Todo relato es pasado, capricho  y omisión.

El día había despertado con resaca de Babel, el suceso transcurría  al norte de Buenos Aires, en un barrio entonces suburbano. Había palabras que nunca se habían pronunciado ni escrito. Todavía un francés no había dictaminado que “toda creación es un trastorno”;  pero desde siempre muchos humanos soberbios, usando las máscaras de la “cultura” pretendían imitar lo divino, invocaban al progreso  y contaminaban a destajo la nada y el infinito.

La ficción es una  mascota de la realidad.

En aquel tiempo el lenguaje tenía más contacto con la realidad. La reunión había sido pactada para las diez. Los protagonistas eran dos y habían nacido en la última década del siglo XIX. Además de portar las mismas cualidades y defectos de argentinos nacidos en “Provincia” o en “Capital”, algunos detalles de la Historia inmediata los enfrentaban en la situación insostenible. Los dos hombres se conocían sólo de nombre, compartían fascinación por las letras y las armas; y quien tenía más poder, el militar nacido en Lobos, había elegido la estrategia del encuentro. El empleado público nacido en el barrio de Palermo la aceptó pensando que los misterios indispensables nunca se conciben  entre iguales.

Todo secreto se desvanece en el amanecer de las palabras (JLB ft. Joy Division).

Nunca sabremos el día exacto ni el nombre de la cocinera que preparó el puchero. Las palabras nacieron, el encuentro no fue ficción, sucedió una mañana de sol, primavera de 1946 y; como tantos otros, no fue registrado en soporte textual por “La Razón” ni “Democracia”. Además de los dos protagonistas,  participaron el mozo nacido en Federación, un tal Renzi y el chofer que fue a buscar al escritor hasta su departamento de Recoleta. El chofer era un cadete del Colegio Militar de la Nación que tres décadas después sería director de cine, el mozo era un entrerriano a quien le gustaría mentir historias a sus nietos, Renzi tenía un sobrino nacido en Adrogué que años más tarde sería profesor de literatura.

Las palabras ya no son lo que eran, el chisme se trasviste en fake news.

Habían pasado treinta minutos de la diez, ya no quedaba té en la taza cuando el chofer apareció en la sala para avisar que la reunión debía atrasarse por un asunto importante, ¿aceptaría quedarse a almorzar?,  mientras tanto podría conocer el parque de la quinta. El bibliotecario accedió, le atraía la aspereza del jardín, contrastaba con el de su amiga de San Isidro y no tenía otra cosa que hacer.

La pos verdad es una reivindicación de la re-presentación.

El nieto del entrerriano que trabajaba de mozo me contó esta historia y al llegar a este punto siempre dudaba; no recordaba bien si su abuelo le había contado que el mismo general o el mayordomo Atilio Renzi, había sido quien un rato más tarde encontró al escritor perdido en los senderos inexistentes del jardín.

Las palabras no se miran en el espejo.

El puchero se saboreó en medio de una conversación sobre eso que los porteños llaman “campo”, aunque en realidad es una perversión latifundista. Los antagonistas compartían el caracú, el choclo, las cebollas, el zapallo y las papas sin atreverse a provocar desequilibrio en la mesa. Al final, cuando llegó el postre criollo, queso fresco y dulce de batata, los dos hombres empezaron a reírse.

-Me atreví a invitarlo porque Evita se fue de viaje -confesó el anfitrión.

-Y yo pude venir porque  me atreví a mentirle a mi mamá la excusa de que Victoria me había invitado a almorzar en la quinta que tiene cerca de aquí - le respondió el bibliotecario renunciante.

-Nombrarlo a usted “Inspector de aves y animales de corral” en el Mercado Central  fue una actitud “borgeana” del intendente Emilio Siri. Me parece que  escribe aunque nunca se atrevió a mostrarme nada. ¿Usted sabe que Siri es radical, no? -dijo el general.

-Peronistas son todos –le contestó el escritor.

Tan iguales, tan distintos, los dos argentinos volvieron a reírse en la misma ironía y se estrecharon las manos para despedirse definitivamente. Sabían que uno podría ser nada sin el otro, nunca admitirían la contradicción.  

“Borgeano” y “peronista” son  identidades nacidas casi en el mismo instante.

Que una palabra quiera despertar en otra palabra lecturas que no pertenecieron más que a una tercera, es una paradoja “shanzhai”.