista en relación a un contexto muy diferente al que afrontó en las experiencias que tomo en Tigre y, fundamentalmente, en Boca.

Si la distancia no modifica formas de pensar, muchas veces sí aporta visiones diferentes. Correrse de la vorágine y la histeria de la pelota por estas tierras posibilita pararse a mirar la cosas desde otro ángulo: “Muchas veces escuchamos decir que cuando te vas afuera extrañás la presión del fútbol argentino. A mí es algo que me pasaba de joven; pero hoy, más maduro, entiendo que la vida no es tan larga y que hay que disfrutarla de otras formas. Entonces empezás a extrañar menos esa exigencia que también vos mismo te imponés”.

Y continuó: “El fútbol no es un oasis y se vincula con los problemas que tiene el país. Como nunca la política está metida en el fútbol y como nunca los dirigentes encontraron en el fútbol un trampolín hacia la política o los negocios. Eso hizo todo más complicado porque cada vez hay más intereses que van mucho más allá del juego y el negocio propio del fútbol”, considera con crudeza.

Compañero de Pablo Aimar, Diego Placente, Walter Samuel y Lionel Scaloni en el título Mundial Sub 20 de 1997, considera que los seleccionados juveniles están en manos de entrenadores capacitados, vinculados a una formación desde los valores heredada de José Pekerman. “Haber formado tantos jugadores para la selección mayor y ganar siempre el premio Fair Play fue lo mejor que dejó José, más allá de los títulos”, asegura. Y expone sus dudas: “Ojalá que les dejen desarrollar su trabajo, porque tenemos mucho doble discurso, decimos que hay que apoyar a formar un proyecto y a los dos minutos se están negando jugadores”.

Vio cómo los partidos de baby de una escuelita de fútbol dejaron de ser, en muchos casos, un espacio en el que los chicos solo deberían divertirse, pero que no sucede porque abundan los gritos de los padres y las discusiones de los entrenadores con los árbitros. Está seguro de que esa contaminación de un ámbito lúdico frustra a muchos de los que sueñan con un futuro en el fútbol y a los que buscan un espacio para disfrutar con amigos.

Markic forma parte de un selecto grupo, el de los capitanes campeones del mundo vestidos de celeste y blanco. Su nombre se codea con los de Daniel Passarella, Diego Maradona, Juan Pablo Sorín, Javier Saviola, Pablo Zabaleta y Sergio Agüero. Sin embargo, en su caso le faltó nada menos que la postal final cuando en el Mundial de Malasia Pekerman decidió dejarlo en el banco de suplentes. Masticó entonces la bronca de ver desde afuera el momento más trascendente de un proceso que lo había tenido siempre presente y con la cinta en cada encuentro del Sudamericano previo y la Copa del Mundo en curso. “Con el tiempo lo fui entendiendo, sobre todo cuando cambié de rol. Por eso hasta suelo poner de ejemplo eso que me tocó vivir. Equivocado o no, un técnico siempre busca lo mejor”.  

El Al Rayyan que conduce con Arruabarrena marcha en el primer lugar de la Stars League, la primera división del fútbol de Qatar en la que apenas participan 12 equipos. Mañana se enfrentarán al Al Saad, el conjunto en el que juega Xavi. A pesar de que se enfrenten el líder con su escolta, será otro de esos partidos con las tribunas raleadas. En esos estadios que no desbordan pasión pero tampoco braman como un coliseo que demanda sangre, Diego Markic encontró una versión del fútbol distinta. Una experiencia de vida que lo reconforta.