El documental argentino es el género que más creció en las últimas dos décadas. Así como en los 60 y 70 jugó un rol clave en el terreno político, cada vez más son los temas que abordan los documentalistas generando un amplio abanico no sólo de contenidos sino también de estéticas y miradas. Los realizadores nucleados en la Asociación de Directores y Productores de Cine Documental Independiente de Argentina –entidad más conocida por sus siglas: ADN– vienen generando desde hace siete años una manera de darle mayor visibilidad a sus películas. Y por séptima vez consecutiva organizaron la Semana de Cine Documental Argentino. Esta edición de la muestra se está desarrollando desde ayer y culminará el domingo 9 en el cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635), con entrada gratuita.

“Si rodar una película es complicado, llegar a su exhibición es una tarea  casi titánica. Sin embargo, los documentalistas encontramos la forma de mostrar nuestra producción. Bienes culturales que circulan por el mundo, articulando relatos y formas posibles”, sostiene el presidente de ADN, Gustavo Alonso. “Pero los documentalistas somos víctimas de la ficción, pero de una ficción que construye la gestión del Incaa, que comunica que todo está bien mientras decide subejecutar su presupuesto, para poner a plazo fijo el dinero que debiera destinarse para producir películas”, denuncia Alonso. Este cineasta también señala que muchos de los documentales que se exhiben durante la 7° Semana del Cine Documental Argentino “no podrían hacerse con las actuales condiciones de acceso a la producción que impone el Incaa, que en lugar de fomentar la producción de obras audiovisuales, decide el recorte de fondos para producir”. Alonso entiende que recortar recursos “significa reducir el financiamiento de nuestras obras, limitar el acceso a créditos, cercenar puestos de trabajo, invalidar las posibilidades de coproducir con otros países”. Y advierte: “Los cineastas no bajaremos los brazos. Y por eso aquí estamos otra vez, dialogando con los espectadores a través de nuestras obras”. 

Los inmortales

Víctor Cruz presenta ¡Que vivas 100 años!, una película sobre ancianos en regiones muy distantes del mundo que han alcanzado o están por alcanzar los cien años de vida y que comparten una excitante pasión por vivir. No importa cuántos años hayan cumplido, sus sueños siguen dando sentido a sus vidas. 

En 2012, Cruz viajó a Costa Rica para realizar unos documentales sobre humedales, y al llegar deseaba curiosear un poco qué había en ese sitio. Le comentaron que la Península de Nicoya era famosa por la cantidad de longevos que tenía. “Fui a ver a un señor, Calixto, que en ese momento tenía 85 años, y me recibió muy efusivamente. Vi que estaba con un montón de sus descendientes”. Calixto le comentó a Cruz: “Vamos a ver a mi mamá”. Y fueron. En ese momento, la señora tenía 106 años. “Quedé fascinado con Panchita, que es una de las protagonistas de la película y que, al momento de filmar mi documental, tenía 109 años”, relata Cruz.

El documentalista se topó con una investigación acerca del por qué vivían tantos años ciertos habitantes de Nicoya, y también daba cuenta de otros lugares del mundo donde se daba una alta concentración de longevos. Además de Nicoya (Costa Rica), sucedía lo mismo en Cerdeña, Italia; Okinawa, en Japón, y estaba la zona azul de Loma Linda en California, Estados Unidos. Excepto esta última, Cruz se concentró en los lugares mencionados. Realizó un viaje a cada uno de ellos con su equipo. “Encontré cosas increíbles. Por ejemplo, en ese momento, una de las familias era la más longeva del mundo. Entre ocho hermanos vivos sumaban 735 años. El más chico tenía 88, y la más grande, 107. Una cosa increíble”, recuerda Cruz.

En estos lugares no necesariamente está la persona más vieja del mundo sino que hay muchas longevas. “Por ejemplo, en un pueblito de Cerdeña, con trescientos habitantes solamente, había más de cinco centenarios. Y es una relación que estaba diez veces por arriba de la media mundial. Se supone que cada cinco mil personas, una llega a los cien años”, plantea Cruz. Vale destacar que su documental no es un trabajo científico respecto al por qué estas personas viven tanto ni cómo, sino que está centrado en algunos aspectos que hacen a la longevidad: el valor que tienen el estilo de vida, la familia y todo el entorno social de contención que hace que se puedan dar estos fenómenos.

“Hay dos lugares de los que se ven en la película que son islas, Okinawa y Cerdeña, pero las poblaciones longevas no están sobre la costa sino más hacia el centro de la isla. Y Nicoya no es una isla, pero casi sí porque es una península. Son pueblos pequeños. El lugar con más gente que filmamos tenía 3500 habitantes. Entonces, en todos los lugares los ancianos tienen una entidad, son respetados y valorados”, explica el director sobre las características en común. La carga genética tiene una incidencia del 20 o el 25 por ciento en la esperanza de vida, mientras que el otro 75-80 por ciento tiene que ver con el estilo de vida. “En todos esos lugares hacen actividad física moderada, pero constante a lo largo de su vida. Tienen una dieta que en la mayoría de los casos es de bajas calorías, no se come mucha carne roja sino pescados y legumbres, entre otros alimentos”, subraya Cruz. 

Una showoman

Malena Moffatt y Bruno López son los responsables de Marta Show. Marta tiene 72 años y hace doce que vive en la calle. Viajó por toda Latinoamérica como bailarina de cabaret y fue una de las pioneras del striptease en Buenos Aires. A partir de una fuerte crisis emocional que derivó en una internación, se desvinculó de familiares y trabajo, quedando así en los márgenes de la sociedad. Pero gracias a su capacidad de lucha y ganas de vivir inventa una nueva tarea que desemboca en la formación de una nueva familia: el “Marta Show”.

“Marta vive en mi barrio. Es una vecina, me la cruzaba varias veces cuando salía a un lado u otro. Yo iba en bicicleta y ella venía con un carro bastante grande que la doblaba en tamaño, lleno de hojas y ramas. Esto es en el Barrio Congreso”, cuenta Moffatt. A la documentalista le llamaba la atención esta persona muy mayor, peinada con dos colitas, con moño y que, a veces, llevaba tacos. Es más: le producía intriga, algo de miedo, pero por sobre todo mucha curiosidad. Un día, sin pensarlo, se bajó de la bicicleta y le dijo si quería que le ayudara con el carro a trasladarlo. “Me dijo que no, que me agradecía mucho pero que estaba haciendo ejercicios porque como no podía ir al gimnasio quería bajar la panza de esa manera”, cuenta la documentalista.

Moffatt veía periódicamente al bajarse del colectivo que, frente a una plaza, estaba Marta. Y contra unas rejas la mujer cantaba, bailaba sola y le hablaba a un público imaginario. “La gente pasaba y siempre a una misma hora ella estaba ahí cantando o bailando. Entonces, le pregunté si era artista y me dijo que sí, que era bailarina, que había estado decayendo pero que ya se estaba levantando y que ese era un show que ella tenía hace muchos años (en la plaza, el que yo había visto), y que se llamaba De los niños y los pájaros. Me preguntó si quería participar”, recuerda la directora. Como Moffatt también baila flamenco, Marta le dijo que podía hacer una participación en el show. “Te espero el sábado que viene”, le dijo a la cineasta. 

Desde hace cinco años, Moffatt participa en el show con Marta, que ella coordina. “Todo eso que me parecía una locura, un delirio, que no había público, que no había show, que esta mujer estaba loca, resulta que hace cinco años hago un show con ella”, explica la cineasta. Todo empezó pidiéndole a una compañera de flamenco que la filmara con Marta. “Vi que a Marta le gustaba la relación con la cámara, era buena. Yo le mostraba cómo se veía, y le gustaba. Entonces, iba acumulando material sin saber para qué. Armé el Facebook Marta Show, subía las cosas y ahí empecé a reflexionar sobre la experiencia que yo estaba viviendo porque era un poco inquietante para mí también”, reconoce Moffatt. 

Aprendizaje natural

Mariano Raffo y Cecilia Cisneros son los directores de Escuela Monte, que muestra a un niño de 8 años que aprende y explora en el espesor del bosque. Los padres de Carmelo, al igual que muchos vecinos de Traslasierra (Córdoba) dejaron la ciudad para vivir en el medio de la naturaleza. En este nuevo camino espinoso y contradictorio, el bosque acecha y juega con sus voluntades inexpertas. Asisten, así, a la inevitable lección de la Escuela Monte. “La idea de la película nació de nuestra experiencia, cuando nos fuimos a vivir desde Buenos Aires a Traslasierra, un valle que tiene bastantes particularidades en el modo de vivir de las personas”, cuenta la directora.

Cisneros aclara que no viene de una tradición de cine sino que estudió Antropología. “Entonces, empecé a vincularme con grupos que no manejaban dinero y que hacían muchas actividades: construían casas y hacían eventos importantes para la comunidad. Empecé a filmar y tenía mucho material de mingas, encuentros de semillas y distintos eventos. Hasta que, en un momento, alguien me dijo que tenía que conocer a Mariano Raffo, que es documentalista y que le podía interesar lo que yo venía trabajando. Lo mío era un registro de campo más que nada”, explica Cisneros. Raffo le dijo que tenía inquietudes muy similares (había llegado al valle en el mismo momento que Cisneros, en 2011), y que si le interesaba hacer una película podían trabajar juntos. Así nació Escuela Monte.

La película refleja la experiencia de personas que se fueron a vivir a esa zona donde prima la naturaleza y donde el asfalto es solamente el de alguna ruta cercana. “Vimos contradicciones al encontrarnos allá con otro modo de vida que viene de muchísimo tiempo antes que nosotros. Estamos llenos de un montón de artificios desde la ciudad. Y muchas veces vamos a vivir a la naturaleza con ideas preconcebidas y con mucho entusiasmo queremos hacer cambios que no hemos podido hacer acá. Y allá nos encontramos con otras cosas que nos ponen en tensión y nos volvemos a preguntar cuáles son las intenciones de esa decisión porque no es solamente dejar el ruido. Casi todas las personas que aparecen en esta película cambiaron hábitos desde la ciudad y fueron allí a radicalizar ese cambio, pero una vez en el lugar, se encontraron con otras cosas que los volvieron a poner en conflicto con ellos mismos”, sostiene Cisneros. Como ambos interactúan con las personas del lugar —por ser parte de la comunidad—, figuran también en el documental. Y es por eso que no decidieron hacer entrevistas. El título surgió a raíz de la historia de una escuela libre que ambos documentalistas comenzaron a seguir desde el inicio y que, en un año, dejó de existir. En base a eso, los dos se preguntaron si eso era lo mejor porque era una escuela a donde sólo iban personas que se habían ido de la ciudad al campo y no se relacionaban con la gente del lugar. No era el sentido de comunidad que ellos tenían en mente y que defienden actualmente. 

Hogares mapuches

Amanecer en mi tierra - Lihuntun Inchin Mapu es el nuevo documental de Ulises de La Orden. La Unión de Vecinos Sin Techo y el Lof Mapuche Curruhuinca logró la recuperación de tierras que estaban bajo la administración del ejército. Cuatrocientas hectáreas les fueron entregadas en propiedad mancomunada en San Martín de los Andes, una ciudad altamente codiciada por desarrolladores de infraestructura turística. Allí están construyendo 250 viviendas, alcanzando nuevos niveles de organización y dignidad. “Tengo varios amigos que son parte de la organización Vecinos Sin Techo y venía siguiendo este proceso desde los inicios. Y empezó con la recuperación de ese lote que estaba en manos del Ejército, dentro del Parque Nacional Lanín, a cinco kilómetros del pueblo. Lograron recuperarlo y es un paraíso con vista al cerro Chapelco, con un arroyo que pasa por el medio. Y por una ley nacional le corresponde a la comunidad mapuche Curruhuinca. La comunidad cedió al proyecto de barrio 77 hectáreas. Y ahí están haciendo las 250 viviendas para que viva gente de la comunidad y vecinos sin techo. Por eso es un barrio intercultural”, explica De La Orden.

El realizador recorrió el lugar mucho antes de que el proyecto se concretara. “Me contaban lo que querían hacer y me parecían unos delirantes. Pensaba que jamás lo iban a hacer. Con los años, fueron avanzando y avanzando y el barrio ya es una realidad impresionante”, se entusiasma De La Orden. “Lo interesante que es Vecinos Sin Techo es una organización de base que se genera a partir de la emergencia habitacional. Es la gente que va a laburar a San Martín de los Andes para hacerles las camas, limpiarles las copas, servirles la comida a los turistas que aportan el capital con el que el pueblo se mueve. Pero no podían pagarse su propio alquiler y no tenían dónde vivir. Ahí empezó la emergencia habitacional y fueron estos pobladores junto con ese pueblo originario quienes lograron recuperar ese lote invalorable para la comunidad mapuche y para el barrio. De La Orden recalca que fue la primera vez que se otorgaron tierras en propiedad mancomunada a un pueblo no originario: “son mapuches y no mapuches”, recalca.