El año 2017 comenzó a correr, inexorable, y en plena temporada veraniega ya se vislumbran las consecuencias de lo que dejó el 2016 en materia de espectáculos en vivo de música popular. Aunque no hay cifras oficiales (ni entidades ocupadas en generarlas) los productores, managers y dueños de locales calculan que el balance se acerca al que hicieron los teatreros (gente al parecer más organizada). En líneas generales, la baja en el corte de tickets durante 2016 fue de entre un 30 y un 40% con respecto al año anterior. Así que el 2017 abre tiempos de recurrir al ingenio, buscar por donde antes no se buscó para sostener la actividad, advierten en el sector. Organizarse, por ejemplo. En este sentido, un paso importante del año pasado (sin frutos concretos aún pero valioso como iniciativa) fue la creación de la Asociación Civil Managers Musicales Argentinos, en la que por primera vez se nuclearon los representantes de artistas.  

A esta retracción en la actividad se suma la baja, ponderada en las recaudaciones finales, de las consumiciones que suelen acompañar a este tipo de espectáculos, cuando vienen con mesitas y algo para tomar y comer en el mientras tanto. Hay quienes ya han bautizado la tendencia (así podría presentarla algún diario) como “la moda de la cerveza caliente”: pedir lo mínimo entre varios y estirarlo toda la noche. Y aunque a algunos artistas puntuales les ha ido muy bien el año pasado (Chango Spasiuk ha agregado funciones, también Teresa Parodi y Cecilia Todd en su original juntada, por nombrar un par), el panorama reclama algo de lo único bueno que han dejado a su paso los ajustes en este país: la imaginación al poder. 

“El año pasado hubo un susto generalizado en la actividad: Menos producción, menos iniciativa, menos cantidad de shows,  y apostando a lugares más chicos… Y está en nosotros superarlo para pasar a la acción”, hace autocrítica Jorge Nacer, representante de Jorge Fandermole y hombre de larga experiencia en el sector. “El susto no es casual, desde luego. Es producto de la situación económica, de ciertos programas con estructuras del Estado que se cortaron… Seguimos esperando que el Estado desarrolle programas de crecimiento”, advierte. 

Nacer fue crítico en los últimos años de lo que observó como “el Estado transformado en una productora oficial”, y aclara que lo que está necesitando el sector no pasa específicamente por las contrataciones, o en todo caso va más allá de esa posibilidad: “El Estado nos tiene que ayudar a producir, tiene que tender puentes, abrir puertas, ser un facilitador, no un productor. Tal vez en los últimos años nos acostumbramos a que el Estado nos contrate y nos quedamos ahí, no supimos trabajar en la producción independiente y ese fue nuestro error. Hoy nos encontramos con que nos come la crisis y tenemos que volver a pensar creativamente”, evalúa. 

“Noto que este año nos pusimos muy contentos cada vez que llenamos un lugar para cien personas, y más allá de que está muy bien, es triste que tengamos que quedarnos ahí. ¿Dónde está el desarrollo de un artista, el circuito de giras por el interior, la estrategia a mediano plazo? Es cierto que es difícil: con Fandermole, por ejemplo, nos encantaría poder concretar un circuito universitario, en las salas y aulas magnas de las universidades de todo el país, porque sentimos que ahí hay un público que está esperando propuestas. Pero ese circuito no se puede tejer, por más que intentamos nos resulta imposible. Y ahí estamos perdiendo un espacio, el de esa red universitaria que alguna vez existió. Entonces, nos achicamos. El susto nos lleva a retroceder. Y ese lugar nuevo en la música popular que hoy deberían ocupar artistas emergentes, sigue ocupado por gente como Fander, o a lo sumo el Negro Aguirre o Juan Quintero. Mientras nosotros no podamos avanzar, los que vienen atrás, tampoco”, analiza Nacer. 

Nos vamos poniendo chicos

Algo de la crítica de Nacer se verifica en los muchos artistas de los “grandes” que el año pasado optaron por hacer ciclos en lugares chicos, en lugar de ir por los teatros de muchas butacas. Pudo verse esto, por ejemplo, en Vinilo, un espacio para unas cien personas ya instalado en Palermo como una opción de calidad en cuanto a su programación, que este año vino “reforzada”. Lo confirma Cheche Ordóñez, a cargo de esa programación: “A muchos grupos y solistas que por suerte habían despegado,  se les fue liberando la agenda, y tuvieron más predisposición a tocar. No porque antes no quisiesen, sino porque hasta el año pasado tenían mucho trabajo. Eso hizo que el primer semestre, digamos, fuese más fácil de programar: tuvimos grandes propuestas, y en ese sentido fue un buen año a pesar de todo”, describe. 

“La segunda parte del año fue más complicada –repasa–. No podría decir que fue un mal año, pero sí que se notó la merma de público, y sobre todo de consumición, a medida que avanzó el año. Vinilo nunca fue un lugar especialmente caro, si se lo compara con lo que sale ir a la calle Corrientes, o a cualquier restaurante de Palermo. Pero así y todo, somos conscientes de que hoy se transformó en una salida cara, en un contexto de crisis. No estamos por cerrar, pero sí tenemos que buscarle la vuelta”, define su situación actual. 

En el Abasto, otro espacio emblemático del panorama porteño es el Club Atlético Fernández Fierro (CAFF), que es “sede” de la orquesta de tango que lleva este nombre y también programa una cantidad de propuestas. Es un “club de música”, por lo tanto alberga a una cantidad reducida de público, y funciona como cooperativa, una característica que, creen los cooperativistas, le permitió sobrevivir en este contexto. 

“Acá no se redujo tanto el público como en otros lugares, lo que sí se nota mucho es que la gente no tiene plata. Por eso hacemos el chiste de que se puso de moda la cerveza caliente, compran una que dura todo el show”, anota Flavio “El Ministro” Reggiani, gestor de la cooperativa CAFF y bandoneonista de la orquesta. “Es complicado porque, como en otros lugares, vamos a porcentaje: 70 % para el artista y 30 para el espacio. Y si la gente no consume nada, es muy difícil sostenerlo”, marca. 

El dato que Reggiani rescata como alentador es que, a pesar de todo, la gente sigue yendo a escuchar música. Y ellos tuvieron que adaptarse: “Algo que nos pasó el año pasado es que no pudimos darnos el lujo de estar cerrados nunca. Estuvimos ganando menos y trabajando mucho más, absorbiendo todos los aumentos, porque no podíamos subir los precios al nivel de la inflación. Abrimos más días, tratamos de meter doble función, de inventar cosas. Y nos preparamos para un 2017 muy complicado: ya sabemos que el presupuesto de fomento va a ser igual al de este año, es decir, toda la inflación menos. Es muy clara la política cuando ves la forma en que se distribuyó ese presupuesto: se privilegia el centro y el norte de la ciudad, se apunta más al espectáculo masivo y no a los lugares chicos, a los teatros independientes o los clubes de música, que es donde surge el espectáculo, describe el músico. 

Juntos es mejor

Un hito importante reciente fue la creación de Acmma, la Asociación Civil Managers Musicales Argentinos, que hoy nuclea a 122 managers que representan a doscientos artistas de todos los géneros, desde los más convocantes (están los de La Renga, Babasónicos, Natalia Oreiro o Soledad Pastorutti) a las bandas y solistas emergentes. “El objetivo es poner en valor la industria de la música, que tiene hoy una diversidad de problemáticas muy amplias”, marca Ana Poluyan, directora de Acmma y manager de Los Pericos. 

Entre esas problemáticas aparece, por ejemplo, la de sostener giras por el país y, ni qué hablar, por afuera. Los gestores coinciden en que hoy por hoy se hace muy cuesta arriba. Cruzar a Chile es una expedición particularmente problemática para los músicos: para hacerlo hoy hay que pagar una visa de 407 dólares. Y además están obligados a pagar a un despachante de aduana. “Para salir con Los Pericos con un saxo, una trompeta, cuatro guitarras y un teclado, que es poco kilaje, se suman 1500 dólares, sólo por la exportación temporaria de los instrumentos. Si un productor chileno quiere llevarnos, tiene que partir de un gasto básico que, contando los pasajes, ronda los 25000 dólares”, ejemplifica Poluyan.  

Otro tema que aparece es el de la habilitación de los micros de gira, ya que las empresas aseguradoras se niegan a cubrir a este tipo de vehículos. Y, claro, el de los costos e impuestos: “A diferencia de otras industrias culturales, la música no recibe deducción ni subsidio alguno. El cine tiene un instituto que otorga grandes subsidios; el libro no paga impuestos; el teatro no paga ganancias ni ingresos brutos. La música, paga todo. Si algo hay que aprender de otras industrias culturales, es que hay que unirse y organizarse para ser fuertes”, evalúa la manager. 

Poluyan destaca que este año se logró avanzar en una mesa sectorial que reunió por primera vez a Accma, los ministerios de Cultura y de Producción, Capif, Sadaic y el Instituto de la Música. “Hubo subcomisiones cada quince días y niveles de avance interesantes. Si bien aún no obtuvimos resultados concretos, sentimos que, en este comienzo, nos están escuchando. Después de todo este trabajo, apostamos a buenos resultados”, se esperanza. 

Una cuestión de visado

Así como es difícil salir a tocar, hoy también se complica invitar a venir. En ese sentido, los productores denuncian lo caro que se volvió traer artistas extranjeros por la duplicación del valor del visado, lo burocrático de los trámites y el maltrato que reciben en Aduana y Migraciones. El elenco del ballet cubano Tropicana, que estrenó su show ayer en el Opera (con funciones también hoy y mañana), puede dar fe de ello: el lunes pasado les retuvieron el equipaje en Ezeiza, alegando que podía ser mercadería para vender. Habían llegado dos días antes para hacer notas promocionales (con el consiguiente costo que implican los días extra de estadía) y debieron cancelar todo hasta que les devolvieron los vestuarios, casi al borde del primer show.     

“Para viajar compramos bolsos especiales para que cada artista tuviera sólo dos maletas, y en el único país en que nos retuvieron el equipaje fue en la Argentina. Alegaban que podía ser mercadería traída para vender, ¡y era el vestuario usado que lleva la compañía para el show!”, se enoja Daniel Randazzo, productor local del espectáculo. “Les explicamos que se trataba de un evento artístico, dimos todas las pruebas. Lamentablemente sólo recibimos como respuesta el muy mal trato de los funcionarios de la Aduana y de Migraciones. Nos liberaron el equipaje con un despachante de aduanas, que nos dijo que nunca había visto algo así, y después de pagar una alta cifra por el trámite”, completa. “Estamos programando varios elencos masivos: Fuego de Anatolia de Turquía, con 43 personas en el elenco, Monjes de Shaolín, con 30 personas, My Dream de China, con 45 artistas, y sólo pensar en las dificultades burocráticas de nuestro país hermano nos da escalofríos”, advierte Alfredo Troncoso, productor chileno que también trabaja con este ballet, en una carta dirigida a la subsecretaria de Cultura Ciudadana del Ministerio de Cultura por este tema. 

Randazzo programa habitualmente espectáculos de artistas extranjeros en la Argentina (los Kjarkas de Bolivia o Susana Bacca de Perú, entre muchos otros), y cuenta que la llegada de los artistas dista en general de ser amigable. “Para cada extranjero que llega, incluido todo el elenco, tenemos que sacar una visa de trabajo, aunque venga de Uruguay, su estadía sea de un día y su actuación en un evento pequeño. El trámite no es fácil, en Migraciones te tratan muy mal, y este año el costo por visa subió de 100 a 200 dólares. Si además se pide un pronto trámite, se suman 2000 pesos, lo que da un total de 5000 pesos por artista. En los elencos grandes, como el Tropicana de Cuba que llegó con 47 personas, el costo se complica”, detalla.  

“Me quedan interrogantes: a la gente que traen a actuar en espacios oficiales, ¿les sacan las visas de trabajo? Y si viene un gerente de una gran empresa multinacional a trabajar en una oficina, ¿también le controlan su visa? Y otro más: si los espectáculos suelen anunciarse varios meses antes, ¿por qué las inspecciones se hacen dos horas antes del comienzo del show, en camarines?”. Randazzo repasa varios episodios que ocurrieron a colegas suyos: “A Patxie Andion le suspendieron el concierto por la visa de trabajo, cuando ya había unas cien personas esperando en el Teatro Municipal de Bahía Blanca. El ofreció hacer el concierto gratis, en el hall, y no lo dejaron. Lo más gracioso es que horas antes fue declarado personalidad destacada por el Consejo Deliberante”, recuerda.  

El productor cuenta que por este tema recibió una multa literalmente millonaria: “En 2010 llevamos al Teatro Negro de Praga a Río Gallegos, con visas de cortesía otorgadas por la embajada argentina en Praga, por un convenio cultural entre ambos países. Migraciones las desconoció, y aunque inmediatamente sacamos las visas técnicas de trabajo, nos labraron un acta. Finalmente nos aplicaron una multa que hoy asciende a 2 millones 150 mil pesos. Seguimos con descargos y gestiones ante el Ministerio de Cultura, mostrando que hicimos todo lo que en su momento nos indicó la Embajada”, relata. 

Panoramas 

Por este mismo tema de las visas, a fines del año pasado Emir Kusturica denunció persecución  política en su visita a Salta, después de que Migraciones cayera a horas del concierto a revisar las visas de trabajo, durante un ensayo en el Teatro Provincial. Lo que ocurrió en realidad es moneda corriente en esa y otras provincias. Y aunque el músico serbio bosnio lo relacionó entonces con sus declaraciones sobre Fidel Castro (a favor, claro), es algo que suele ocurrirle a todos los artistas extranjeros (también a los “gusanos”). 

La misma amenaza de multa que en el caso del Teatro Negro de Praga, y la misma desinteligencia entre Cancillería y Migraciones, pesa por el incidente de Kusturica sobre Daniel González, también productor y manager de artistas como Chango Spasiuk o Lila Downs. “Para esa gira viajaron once personas; hicimos las visas para diez y en el caso de Kusturica, que tiene nacionalidad francesa, la cancillería argentina en Francia nos indicó que los artistas franceses no necesitan visa de trabajo. Pero cuando cayeron los de Migraciones de Salta, nos mostraron una normativa que decía que no necesitaban visa ‘siempre y cuando la actividad no sea remunerativa’. Todos queremos seguir lo que indica la ley, pero primero necesitamos saber qué es lo que indica”, argumenta.  

Más allá de eso, González, también miembro de la Acmma, enumera dificultades que van desde el Iva a la actividad, a las habilitaciones que, evalúa, “desde Cromañón para acá, han recorrido un camino muy sinuoso”, dándose el caso de bandas que debieron suspender conciertos anunciados en las provincias, cuando se descubre que las normativas provinciales no son las mismas que las de Buenos Aires. “El camino es tan inestable que todo este negocio termina siendo caminar por la cornisa, constantemente”, concluye González. 

El balance del año pasado de González coincide con la idea general de un 30 ó un 40 por ciento menos. “No es que bajamos la cantidad de conciertos, yo sostuve la actividad con respecto a años anteriores. Lo que sí se nota es la merma en la venta de tickets. La rentabilidad también es menor, porque los valores de las entradas no pueden aumentar como los costos, desde la luz de los teatros hasta lo que sale moverse”, evalúa el productor. Así las cosas, si el panorama del año pasado se mostró complicado, el de este año, también.