Marcelo Bernasconi fue condenado a prisión perpetua por el homicidio de su madre y de su hermano y encerrado en el pabellón de homosexuales del penal de Florencio Varela en donde hizo su transición, y hoy decide llamarse Marilyn por propia voluntad, como la chica de la cumbia de la agrupación tropical que sonaba muchas veces en la gomería del pueblo, donde se juntaban a tomar cerveza los muchachos que acosaban a Marcelo. Casi como una reparación histórica, la banda de sonido de la película está hecha por las Kumbia Queers.

CÓMO EMPEZÓ TODO

En el verano de 2011 tuve mi primer encuentro con Martín Rodríguez Redondo. Me había escrito por mail que le había gustado mi primera novela El Molino, y me proponía escribir con él el guión de una película en la que venía trabajando y que según él tenía algunos puntos en común con mi libro: el tratamiento de lo familiar en el ámbito rural, la atmósfera inquietante. La película estaba basada en el caso Bernasconi.  

Yo había leído un tiempo antes la entrevista que en este suplemento le habían hecho a Bernasconi en la cárcel. El crimen había coincidido con los debates en torno a la ley de matrimonio igualitario y había tenido bastante repercusión en los medios. Recordaba que Marilyn había dicho, en una nota: “Me ‘discriminaban’ por ser gay”, y me había llamado la atención el uso del vocabulario de género para de algún modo expresar lo que había sucedido. ¿O se trataba simplemente de una estrategia defensiva?

Martín había hecho algunas entrevistas a Marilyn en la cárcel y había escrito un argumento de diez páginas con una estructura que había que flexibilizar y ampliar y con la que había viajado al Festival de Cine de Valdivia, en Chile, para conseguir co-productores. Ya contaba con Paula Zyngierman como productora principal y si bien ésta era su primera película, arrancaba con una amplia experiencia como asistente de dirección.

LA VERDADERA MARILYN

Tenía en claro muchas de las cosas que quería contar, pero quería pensar conmigo los personajes y la estructura. Me entregó una carpeta con lo que tenía escrito hasta ese momento. En la tapa, había una selfie un poco oscura de una travesti que caminaba con un fondo de fiesta. Es la verdadera Marilyn, me dijo. 

El proyecto me parecía difícil, ¿cómo sortear los prejuicios en torno a lo queer cuando se trata de uno de los crímenes tabú de nuestra cultura? Todo podía fácilmente leerse junto: homosexualidad, travestismo, asesinato. Martín me mostró unos videos que le había dado Marilyn. En uno de ellos se había filmado a sí misma bailando una cumbia con un vestido de su mamá, cubierto el rostro por una máscara, en otro, dos vacas muertas durante una sequía y su sombra se proyectaba sobre ellas. 

En 2013 fuimos seleccionados en el Laboratorio de Guiones de Oaxaca con Martín para pensar la estructura con guionistas prestigiosos del cine internacional, uno de ellos, David Peoples, el de la mítica Blade Runner, quien debajo de su sombrero de cowboy, nos dijo con sequedad que el texto no le interesaba. Casi nos gritó que un guión era para tirar al tacho de basura y de nada valía el cuidado de la forma. Lo decía en referencia a la escritura, que yo había cuidado primorosamente, como si se tratara de una novela, pero quedaba claro que el enojo excedía la cuestión del estilo. La historia de la travesti matricida le resultaba indigerible, no había nada más que hablar al respecto. Y allí estábamos los tres, una mañana de sol en México, mirándonos a la cara, mudos; el gigante de Hollywood y nosotros. Nunca logramos que pasara la primera página.  

CAMPO Y FUERA DE CAMPO

 “A mi mamá le tuve que explicar qué era la palabra “homosexual”. No sabía. —dice Marilyn en una de las entrevistas que Martín le hizo en la cárcel—. Yo soy del campo, en el campo llegás a decir homosexual y te miran como si los estuvieras insultando. Porque no saben.” 

Martín desparramó sobre la mesa la documentación del caso. Los prejuicios quemaban en las manos: el testimonio del patrón, la pericia psicológica, el veredicto: “No se ha acreditado ‘ni por lejos’ el infierno que dice haber vivido el acusado por su condición homosexual —sentencia el Juez Alfredo Caputo Tártara— lo que lo habría determinado por no tolerar más el sufrimiento a asesinar a su madre y hermano. Antes bien, y como se dijo, lo ha molestado el recato y la prudencia que le solicitaban directa o indirectamente sus familiares, contraria a la licenciosa vida que cuando podía ostentaba y pretendía el acusado”. Ninguna voluntad de atender a la versión de Marcelo, ni a los esfuerzos del abogado, Carlos Nicolás Malpeli, que buscó señalar precisamente la importancia de considerar el contexto machista en que esta historia había sucedido e incluso el tratamiento discriminatorio con que se estaba llevando adelante el juicio. 

Unas semanas antes, Paula Zyngierman, la productora, había estado tratando de convencernos de  incorporar a la ficción elementos documentales. Bajo la palmera de mi patio, expresaba con insistencia que era importante reflexionar sobre todas estas cuestiones y que de no hacerlo quedarían indefectiblemente fuera de la película. En una de las entrevistas, Marilyn recuerda a los policías que le tomaron la declaración en la DDI de La Plata: “Eran como quince caras de tipo acá que me querían cagar a palos. Vos puto de mierda los mataste, que querías quedarte con la casa y con el auto.”

Pero Martín quería que pudiéramos pensar libremente las situaciones, que tuviéramos incluso la libertad de modificar los hechos de la historia de acuerdo a lo que requiriera la lógica de la película. Había algo que tenía que ver con sus intereses, con las tensiones entre la identidad y los prejuicios. Por eso hacía falta que nos independizáramos del caso real. Pero a la vez, era la historia de Marilyn la que quería contar. 

ESCRITURA Y ENCIERRO

Estructuramos la trama a partir de dos escritos autobiográficos que Bernasconi misma escribió en la cárcel, uno en primera persona y otro en tercera, titulados “Mi vida, el sufrimiento por no ser igual” y que terminan con dos largos poemas de amor a su novio. El relato es angustiante. Cuenta como su madre y su hermano lx hostigaban, lx insultaban, le quemaban la ropa, lx encerraban, lx obligaban a cumplir con todas las tareas de la casa, al punto que esa superabundancia de maltrato podía resultar excesiva y hasta inverosímil para la película. Temíamos caer en una trama psicologista cuya conclusión estuviera anunciada desde el vamos.

Martín me traía películas: Séptimo continente de Haneke, Rosetta de los hermanos Dardenne, El fin de silencio de Roland Edzard, La ciénaga de Lucrecia Martel. Teníamos que pensar los ambientes familiares opresivos, las tensiones de clase. Teníamos en claro que entrábamos en un terreno desconocido, ni él ni yo éramos de clase baja, ni puesteros de una estancia. Pero sí habíamos vivido largos períodos de la niñez en el campo, sí éramos queers, y podíamos dar cuenta de la frustración de las expectativas familiares y sociales, del sentimiento de aislamiento y soledad que produce ser distinto en un ambiente de creencias y costumbres homogéneas.

Cuando fue el estreno en la Berlinale, una mujer alemana, cuya infancia había transcurrido en el campo, cerca de Stuttgart se acercó, conmovida, y nos dijo que la habían impactado las semejanzas de la historia con su propia vida. Ser lesbiana en un pueblito del sur de Alemania a fines de los años sesenta tenía, al parecer, una gran similitud con lo que había visto. La mujer mencionó la rusticidad en las maneras, la dificultad para hablar.  

Cuenta Paula Zyngierman que cuando a principios de este año visitó a Marilyn en la cárcel de Varela y vio junto a ella la película ya terminada, ella le dijo, llorando, que se había sentido reflejada en cada escena.  

Pienso hay algo en un crimen que no puede ser comprendido ni siquiera por aquellos que lo cometen. ¿Cómo y por qué se cruza la línea? ¿Cómo y por qué se ejecuta el acto definitivo, el acto que cambiará el destino para siempre? Y aún: ¿Es que todxs, llegado el momento y movidos por las circunstancias, podríamos matar?

Marilyn, dirigida por Martín Rodríguez Redondo, se puede ver en la sala Gaumont, el Espacio Incaa de La Plata, Mendoza, San Martín de los Andes, Santa Rosa y Tucumán.