Desde Río de Janeiro

A veces las tragedias resultan en escenas insólitas. Por ejemplo: la foto que registra la presencia de Michel Temer y algunos de sus compañeros del gobierno surgido a raíz del golpe institucional que liquidó con el mandato de la presidenta Dilma Rousseff prestando homenaje a Teori Zavascki, magistrado del Supremo Tribunal Federal muerto en un accidente aéreo el pasado jueves. Todos ellos con el muy compungido y solemne aire de profunda tristeza, como corresponde a ese tipo de ceremonia. Todos ellos ocultando ferozmente el alivio que esa muerte significa.

Zavascki, de perfil serio y técnico, inmune a las jugadas políticas tan apreciadas por la mayoría de sus pares en la Corte Suprema brasileña, era el responsable de investigar las denuncias de corrupción que involucran a por lo menos 120 ocupantes de escaños en el Congreso, ministerios y alcanzan a diez de cada diez golpistas, por empezar el mismo Michel Temer, mencionado nada menos que 43 veces en las declaraciones de un solo ejecutivo de la Odebrecht. Otro compungido era el canciller José Serra, acusado de haber recibido unos 23 millones de dólares de dinero sucio. Si alguien seguramente se beneficiará con la eventual demora en las investigaciones provocada por la muerte del magistrado son precisamente el actual ocupante de la presidencia del país y gran parte de sus ministros.

Nada, sin embargo, parece capaz de superar el cinismo de Romero Jucá, líder del gobierno en el Senado. Tan pronto se supo de la muerte de Zavascki, Jucá se apresuró a divulgar una muy condolida nota de despedida. Difícilmente se registrara muestra mayor de la falencia ética y moral de la ya muy devaluada clase política brasileña: al fin y al cabo, hace meses se divulgó la grabación de una conversación entre un ex alto ejecutivo de la Petrobras y Jucá, quien se queja de que Zavascki era “innegociable”, un “burócrata de mierda” al cual era “imposible” hacer llegar las demandas de los denunciados e investigados como él.

 La presidenta del Supremo Tribunal Federal, Carmen Lucia, deberá homologar el contenido de las más de 800 páginas que abrigan las “delaciones premiadas” ofrecidas por 77 ejecutivos del grupo Odebrecht a cambio de la suavización de las penas que recibirán por sus actos de corrupción. Tendrá hasta el martes, 31 de enero, para hacerlo, alegando “urgencia extraordinaria”. Luego un integrante de la Corte Suprema será nombrado relator del proceso, conducido hasta ahora por Zavascki. Lo más probable es que ese nombramiento se dé por sorteo electrónico, algo fácilmente manipulable. El temor en los medios jurídicos brasileños es que el próximo relator sea alguien que integre el ala de adoradores de las luces de la exposición pública, exactamente lo contrario de Zavascki, un juez que opinaba solamente en los autos del proceso y evitaba a todo costo las cámaras de televisión y las grabadoras de los reporteros. 

Le tocará a Michel Temer nombrar el nuevo integrante del Supremo Tribunal Federal. Y, acorde a su estatura ética y moral, lo hará pensando en sus propios intereses y los de sus allegados.

Teori Zavascki deja sin respuestas una serie de cuestiones, por empezar sobre la demora en alejar al entonces presidente de la Cámara de Diputados, el ahora prisionero Eduardo Cunha, de su puesto. Había un pedido explícito de la Fiscalía General, había toneladas de indicios concretos de corrupción en altísima escala, pero Zavaski solo actuó cuando el proceso de destitución de Dilma Rousseff ya estaba asegurado. Cunha fue uno de los operadores esenciales para el golpe institucional.

Otra pregunta cuya respuesta quedó sepultada en las aguas del mar se refiere a uno de los muchísimos abusos cometidos de manera escandalosamente irregular por el juez de primera instancia Sergio Moro, transformado en una especie de ídolo popular por los medios hegemónicos de comunicación, uno de los pilares básicos del golpe. 

Violentando la Constitución, Moro divulgó a la cadena Globo la grabación ilegal de un diálogo entre el ex presidente Lula da Silva y la entonces mandataria Dilma Rousseff. Inexplicablemente, Zavascki se limitó a criticar la actitud ilegal del juez de provincias. ¿Por qué no actuó de manera más contundente, prevista por todas las normas y reglas de la Corte Suprema, imponiendo algún tipo de punición a Moro?

Como suele ocurrir, vuelve a la superficie el viejo y maldoso dicho que establece que la muerte suele mejorar mucho la figura del fallecido.

Por más que en vida Teori Zavascki haya mantenido una actitud austera y su conducta pública fuese de rigurosa corrección, nada podrá ocultar que ocupó uno de los sillones de una institución que se portó de manera blanda, para decir lo mínimo, frente a un golpe institucional llevado a cabo de manera muy clara anticonstitucional. 

Es bien verdad que en ningún momento, ni uno solo, se mostró golpista, como lo hicieron varios de sus colegas de la corte. Pero tampoco se opuso.

¿Por qué? Ahora, hay que preguntar a las aguas del mar.