Si los valores del rugby se expresan en la visita de los All Blacks al Penal Nº 48 de San Martín, bienvenidos sean. El deporte es una vía formidable para amplificar las virtudes y miserias de una sociedad. Los Espartanos –el equipo que se formó en el servicio penitenciario bonaerense– demostraron la fuerza redentora del rugby bajo condiciones de encierro siempre duras. Gabriel, su capitán, lo dijo con cuatro palabras: “Nos cambió la vida”. Y habrá que creerle. Su carita de sorpresa e incredulidad cuando vio pararse a los All Blacks en la cancha de césped sintético donde él juega con sus compañeros rodeado de alambres de púa, guardias y paredones infranqueables, lo explicaba todo. Los neozelandeses habían aceptado una invitación para conocer la prisión que les había hecho llegar su embajadora en la Argentina. 

El rugby creció en aceptación popular, empezó a llegar a sectores donde siempre ha reinado el fútbol, por actitudes como ésa, la del mejor equipo del mundo. Hecha la salvedad de cómo puede funcionar su dispositivo de marketing, de la capacidad para ganar amplias audiencias con su carisma y el ritual del Haka –que hicieron ante Los Espartanos en la cárcel–, los All Blacks son bastante más que eso. Por citar un ejemplo: el año pasado recibieron en España el premio Princesa de Asturias de los Deportes porque “esta selección está considerada un ejemplo de integración racial y cultural que ha contribuido a la unidad de neozelandeses de diferente origen”. Esa imagen la llevaron a la Unidad 48. Se calcula que 1100 internos se inclinaron por este deporte desde que comenzó a extenderse su práctica con iniciativas como la de Eduardo Oderigo, el presidente de la Fundación Espartanos. Ex rugbier del San Isidro Club (SIC), la creó en 2009. Uno de los datos que aporta para señalar hasta dónde su proyecto se volvió exitoso es que la reincidencia de los jugadores de Espartanos ronda “el 4 y el 5 por ciento, cuando la media es de 60 por ciento”. 

“Este deporte nos enseñó que nunca tenemos que bajar los brazos”, dijo Gabriel, quien recibió de los All Blacks doce pelotas, una camiseta y una gorra. Los bicampeones del mundo habían pasado por San Martín y él no lo olvidará jamás. 

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