A partir de diciembre de 1818, el general invasor Juan Ramón Balcarce escribe desde el Rosario numerosos oficios al director Pueyrredón. Son partes de guerra, reclamos permanentes de ayuda, observaciones éticas, avisos de renuncia como jefe del ejército de Observación y delirios de mariscal:

• Me pongo en marcha a ocupar un punto céntrico. Desde el Rosario estrecharé a los rebeldes.

• ¿Por qué los doscientos veteranos que he pedido para mejorar la caballería del Rosario se trasladan al Pergamino? Sin el refuerzo para la caballería es imprudente entrar en nuevas operaciones. No respondo a los resultados.

• Me envían cincuenta chilotes, prisioneros de guerra, inútiles para el servicio, no se puede contar con ellos… esperan el momento para desertar.

• He hablado al gobierno con la expresión y claridad que me imponen mis deberes. No me encuentro capaz de terminar felizmente por la senda que se me conduce. Me ha costado muchos riesgos y fatigas conservarme con honor en la carrera por la que me incliné. Estoy decidido antes de exponerme a perderlo, quedar gustoso como un simple ciudadano. Además mi salud se encuentra notoriamente quebrantada. Pido a S.E. encarecidamente que se sirva destinar otro oficial en mi relevo y que sea cuanto antes.

• Hasta tanto Buenos Ayres no resuelva mi reemplazo, el ejército se conservará solo a la defensiva.

 

(Enero de 1819. Los últimos oficios).

 

• Son las 4 de la mañana en mi cuartel general sobre el Rosario y los rebeldes se han reforzado en número de ochocientos a mil. Mi caballería no es suficiente por su número y calidad para entrar en el imprudente empeño de perseguir al enemigo a larga distancia. Ante el estrépito de los fuegos, se dispararon el ganado vacuno y unos caballos que llegaron anoche a deshoras del Pergamino. Han salido partidas a darle alcance.

• Leo la declaración del desertor Francisco Solano. Advierte que el gobernador López había decidido marchar con toda la gente que pudiese a San Lorenzo. Bernabé La Rosa tiene a su mando en Santa Fe a cuatrocientos hombres. Como no tenía más nada que decir en su juramento prestado, Solano, de veintiún años, analfabeto, hizo una señal de cruz y la estampó como firma ante mi secretario, Francisco Castellanos.

• Tengo un consumo extraordinario de munición, conviene no perder el tiempo en remitirme treinta mil cartuchos de carabina a bala y veinte mil de fusil.

• He destinado a San Nicolás al coronel Hortiguera y al comandante Bernal para que después de bien montados y reforzados entren por las direcciones que he prescripto a obrar contra los rebeldes.

• Los rebeldes se presentan diariamente a los primeros crepúsculos de luz en tres columnas como de seiscientos hombres, las establecen a larga distancia de nuestra posición y destacan ciento o doscientos en guerrillas, dispersos hacen un fuego distante y después de que el sol calienta se retiran y no vuelven a aparecer. Sólo observamos a algunos de sus vichadores en las cuchillas más altas de la inmediación.

• Me llega la comunicación oficial de mi relevo del mando. He pedido soldados fieles a la justa causa y me han remitido hombres violentos que aguardan, según mi triste experiencia, el momento oportuno no solo para abandonarnos sino también para unirse a las filas de los anarquistas. No he pedido un ejército con que llevar adelante la campaña sino un corto refuerzo para mejorar la caballería con que me hallaba. Si algunos no me creen suficiente para terminar felizmente la importante comisión que me fue encargada, no sucede lo mismo con los buenos oficiales y tropa que he tenido el honor de mandar, ni lo espero de los demás compatriotas que con imparcialidad juzguen la historia del ejército.

• Cuántas reflexiones se me ocurren en estos momentos para justificar mi retirada del Rosario y convencer a los que con tanta injusticia han censurado mi conducta. La guerra salva, muchas veces, de grandes riesgos. Han corrido veintitrés días hasta la fecha desde que indiqué que podían los rebeldes ser auxiliados y reforzados con gente del Paraná y de Corrientes.

• El coronel Pico recluta milicias en el Pergamino junto a sus 38 Dragones. Pero en la madrugada han llegado seiscientos hombres capitaneados por López y Campbell. Pico resiste varias horas hasta que se vio obligado a capitular. Tiene una herida grave por un sablazo. Muere en San Lorenzo.

• Un religioso respetable, cuyo nombre me es indispensable por ahora reservar, que solo desea orden, quietud y paz interior, informa: “López está en San Lorenzo bien acompañado por un grupo, gracias al orden y la política con que se ha manejado. Espera el regreso del general Andresito, que fue a buscar más gente a Goya. Camber (por Pedro Campbell) y su segundo Pietí caminaron con toda su gente hacia el Rosario, como también lo hace el comandante Ricardo López Jordán, los botes caminaron hacia la bajada a traer más gente del general Ramírez, caballadas tienen bastante”.

• Nos atacan dos divisiones de los disidentes. Una, de 200 hombres, se presentó por la parte sur del pueblo y destinó cuatro guerrillas a tirotear a las nuestras; la otra, como de trescientos, dirigida por Camber se situó a retaguardia de la primera. Necesito cuanto antes se sirva S.E. remitirme los treinta mil cartuchos y demás artículos de guerra que he pedido.

• Esta noche, he observado con el anteojo que un grupo de rebeldes se haya alojado en la Casa de las Postas, a media legua del pueblo, sobre la costa del Paraná. Ordené al falucho “San Martín” que subiese a incomodarlos con su fuego. Por una rara casualidad no tuvimos la suerte de acabar con el pirata Camber. Una bala mató a su caballo cuando se aprestaba a montarlo. Lo estropeó algo el movimiento pero no recibió herida peligrosa.

• He perdido al subteniente de cazadores Celedonio García. Es una pérdida sensible para mí. La buscó él mismo a la muerte por su imprudente valentía y su negación a la señal de retirada de nuestras guerrillas. Quedó solo junto a un soldado, se aproximó mucho a una partida de diez rebeldes que lo observaban y al tiempo de hacerle con el sable algunas amenazas le dispararon seis fusilazos. Una bala le destrozó el vientre y salió por el vacío.

• El directorio aprueba mi último plan de operaciones. Prefiero no separarme de tan bravos compañeros de armas para llegar al glorioso momento de conducirlos a la muerte o a la victoria. El coronel Hortiguera ha reunido en San Nicolás a 405 oficiales y soldados. Ahora debe operar directamente contra la primera división de López, que hostiliza nuestra jurisdicción. Igual suerte correrá Camber, que tenemos a la vista, o cualquier otra que pueda hallarse en San Lorenzo o en marcha desde Santa Fe hasta este punto.

• ¿Qué pasa con Hortiguera que no me avisa del estado en que se encuentra? ¿Por qué no me advierte de los últimos movimientos del enemigo? ¿Por qué no es exacto y ejecutivo como se lo he reclamado? Ignoro todo lo que pasa con su ejército acantonado en San Nicolás. ¿Cuándo llega al Rosario el bergantín “Chacabuco”? Los vientos en los últimos días han sido favorables a la navegación, así que espero su pronto arribo. No sólo necesito artillería sino también vestuarios para mi infantería.

• El comandante Bernal tiene como misión establecerse en La Esquina con trescientos prácticos y escarmentar a las partidas de montoneros que han interceptado las comunicaciones con las provincias. Bernal es el que mejor sabe cómo ocultarse del enemigo. Su singular práctica y conocimiento de esta campaña y demás cualidades, además de sus notorios compromisos, los considero muy importantes para esta clase de guerra. Pero es indispensable que Buenos Ayres envíe los caballos necesarios para que entre en operaciones la tropa de línea.

• ¿Dónde está Bernal? ¿Cómo que ha salido a un nuevo destino? ¿Quién lo autorizó?

 

Este capítulo está incluido en el libro Desde el Rosario (Homo Sapiens Ediciones, 2018) que se presenta el martes 4 de diciembre, a las 19, en el Centro Cultural Fontanarrosa. El autor estará acompañado por Antonio Bonfatti, Pablo Feldman, Rafael Ielpi y Carlos del Frade.