Cuando entré al patio del colegio número 747 de la cuidad de Trelew, me alucinó ver a mis compañerxs Jael Caiero y Cherry Vecchio con la que coordinamos el Encuentro y que son parte del Taller Hacer la Vista Gorda, rodeadas por una multitud. Más de mil personas pasaron por el taller de activismo gordo durante el Encuentro Plurinacional de mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis y trans. No bien llegué, me fueron abriendo paso porque, Rocío en las Inmensidades, otra activista gorda que también viajó y que además es fotógrafa y retrata cuerpos gordos, se lo pidió a lxs asistentes. Mientras caminaba intentando no pisar a nadie, me puse encima de la remera de Puta Feminista con la que viajé, la que dice: Por esta gorda dejaste la dieta. 

Mi tío murió porque se tenía que hacer una tomografía y como era muy gordo, no entró en la máquina, ni siquiera en la del zoológico, la única opción disponible para él. Me dijeron que fue por su culpa, qué el había elegido ese estilo de vida, contó una chica llorando desconsolada, mientras que la escuchábamos atentas, en aquella escuela de Trelew. 

Por segunda vez, el activismo gordo es parte del Encuentro Plurinacional. Una iniciativa propuesta por el Taller Hacer la vista Gorda, un espacio político horizontal, potente, de debate, militancia y encuentro diverso y disidente, creado por Laura Contrera y Nicolás Cuello.

Con lágrimas en los ojos, una chica Tucumana de trece años contó que creía que la madre la odiaba por ser gorda, una lesbiana chaqueña dijo que pese a ser feminista y creerse súper deconstruida, se pasó un año a mate cocido y gelatina para entrar en su vestido de novia, o una jubilada de sesenta de Neuquén que recordó, cuánto pesaba a los quince y que nunca, a lo largo de su vida, se había animado a usar una malla en público. Así, mediante la escucha y la circulación de la palabra, cada unx de lxs asistentes, pudieron dar cuenta de la experiencia en primera persona, de las humillaciones, del desprecio y de las diferentes violencias que tuvieron que atravesar a lo largo de sus vidas, solo y únicamente por ser gordxs. Anotadxs en una lista de más de cuatrocientos oradorxs, se iban intercalando amorosamente las experiencias personales con los diferentes conceptos que fuimos explicando lxs que moderábamos el taller. Proporcionando herramientas, para romper con el imaginario, el estereotipo que se cristaliza a partir de nuestros cuerpos gordos (fexs, sucixs, vagxs, dejadxs, indeseables y con poca estima) para pensar de qué está hecha la opresión que sufrimos quienes somos gordxs y de esa manera ir un poco más livianos. La propuesta fue la de elaborar, entre todxs, un saber colectivo para difundir y que circule.

Mi novix me dijo que era floja y que él quería estar conmigo, pero que tenía que aprender a cerrar la boca porque le daba vergüenza presentarme en público, contó una chica de Entre Ríos de veinte años. Y una maestra de primario de Mendoza, le contestó cariñosamente, que si nuestros cuerpos producen incomodidad, culpa o vergüenza, esos sentimientos son de otrxs, no nuestros y que deberíamos intentar no hacernos cargo.

Durante los dos días que duró el taller de activismo gordx, nos juntamos a decir, a ponerle nombre al dolor, la violencia que significa ser leídas como personas enfermas, desbordadas, sin límites y carentes de amor. Ubicándonos bien lejos de los imperativos del amor propio, una lógica del individualismo neoliberal que te deja solx. La nuestra es una lucha colectiva. 

A partir de las experiencias y saberes compartidos, llegamos a algunas conclusiones, como la necesidad de reivindicar la reapropiación del lenguaje y su resignificación, como hicimos con la palabra gordx. La injuria que convertimos en el nombre de nuestra rebelión.  Entender que la opresión sobre los cuerpos no se da de igual forma en mujeres que en hombres, o en personas cis que en trans. Hay privilegios y es necesario tomar conciencia de cuáles son los de cada uno para de esa manera no ejercer poder sobre los otrxs. Visibilizar que en la sociedad que vivimos la delgadez es un imperativo social y un mérito en sí mismo. Que el alimento debería ser un derecho y no un privilegio de clase. Que si bien los discursos médicos y nutricionistas que trabajan para enriquecer a la industria de la dieta y que responden al modelo médico hegemónico, tienen toda la legitimidad social, es necesario que construyamos e interpongamos nuestro propio conocimiento colectivo. Dejar bien en claro que ya no nos callamos más, que tenemos voz propia y que durante el encuentro Plurinacional de mujeres, lesbianas, bisexuales, trans y travestis, se escuchó fuerte y claro. Porque es necesario gritar que: al silencio y al closet de la gordura, no volvemos nunca más.