Así es. Las palabras están cansadas, de tanto que se las busca para expresar qué significa la asunción gubernamental directa del FMI.

En un sentido político, “grotesco” es posiblemente la que más se aproxima a definir los gestos y ¿provocaciones? de un Presidente ya de cartón si es por su autonomía en el manejo económico.

La inédita renuncia nada menos que del titular del Banco Central mientras el jefe de Estado se encuentra en el exterior, presunta y justamente mientras se negocia un acuerdo que lo involucra de lleno. 

La invitación a que los argentinos se enamoren masivamente de Christine, para prolongar el flechazo que Macri admite tener con ella.

El anuncio del arreglo a cargo de la propia Lagarde con la bandera argentina a su costado, mientras Nico Baldío Dujovne la acompañaba en rol patéticamente secundario que a su vez es presentado como el del nuevo superministro (el que hace unas semanas fue ninguneado en las histéricas reuniones de Olivos, mientras el Presidente le ofrecía el cargo a Carlos Melconian).

El retorno desde Estados Unidos para buscar a Antonia en helicóptero.

El armado de la visita a una pizzería para que Macri les diga a sus dueños que justo se 

les ocurre ser emprendedores cuando hay recesión. 

El aumento de pobreza e indigencia adjudicado a las turbulencias de turcos y aledaños, durante lo que iba a ser una conferencia de prensa de la que el Presidente se escapó sin que se quejaran los periodistas que durante el kirchnerismo tanto querían preguntar.

¿Cómo no van a estar cansadas las palabras? 

Más luego, ya en el aspecto específico de los números, hasta los gurús económicos del oficialismo previenen que el nuevo gobierno del Fondo representa un período recesivo sin luz productiva al final del túnel. Y en voz más baja, reconocen que sólo se trata de evitar el default hasta las elecciones presidenciales.

Lo que sí pueden hacer en público esas pitonisas que fracasan en cada una de sus profecías –en verdad nunca consisten en eso, sino en garantizar los negociados corporativos de quienes les pagan sus servicios– es eludir la mención a los costos populares.

Puede no publicarse o destacarse que el Gobierno volvió a recortar la bonificación de la tarifa social del gas, sin contar el nuevo aumento desde este lunes entre 30/35 por ciento. Que continúa sin parar un serrucho extendido en programas de vacunación, en los hospitales públicos exhaustos, en los planes de vivienda; en las partidas educativas (vean apenas esto: presupuesto 2018 para infraestructura escolar, unos largos 8 mil millones de pesos; presupuesto 2019: unos 2 mil).

Puede ignorarse que cortan los subsidios a las personas con invalidez. Que el hachazo a las provincias y municipios en materia de obra pública es descomunal, como lo admitió off the record uno de los ministros de Hacienda que, sin embargo, baja la cabeza porque su gobernador juega a “las responsabilidades fiscales” (es decir, pagar los salarios estatales en tiempo y forma, para que no se incendie el rancho, y nunca más que eso). 

Lo que no pueden evitar los cagatintas del macrismo es el reconocimiento de que la imposición del Fondo, con su déficit cero, tiene el único objetivo de que se paguen sus acreencias y la de los grandes inversores de bonos argentinos. 

No hay absolutamente ninguna previsión de que los dólares comprometidos sirvan a otro corolario. 

No hay una sola referencia al crecimiento de la economía, ni en la letra chica ni en la más grande. 

No hay más que la sentencia de muerte al aumento de la base monetaria, que implica reducir la inflación por vía de acogotar el consumo interno. Disciplinar la puja por los salarios devaluados. Y confiar en que la ausencia de reacción social políticamente articulada, más CFK presa como opción de máxima y los sectores de clase media volviendo a comprar globos, banquen la parada. 

La imagen de un país en joda, gracias al casino financiero terminal que el Gobierno habilitó tras sus arrumacos con Christine, inunda las redes sin siquiera respuestas de los casi desaparecidos trolls oficiales. 

Se piden  batillamadas urgentes a Bonadio, se felicita que por fin podrán ingresarse notebooks y el último IPhone sin declaración aduanera, se satiriza que cuando pase la tormenta el dólar volverá a los 23 pesos estables pronosticados por Carrió en marzo último. 

Solamente quedan los editorialistas del macrismo tratando de darle a este bochorno alguna pátina de seriedad, a través de la confianza que deben ratificar “los mercados”. O esquivando el centro de gravedad gracias a priorizar las fotocopias de los cuadernos que involucran a Cristina, los secretarios de Cristina, las bóvedas de Cristina, las cuentas de Cristina y sucesivos cúmulos de perversa desviación temática.

La plata robada por los K continúa buscándose sin resultado alguno, pero todavía podría funcionar que no importan los hechos sino lo que parezca o desee creerse.

Algunos colegas preguntaban en estos días si acaso el Congreso está cerrado, y otros apuntaron que los tiempos del ajuste bestial son tristemente más rápidos que la construcción de unidad opositora. 

En ambos casos, se interpela como debe ser a un grueso de la llamada “clase política” que, frente a lo grave de una situación nunca vista en términos de herencia deudora por los años de los años, demuestra una ausencia espeluznante de espíritu de grandeza. De patriotismo, qué tanta vuelta.

Cabrá hacer las nobles excepciones que correspondan, porque de lo contrario se cae en el fácil y reaccionario discurso de que son todos lo mismo. 

Es aquello de la política como espectáculo de la impotencia, que señala el ensayista Jorge Alemán y que describe, en síntesis perfecta, los tremendos riesgos de una desazón capaz de conducir a los peores experimentos.

Si es cosa de la (in)acción parlamentaria, a menos que se produzca una sorpresa como la ocurrida en Diputados cuando se votó la legalización del aborto, el esquema presupuestario de 2019 marcha a un debate convulso. Pero finalmente sería aprobado, a valores de la correlación de fuerzas actual. ¿Qué harán los miembros del Frente Renovador que reportan o reportaban a Sergio Massa? ¿Qué o cómo votará Graciela Camaño, para ilustrar? 

Al margen de lo que se despotrique respecto de que es una vergüenza nacional el consentimiento de este renovado estatuto del coloniaje, desde un mero punto de vista técnico-legislativo el proyecto ya no resiste análisis. Ni mayor ni menor.

Lo precisó en su comunicado el jefe del bloque Frente para la Victoria, Agustín Rossi, y es imposible no coincidir por fuera de cualquier consideración ideológica. 

El macrismo lleva un Presupuesto que parece un anexo del “acuerdo” con el FMI y que pone en jaque el funcionamiento del Estado, pero como quiera que sea ese convenio ya fue cambiado por el nuevo. Entonces, el anterior, el que Rogelio Frigerio fue negociando con los gobernadores y que éstos bajaron como línea aprobatoria a sus legisladores, ya quedó totalmente obsoleto.

Lo y los demás son Massa, Pichetto, Urtubey, Schiaretti, compañía, proponiendo un escenario de arena en su oferta de superar las tormentas desde una mojigatería que incluya a Christine y excluya a Cristina. 

Pero no es afectación: es el acting que estructura la derecha para dividir el voto antimacrista.

Se les agregan legisladores pusilánimes pegando gritos de llamado a las autoridades para que vayan al Parlamento a dar explicaciones. ¿Cuáles? ¿Cuántas más obviedades necesitan para decidirse a sumar a una bronca que aguarda respuestas concretas?

Es por eso que las palabras están cansadas.