Desde Mar del Plata
Con la siguiente descripción, sucinta como el relato que la contiene, comienza Quemar graneros, el cuento del escritor japonés Haruki Murakami incluido en el volumen El elefante desaparece: “La conocí hace tres años en la recepción de casamiento de un amigo, aquí en Tokio, y comenzamos a conocernos mutuamente. Había casi doce años de diferencia de edad entre nosotros; ella tenía 20 y yo 31. No es que importara mucho. Yo tenía muchas otras cosas en la cabeza en ese entonces y no tenía tiempo para preocuparme por cuestiones como la edad. Además, estaba casado, pero eso tampoco parecía molestarle demasiado”. Eliminando la diferencia de edad entre el protagonista y la muchacha en cuestión, quitando de la ecuación al personaje de la esposa y trasladando la acción a la Seúl contemporánea (entre otros cambios y variaciones, superficiales y profundos), el gran cineasta surcoreano Lee Chang-dong adaptó las páginas del relato original y las transformó en un largometraje de dos horas y media de cualidades excepcionales. Burning es la más reciente creación de uno de los realizadores indispensables que la cinematografía de ese país le ha regalado al mundo durante las últimas tres décadas.

Lee nació en 1954 en la capital de Corea del Sur y, luego de terminar de cursar los estudios universitarios, comenzó a publicar sus primeros cuentos y novelas, transformándose en un escritor de éxito con El botín, que llegó a las librerías de su país en el año 1983. Casi tres lustros más tarde, luego de escribir un par de guiones cinematográficos para otros realizadores, sorprendió a propios y ajenos tomando por primera vez una cámara de cine y dirigiendo su ópera prima, Green Fish, basada en un guion propio. Su segunda producción para la pantalla, la obra maestra Peppermint Candy (1999), terminó por establecerlo como uno de los cineastas contemporáneos más relevantes, afirmación que sus tres films subsiguientes –Oasis (2002), Secret Sunshine (2007), Poesía para el alma (2010)– no harían más que confirmar con creces. 

Lee presentó Burning (su primera película en ocho años) en Cannes en mayo de este año y, finalmente, puede verse en nuestro país en el marco del Festival de Cine de Mar del Plata, una oportunidad seguramente única, ya que su estreno comercial en nuestro país no está asegurado. La historia describe el encuentro de Jongsu, un joven aspirante a escritor, con Haemi, una chica que se gana sus wones como promotora callejera. Inquieta y muy frontal, en particular en una cultura como la coreana, de un día para el otro la muchacha le pide que cuide de su departamento y de su gato mientras se encuentra recorriendo África, un viaje planeado desde hace tiempo. Lo que sigue confirma el talento de Lee para reunir en un mismo relato diferentes capas narrativas, emocionales y sociales. Haemi retornará luego de algunas semanas, aunque acompañada por Ben, un joven adinerado que, más temprano que tarde, confesará tener un particular hobby: incendiar cada tanto alguno de los invernaderos diseminados a lo largo y a lo ancho de la Corea rural. Alguien desaparecerá y Jongsu —como Scottie en Vértigo— se ve envuelto en una investigación personal que lo lleva a replantearse varias de sus intuiciones y certezas. ¿O acaso todo es una ficción, una realidad imaginada? Por primera vez en su filmografía, Lee se anima a tomar un género popular, el thriller, y a desestabilizarlo por completo para construir algo completamente distinto, una indagación en las heridas personales y generacionales de su particular héroe.

Lee Chang-dong visitó hace algunas semanas el Festival Internacional de Cine de Pingyao, en la provincia china de Shanxi, donde presentó la película y dictó una clase magistral frente a una sala atiborrada de público, además de ofrecer una serie de entrevistas personales a los periodistas extranjeros que participaron del evento. PáginaI12 conversó con el director de Secret Sunshine y Oasis, una persona cuyos modos calmos y reflexivos parecen ir a contramano de la potente furia de sus películas. “El héroe es un novelista, aunque no un profesional; es alguien que, en realidad, desea convertirse en escritor. Su percepción puede estar marcada por eso, pero, en el fondo, sus ideas no son muy diferentes de las de la mayoría de los jóvenes en Corea. La sensación de frustración, de debilidad, de no saber cómo cambiar las cosas, cómo devolver el golpe. Diría que, básicamente, Jongsu representa a la mayoría de la juventud coreana. La juventud en mi país enfrenta presiones reales muy duras, como las dificultades para hallar un empleo luego de graduarse, los costos de vida cada vez más altos y los exorbitantes precios de alquiler. Este es, de hecho, un tema muy importante en la sociedad surcoreana”.

—Su ópera prima, Green Fish, poseía algunos elementos policiales, pero es la primera vez que la estructura básica de una de sus películas utiliza un tratamiento de cine de género. ¿Fue algo que surgió luego de leer el cuento de Murakami o durante el proceso de escritura?

–Me interesó mucho la cualidad misteriosa del cuento. Comencé a escribir un breve tratamiento a partir del texto original y, a lo largo de estos ocho años, fueron varias las etapas de escritura del guion, que adquirió diferentes formas. Finalmente, creo que la diferencia entre esta película y la mayoría de los así llamados thrillers —o con aquellos films que trabajan esencialmente la idea de suspenso—, es que, en general, suelen tener una lógica, causas y efectos que el público puede ver y entender. Yo prefiero hacer muchas preguntas pero no necesariamente responderlas. Me gusta guiar a la audiencia, que pueda seguir la historia, y que las preguntas surjan en cada uno de los espectadores sin ofrecerles una verdadera respuesta. Preguntas como ¿quién es esta persona, quién es esta mujer? ¿Está muerta o no, existe realmente o no? ¿Hay un asesino serial suelto o es un buen muchacho? De nuevo, la audiencia acompaña la historia y se hace esas y otras preguntas. ¿Qué ocurre en la sociedad? ¿Qué es toda esa ira, esa frustración de los jóvenes frente a los mayores? Y, finalmente, ¿qué es el cine?

–En ese sentido, Burning comienza como un retrato realista de la relación entre los tres personajes principales para derivar luego en un relato que se abre a otras cuestiones, sociales, generacionales, incluso históricas.

–Para mí, desde luego, una de las naturalezas esenciales del cine radica en mostrarle al espectador lo que uno desea decirle. El espectador debe aceptar todas esas ideas de manera pasiva, recibir la película tal cual se le es entregada. Pero creo que hay otra función del cine, que es no solamente ver aquello que está siendo mostrado sino aquello que no puede verse. Hacer que el espectador imagine todo eso que no es evidente de manera explícita. Eso es lo que el cine tiene en común con la poesía y, personalmente, no me gusta dejar espacios vacíos en la pantalla. Prefiero generar sensaciones, sacudir al espectador para que éste pueda tener sentimientos diversos.

–Esta es la segunda adaptación de un trabajo preexistente y de otro autor. ¿Cuáles son las diferencias a la hora de adaptar un texto ajeno? ¿Qué fue lo que más le interesó del cuento de Murakami?

–Las diferencias a la hora de escribir son muchas en ambos casos. La razón central por la cual elegí esta historia radica en el hecho de que, a pesar de ser muy breve, el texto de Murakami posee dos tramas llenas de suspenso que, a la hora de ser trasladadas al medio cinematográfico, me permitieron desarrollar otras preguntas ligadas al destino de los personajes, pero también relativas a la esencia misma del cine.

* Burning se exhibe hoy sábado a las 20.30 en Ambassador 1.