Una antología es quizás la apuesta más arriesgada de un autor. Como si en ese género se materializara, efectivamente, la presencia del primero y el ultimo lector. El riesgo es que el escritor interviene sobre materiales ya publicados y que no dispone de la temporalidad del texto por venir. Está solo. Ni la figura del editor ni del lector virtual, lo acompañan. El escritor debe seleccionar sobre lo ya publicado. Estoy convencido de que lo que orienta y decide a un escritor a elegir ese género, es poner en evidencia su poética.

“Para un escritor, la memoria es la tradición”. Estas palabras pertenecen ala Antología personal de Ricardo Piglia. Una memoria impersonal –dice– que está hecha de citas, donde se hablan todas las lenguas,los fragmentos, y los tonos de otras escrituras, y que vuelven como recuerdos personales. En esta Antología, remarca el autor en el prólogo, conviven relatos provenientes de distintos registros: “He elegido los textos porque los siento cercanos, aunque han sido escritos a lo largo de varias décadas: son ficciones, ensayos, notas autobiográficas, intervenciones públicas que elaboran y registran imaginariamente experiencias vividas”. Como si una antología personal fuese el testimonio de lo que el escritor quiere conservar de su obra, su reserva textual. El escritor, en un acto del último lector, publica su antología personal para guardar para sí, aquello que en la publicación de sus obras completas, inexorablemente se va a perder.

Tal vez por eso, Piglia comienza el prólogo de su Antología con una referencia explícita a la tensión entre la memoria privada y la memoria artificial.

La cita

Para Piglia, la tradición es una memoria hecha de citas. La cita, incluso hasta podría ser apócrifa, fallida. Esto fundamenta de entrada que los autores que lo preceden, pasen a ser por la lectura de esa tradición, sus autores. En texto de Piglia, La ex-tradición, está claro quiénes serán los escritores de su tradición: Sarmiento, Arlt, Borges, Kafka, Joyce. En este laboratorio de la tradición que Piglia construye, Gombrowicz ya está antes, en el texto: El escritor como lector.

Lo utópico

Como todo escritor, Piglia dispone de un arte de la memoria; y, de alguna manera, el género antología personal, lo es. Como suele hacer este autor, lo planta, como problema, desde el inicio de su tarea. En el prólogo de su Antología Personal plantea que el asunto del que se va a ocupar, es la memoria: “Como el lenguaje para Williams Burroughs, la memoria tiende a ser considerada un virus, un elemento extraño que se puede injertar y que puede invadir al sujeto y cambiarle la vida”. En esa línea argumentativa, va a otorgarle a la memoria un lugar utópico: “En ese mundo de vivencias, donde se ha perdido el sentido de la memoria privada, la utopía reside en construir artificialmente y vivir como propias, vivencias que nunca se han tenido”.

Piglia, en el prólogo a su Antología, cuenta que: “Hace un tiempo, como quien regresa al pasado a buscar una experiencia perdida, fui a un viejo cine de la calle Lavalle a ver una reposición de Total Recall, un filme de ciencia ficciónde Paul Verhoeven con Schwarzenegger”.

Lo ectópico

En un texto de la misma Antología, titulado Ex tradición, se va a ocupar ya no de lo utópico sino de lo ectópico. 

Desde ese Ex que podemos llamar extraterritorial, se detiene en un texto fundante que se ocupa del asunto y que es El escritor argentino y la tradición. Borges planteaba allí, que para escapar al color local pensaba en la avenida 9 de julio y escribía: Rue de Toulon, que pensaba en las quintas de Adrogüé y escribía Triste -Le Roy. Borges se refiere a cuando escribió La muerte y la brújula, una historia que es una especie de pesadilla en que figuran elementos de Buenos Aires. 

Adrogüé, Borges, Joyce, hay una contigüidad de nombres propios que nombran la ex-tradición, lo extradi(c)tado por Piglia.

Joyce como Borges, practican una política parecida, cuando al autor de Ulises le preguntan ¿por qué se fue de Dublín? responde: “Para poder escribir sobre ella”. Piglia, refiriéndose al aspecto de la poética borgeana, dice que en ese texto, las literaturas secundarias tienen la posibilidad de un manejo propio de lo irreverente. Ese manejo de la irreverencia, actúa como un efecto descentralizador de las grandes corrientes europeas y, mediante ese procedimiento, Borges coloca a la literatura argentina, junto a la judía y la irlandesa, como excéntricas respecto a ese sistema centralizador. Lo irreverente de la lectura de Piglia es lo que permite de manera insólita, juntar a Gombrowicz con Borges como dos escritores que desde lugares opuestos plantearon la irreverencia como maneras de leer para apropiarse de su tradición y pasar a inventar la propia, desde un lugar ectópico.

En un texto ya citado, El laboratorio del escritor, Piglia reúne dos elementos que retoma en La extradición: tiempo y espacio. En ese texto se lee: “La lectura del escritor actúa en el presente, está siempre fechada y su presencia en el tiempo tiene la fuerza de un acontecimiento, pero a la vez es siempre inactual, está desajustada de la época”. Estos dos elementos, tiempo y espacio, se condensan en una espacialización del tiempo que actúa en El escritor argentino y la tradición. 

La estructura de un sueño

En La ex-tradición, Piglia afirma, con esas afirmaciones qué en él, suelen ir hasta el límite de la apuesta, que la tradición tiene la estructura de un sueño: “restos perdidos que reaparecen, máscaras inciertas que encierran rostros queridos”. Escribir es un intento inútil de olvidar lo que está escrito. (En esto nunca seremos suficientemente borgeanos). Como Perec, como cualquier escritor que se precie de tal: avanza enmascarado.

Lo cierto es que, en la construcción o reconstrucción de una tradición, siempre hay una pérdida de la memoria.

Si se pasa del sueño a la pesadilla, donde como leímos, Borges y Joyce se encuentran, nos topamos con la frase joyceana: “La historia es una pesadilla de la que no podemos despertar”. La frase sitúa la cuestión de la memoria ya no en el sueño sino en el despertar. 

 Es por eso que Piglia inventa la ex-tradición donde el ex, es una posibilidad de aproximarse a la tradición perdida; un ex que desde Joyce nombra al exilio como una de las armas del artista.

Si recalamos en Funes el memorioso, la memoria sería una especie de un texto recitado por un idiota sin sonido y sin furia. 

El escritor sin libros

Una biblioteca puede perderse por alguna contingencia extrema, una de ellas, la muerte: otra la política, que obliga a un cambio de domicilio brusco y a un exilio forzoso. 

Piglia cita a Auerbach para hablar nuevamente de la experiencia perdida, primero el sueño, después la biblioteca que le hacen pensar en “las condiciones precarias que hicieron posible Mimesis. El gran texto de crítica del siglo XX, escrito en el exilio. Auerbach, el erudito sin bibliotecas, el crítico sin libros, que quizás por eso pudo escribir la obra maestra que escribió”.

Algo parecido le sucede a Walter Benjamin con su biblioteca. Testimonio de ello, es su correspondencia con su amigo Gershom Scholem, al que le cuenta de manera agónica su fuga por Europa, y su desesperación por los libros de Kafka que no tiene con él, pero que no le impiden seguir escribiendo su ensayo sobre Kafka.

El escritor exiliado de su biblioteca, es la mejor metáfora de aquello que de toda memoria, está destinado a perderse. El escritor, escribe su libro a partir de esa condición de entropía que es condición de la memoria.  

Falsa memoria

Parafraseando a Nabokov –que en su autobiografía, Habla Memoria, inventa “una vida falseada”– podemos decir que, en esta Antología, habla falsa memoria. Siguiendo esa dirección, el héroe entonces puede ser, para Piglia, alguien que “vive el instante puro sin nada personal, sin tradición. Héroe es el que mata el recuerdo, el que inventa un pasado, una identidad”, y con nombre falso. Es como si hubiera personajes literarios inventados para escapara de la memoria común que el Estado se encarga de vigilar. Piglia cita al señor K, el personaje de Kafka que no puede al parecer recordar su crimen. El héroe kafkiano ya es alguien que trata de recordar qué ha hecho. El proceso, es un proceso a su memoria.

El puente

Como Borges, como Viñas, y ya más cerca de nosotros, en nuestros contemporáneos, hay en Piglia como en Héctor Libertella, una apuesta por ocuparse de la tradición.

Piglia, parafraseando a Lacan, afirma que no hay propiedad privada del lenguaje, y extiende su argumentación a que tampoco hay propiedad privada de la tradición. Argumento que concluye en que “los escritores actuales buscamos construir una memoria personal que sirva al mismo tiempo de puente con la tradición perdida”.

Como se sabe, un puente une dos territorios. Piglia plantea una paradoja: cómo hacer un puente entre aquello que se ha perdido en citas, fragmentos, olvidos, censuras y las cenizas, los rastrosde lo que, como resto, pervive de una tradición.

Podemos afirmar: vivimos exiliados de la tradición. Pero, siempre atravesando ese puente hacia lo perdido de la memoria. Pero, lo perdido no es que no está, con palabras de Masotta podríamos decir: está afantasmado, está construido como deixis, en otra escena, que a veces toma un nombre, en este caso el de tradición. Piglia lo dice de manera irreverente: “la tradición tiene la estructura de un sueño”. Cada vez que despertamos, comenzamos a transitar un puente imposible, construido entre lo utópico y lo ectópico.